miércoles, 14 de octubre de 2009

Percepción visual y filosofía, por Dardo Bardier

(Este artículo fue publicado en la Revista Arjé, Tercera época, Nº 2, Setiembre 2009, quizá interese a quien allí no haya podido leeerlo)

CÓMO LOS NUEVOS CONOCIMIENTOS
SOBRE LA PERCEPCIÓN VISUAL
AFECTAN NUESTRA CONCEPCIÓN DEL MUNDO

Dardo Bardier
dbardier@adinet.com.uy

El camino nos da sorpresas.
En los años 60, en mi facultad, usábamos muy frecuentemente la noción de espacio arquitectónico, y a veces, otras nociones como: espacio edilicio, espacio urbanístico y espacio territorial. Todas se refieren a lo mismo: nuestro funcionamiento con la realidad que habitamos, aunque consideran distintas escalas, pues unos espacios están dentro de otros.
Una vivienda tiene exterior e interior. Separados por paredes y comunicados por vanos. Si estamos del lado de afuera de la vivienda, la vivimos por su exterior. Si estamos del lado de adentro de la vivienda, la vivimos por su interior. Habitamos el ámbito. Desde luego que, a menor escala, vivimos cada pequeña parte del interior de la vivienda por su exterior. Ello es porque cabemos dentro de 1 vivienda, pero no dentro de 1 ladrillo. Quizá una bacteria pueda habitarlo, nosotros no.
Aquellas nociones, pues, se refieren a cómo es la cosa por dentro. Por contraposición a la cosa según sus exteriorizaciones. Hay cosas con las que interactuamos por fuera: una piedra, una montaña, el Sol, normalmente consideradas por la física tradicional. Pero hay otras cosas con las que interactuamos por dentro: nuestro cuerpo, nuestra habitación, nuestro coche, nuestro edificio, nuestro barrio, nuestra ciudad, nuestro país, etc. El funcionamiento interno de un baño, como el del mundo entero, puede ser concebido internamente, con tal de que lo atendamos por dentro.
Y ello nos hace sospechar que cualquier realidad, aún cuando no quepamos en ella, si buscamos la manera de atenderla por su interior, puede ser concebida por dentro. No sólo nuestro pensamiento. Concebir la realidad por su interior es una poderosa herramienta del pensamiento, capaz de permitirnos operar sobre el lado íntimo de cada realidad, cualquiera sea su escala o nivel de funcionamiento. Es una herramienta científica, de probada eficacia, no bien reconocida por la ciencia tradicional, tan dedicada a atender exteriorizaciones.
En sentido estricto, la palabra “espacio” se refiere sólo a esa variable física. Un aspecto parcial de la realidad. Al agregarle la palabra “arquitectónico”, pasa a referirse al hecho ambiental concreto, en todo sentido, integral, completo. El espacio arquitectónico incluye lo temporal, los sustancial, y todo aspecto propio de un hábitat.

