miércoles, 14 de octubre de 2009

Nietzsche y el pensamiento de la muerte, por Andrea Díaz Genis

NIETZSCHE Y EL PENSAMIENTO DE LA MUERTE
Dra. Andrea Díaz
¿Que el pasado se vuelva a repetir, quién lo quiere? Quizás en los momentos mejores. Los peores, sólo si habilitaron mejores tiempos. ¿Pero qué sabemos nosotros del sutil encadenamiento de los acontecimientos, en qué medida unos inciden en los otros? Que el pasado no se repita, sin embargo es para los que han pasado por una situación límite, traumática, la mejor de las noticias, implica una especie de liberación. Escribe Frida Kalho en su diario antes de morir, "Espero alegre la salida y espero no volver jamás" . El que sufre ve a la muerte como liberación, y no quiere volver jamás a repetir lo mismo, a no ser que de lo que se trate es de volver a repetir los momentos buenos, plenos, felices; si el "repetir" es entendido como recuperar lo perdido gratificante de la vida, abundante, generoso, como Kierkegaard relata en el caso de su “pensador privado” Job, estamos hablando de otra cosa (Ver Kierkegaard, 1976). Pero Nietzsche habla de repetir lo mismo, y él era alguien que sufrió mucho, pero quería reprimir dentro de él todo sentimiento en contra de la vida. Su querer volver a repetir lo mismo implicaba al amor fati y a la voluntad de poder que crea al superhombre, en un momento preciso; después de la muerte de