Pero había una falla. Faltaba desplegar teóricamente estas poderosas nociones. No estaba claro cómo, concretamente, funcionamos con nuestro ambiente. Cómo es que convivimos con las cosas. Cómo esa convivencia y esas cosas, componentes del ambiente, conforman interiormente un conjunto integral, una unidad habitada de la realidad. Una unidad ni meramente espacial, ni meramente perceptiva. Faltaba saber, al menos, cómo hacemos para percibir o detectar cada ámbito.
El contenido de estas nociones se quedaba en lo que ya sabía cualquier estudiante por su cultura general y poco más. Nadie investigaba rigurosamente el encadenamiento causal que nos hace vivir nuestro ambiente. Cómo es el camino para concebirlo. El cual inevitablemente comienza por: cómo lo vemos, lo olemos, lo escuchamos, lo caminamos, etc. Faltaban las bases para entender cómo interactuamos con nuestro mundo. Era necesario darle contenido a la idea, desarrollarla.
Al principio sólo juntaba datos sencillos que encontraba aquí y allá: Caminamos a 4 k/hora. Los asientos tienen 45 cm. de altura. El color que vemos más es el amarillo-verdoso. Cuales sonidos nos parecen ruido. Cómo sentimos la humedad de un ambiente. Cómo escuchamos lo que alguien dice, etc. Detalles más o menos aislados de nuestras relaciones con nuestro mundo. No era fácil en aquella época lograr esta información. La biblioteca de mi facultad resultó insuficiente y cometí la rareza de ir, permiso mediante, a ver qué tenían otras bibliotecas. En aquella época, en Medicina, respecto a estos temas, la información más reciente era de los años 50. Y orientada a patologías, más que a lo “normal”. La Biblioteca Nacional estaba atrasada decenios en estos temas. Sea como sea, a principios de los 70 ya había juntado una gran cantidad de datos, más o menos inconexos.
Al conocer un dato, es bastante común que uno se pregunte porqué. ¿Por qué la gente se accidenta si no se cumple la Fórmula de Blondel para las escaleras? ¿Por qué vemos mejor un color que otro? ¿Por qué nos protegemos de la intemperie? ¿Por qué preferimos unas temperaturas a otras? Y miles de otras cuestiones. Ello implicó incursionar profundamente en toda ciencia que pudiese aclarar el sentido de las características humanas vinculadas a vivir en un ambiente: La óptica, la acústica, la física lumínica y subatómica, la química, la psicofísica, la psicología (especialmente la experimental), la sociología, etc. Averiguar cómo interaccionamos con nuestro mundo obliga a atravesar todas las ciencias. Pero sobretodo obliga a sumergirse en la biología de nuestros sentidos. Aclaremos que ni siquiera existía la Licenciatura de Biología Humana en nuestra Universidad. Casualmente, tuve la enorme suerte de que por aquellos años empezó, a escala mundial, un desarrollo explosivo de la biología, aportando sus muy inquietantes descubrimientos.
En algunos años, a principios de los años 80, la cantidad de información lograda se me volvió inmanejable, abrumadora. Se hizo imperioso darle algún orden. Cada dato o descubrimiento es como una pieza de un rompecabezas: indica cómo se ensambla con las piezas vecinas. Pero es conveniente mirar la caja y ver los grandes rasgos del diseño. Faltaba esa orientación general.
También se hizo necesario abandonar campos de estudio. Ya para esa época había resignado la pretensión de profundizar todos los aspectos de las interacciones de las personas con su ambiente. Sólo continuaba investigando la percepción humana. Luego debí reducirme a la percepción visual. Y luego opté por dedicarme sólo a la información más firme y comprobada. Así terminé dedicándome a estudiar sobretodo lo que sucede desde la realidad atendida hasta la corteza visual.
En los textos consultados no encontré modos correctos de ordenar toda esta información. Los pocos ordenamientos que había, no eran completos, ni coherentes, ni se ajustaban a lo que sugerían los nuevos datos. Me estaba tropezando con una frontera del saber humano. Ordenar, de modo realista, tal enormidad de información, ajustándose a la realidad de cómo los ordena el ser vivo, se convirtió en todo un desafío. Había que hurgar en sus relaciones y bucear en la filosofía implícita que el organismo aplica. Cómo es que orgánicamente ordenamos las cadenas causales que admitimos sentir. Y cómo ese ordenamiento orgánico, a su vez, impone su orden al conocimiento.
Ello me hizo profundizar en la teoría del conocimiento y en la epistemología, y aún en la metafísica. Pronto observé que no había posibilidad alguna de que los más brillantes y mejor informados pensadores del pasado diesen respuestas válidas por siempre. Ni siquiera podían ser aceptablemente realistas, dado que inevitablemente se basaron en información decenios, siglos y milenios atrasada. Se basaban en casos que hoy sabemos que no son tal cual se creía entonces que eran. Sobretodo, era imprescindible librarse de prejuicios ideológicos heredados, resultantes de ordenamientos artificiales, hechos cuando casi nada se sabía de lo que hoy se sabe. Era obvio que algunas categorías reconocidas por nuestra cultura, por nuestros científicos, y por nuestros filósofos, no eran adecuadamente realistas, aunque en su momento fueron magníficos pasos adelante.
Ordenar los aspectos de la realidad me llevó más de un decenio y un par de miles de páginas de ensayos. Pero cuando estuvo pronto, a mediados de los años 90, muchas confusiones se disiparon. Se podían encarar, con nuevas herramientas, temas largamente irresueltos. Y se hizo entonces sencillo y aceptablemente seguro ordenar, de modo realista y actualizado, las particularidades visuales humanas. Y ese ordenamiento, que es desarrollo y crítica del que usan animales y humanos desde siempre, a cada paso demostraba ser capaz de aclarar problemas.
Pero surgió una enorme sorpresa. Como en la Tabla de Mendeléev, el ordenamiento realista denunció huecos a llenar. Agujeros negros del conocimiento humano. La ciencia ha dedicado gigantescos esfuerzos a algunas propiedades visuales, pero ha descuidado otras, tanto o más importantes para vivir. Sobre la acuidad hay mares de investigaciones, pero sobre las velocidades visibles casi no hay nada. Surgieron cientos de temas de investigación. De hecho, a raíz de la publicación de “De la Visión al conocimiento”, ya hay investigadores que han tomado esta posta.
Y a ello siguió otra sorpresa aún mayor: Era posible vincular los agujeros negros del conocimiento, con apantallamientos, sombras arrojadas, o vendas en los ojos que imponen las teorías y filosofías en boga de la sociedad occidental, y aún quizá, de la humanidad entera. Concepciones que, de algún modo, favorecen la investigación en ciertos campos, pero que obnubilan la investigación en otros campos de la realidad. Como si se tuviese horror a los campos del saber para los cuales no se tiene ni idea de cómo empezar a estudiarlos. Como si prevaleciese el “si no sabes grosso modo la respuesta, no preguntes”.
Esta situación de ignorancia por vendas en los ojos de los investigadores, implica algo muy interesante para nosotros, los que vivimos en países pequeños. Mientras que la ciencia que hoy prevalece en el mundo necesita de equipamientos cada vez más sofisticados y caros, inaccesible a países que no sean muy, muy ricos, empezar a deshacer los agujeros negros del conocimiento sólo requiere sacarnos vendas de los ojos. Cosa que implica mucho pensar y averiguar, pero que quizá estaría a nuestro alcance económico.

Dudo de que en este pequeño texto logre transmitir, siquiera someramente, el estado actual de la cuestión. Deberé escribir algunas aseveraciones sin justificarlas.
1- La biología, sobretodo la del sistema nervioso central, nos está dando firmes pistas de cómo es la realidad en general. Conocer nuestra manera orgánica de percibir está resultando un maravilloso atajo hacia una concepción más realista del mundo. ¿Cómo es posible que entender un campo nos lleve a entender todos los campos? ¿Qué tiene de raro la biología de los sentidos y del cerebro? Sucede que estudia la organización resultante de los millones de años de experiencia de los seres vivos tratando de conocer para sobrevivir. Antes que nosotros hablásemos de la realidad, los seres vivos necesitaron vivir en ella. Debemos estudiar la evolución de los sentidos y del cerebro, pues es muy reveladora. En la biología comparada hay un tesoro de procedimientos más o menos realistas. Hay trabajo hecho que no debemos despreciar.
No sólo debemos investigar cómo conocemos concientemente, sino cómo lo hacemos orgánicamente. Por un lado, disponemos de información por lo que percibimos. Supongamos que veo “un punto”. Por otro lado, tenemos informaciones sociales de cómo es aquello que percibimos. Pongo la lupa y veo que ese punto está lleno de cosas. Pero ahora se agrega información de cómo son y cómo funcionan los procesadores que intermedian entre realidad y representación. La separación entre dos células nos hace representar como punto lo que en realidad es un complejo conjunto. No es sólo que no exista indivisibilidad de ese punto, es que la noción misma de punto, en una escala es realista, y en otra escala menor, es una ficción orgánica. Una confusión útil, pues no nos interesan cosas tan chicas. Esto afecta la geometría, la epistemología y la filosofía en general.
2- Otros campos traen sorprendentes novedades que dan mucho qué pensar. Especialmente la robótica, la computación, la física, la química, la sociología, las comunicaciones, y la lista sigue. Muchos descubrimientos y novedades no producen ningún cambio en las concepciones del mundo, ni en las ideologías, ni en las teorías, pues están bien previstos por ellas. Pero, de vez en cuando, algunos sí. Hay cosas inexplicables que ahora se están explicando. Las novedades revolucionarias para la filosofía se están volviendo abrumadoras. Y debe dárseles adecuado y rápido tratamiento.
3- Rediscutir. Con las nuevas fuentes, insospechables hace apenas unos decenios, se hace imprescindible poner en el tapete hasta lo que parecía más indiscutible. Surge información que socava la universalidad de algunos de nuestras más queridas nociones universales.
Es más, buena parte de las palabras que usamos para discutir, bien analizadas, ajustándose mejor a lo que hoy se sabe, no son muy realistas, que digamos. O sus sentidos deben ser muy ajustados para que lo sean, o deben ser abandonadas. El diccionario completo debe revisarse. Si Rovespierre podía mandar a la guillotina a una persona con sólo leer una página escrita por ella, hoy es posible acusar de poco realista casi cada párrafo escrito por los humanos, incluyéndome. Pero eso no debe darnos miedo, toda nueva idea debe comunicarse con palabras viejas. Todo ajuste de nuestras ideas a la realidad debe hacerse mediante ideas más o menos desajustadas. Estamos avanzando tan rápido que es natural que la digestión de la información esté atrasada. Por suerte se mantienen firmes y confiables algunos pivotes de nuestra concepción del mundo. La cuestión es cuales. La cuestión es qué tanto admite la humanidad estar tan atrasada en sus nociones claves.
Es claro que estamos lejos del fin de la historia del conocimiento humano. Dentro de unos siglos quizá se burlarán de lo que hoy creemos cierto y sagrado. Pero también estamos lejos del comienzo del saber humano. Mucho más lejos de lo que se cree. Reconozcamos que sin nuestra larga experiencia anterior como especie tratando de conocer, no habríamos llegado hasta aquí.
4- Pre-historia de las nociones. Está resultando muy revelador averiguar la pre-historia de las nociones que usamos. Cómo pudo suceder que muchas nociones, o al menos memes [Blackmore], surgieran operativamente hace millones de años en los animales, en los homínidos y en nuestros antecesores, mucho antes de que hubiese lenguaje, escritura y filósofos para comentarlos. Cómo fue posible que algunas nociones que solemos considerar propias de una muy elevada y sabia meditación conciente, en realidad han surgido de la experiencia de la especie, en sociedad, adaptada por la persona. Es decir, del barro de la evolución y de la experiencia en sociedad, y no tanto de sabios iluminados.

Entre muchas nociones generales que deberían ajustarse según los conocimientos actuales, solo mencionaré unas poquitas. Imposible desarrollar aquí cómo se originan. Sólo podré hacer algunas toscas sugerencias.
Cosas. Cosas sensibles. Objetos realistas de nuestro pensamiento. Cuerpos. Partes y eventos. Hechos concretos. Unidades de la realidad. Realidades. Cambiantes seres. Entidades. Nuestros sentidos, con amplios recursos, pero no infinitos, remontan las cadenas causales que les llegan, desde la realidad atendida, tratando de descubrir cómo es ella allí, en origen. Hacen miles de transformaciones, procesan la complejidad que admiten, hasta que pueda ser tema de nuestro pensamiento. Cosifican, convierten la rica realidad atendida en cosa pensable.
Entre los muchos procesos de cosificación, dividen la realidad al por menor, aunque ella sea en unos aspectos dividida y en otros aspectos sea unida. También es estabilizada como si pudiese ser perfectamente igual a sí misma más de un tiempo cero. No habría, quizá, cosas como solemos concebirlas, habría cambiantes-unidades-dentro-de-otras-cambiantes-unidades. La noción de unidad es diferente según consideremos los planos: orgánico, perceptivo, científico, funcional, u óntico. Lo que en una escala es una unidad, en otra escala es un conjunto de unidades.
Aspecto. Variable. Dimensión. Cualidad. Rasgo. Categoría. Los aspectos de la realidad que nuestros científicos, filósofos y vecinos consideran y utilizan en todos sus pensamientos y diálogos, no coinciden exactamente con los aspectos con que nuestros sentidos y cerebro nos hacen concebir la realidad. Y éstos tampoco coinciden exactamente con las facetas que la mismísima realidad tiene. Por ello, toda noción de un aspecto, si pretende ser realista, deberá seguir ajustándose a la realidad funcional. A lo largo de la pre-historia y de la historia, el contenido conceptual de cada variable de la realidad ha cambiado y seguirá cambiando. La primera rueda no fue la que mejor rueda. Especialmente, hay que ajustar y vincular los aspectos más básicos como: energía y vacío; movimiento y sustancia; espacio, tiempo, forma y contenido; volumen, distribución, carga, materia, masa, organización, etc. No somos capaces de percibir todos los aspectos de la realidad, ni en todas sus escalas, pero tenemos la falsa creencia de que los percibimos todos, y encima, tal cual son.
Escala. Cuantía. Extensión. Dimensión. Valor. Nivel de funcionamiento. Los hechos suceden en lo micro, en lo meso y en lo macro a la vez, estrechamente relacionados. La causalidad no respeta andariveles escalares. Pero las incapacidades de nuestros sentidos y cerebro nos hacen concebir los hechos en unas pocas escalas, omitiendo otras y, lo que es peor, sus relaciones reales.
Atender el lado escalar de la realidad permite acceder a una concepción del mundo mucho más realista y menos orgánicamente ingenua que la que hoy prevalece.
Y esté es mi tema hoy.
La vida nos lleva.-

La bibliografía del tema se ha vuelto muy abundante. Indico sólo algunos textos:
Adler, William Hart (y otros), «Fisiología del Ojo», Madrid, Mosby / Doyma Libros, 1994.
Bardier, Dardo, «De la Visión al Conocimiento», Montevideo, 2001.
Bardier, Dardo, «Escalas de la Realidad», Buenos Aires. Librosenred. 2007.
Bardier, Dardo, «El color y las escalas», Buenos Aires. Revista del GAC Nº 16, 2003.
Barlow Horace y otros, «Imagen y Conocimiento», Barcelona, Crítica, 1994.
Blackmore, Susan, «El poder de los memes», Barcelona, Investigación y Ciencia, diciembre 2000.
Cannon y Hunt, «Procesamiento de imágenes por ordenador», Investigación y Ciencia Nº 63, 1981.
Geldard, Frank, «Percepción del espacio y el tiempo por el sentido del tacto», I. y. C. Nº 120, 1986.
Kandel, Schwartz, Jessell, «Neurociencia y Conducta», Madrid, Prentice may, 2000.
Nassau, Kurt, «Las Causas del Color», Rev. Investigación y Ciencia Nº 51, 1980.
Nathans, Jeremy, «Genes para Ver los Colores», Rev. Investigación y Ciencia Nº 151, 1989.
Neuman, Eric A. y otro, «La “visión” infrarroja de las serpientes», Investigación y C. Nº 68, 1982.
Plomin y De Fries, «Genética y cognición», Investigación y Ciencia Nº 262, 1998.
Warnock, G. J., «La Filosofía de la Percepción», B. A., Fondo de Cultura Económica, 1974.
Wolfe, Jeremy M, «Procesos Visuales Ocultos», Investigación y Ciencia Nº 79, 1983.

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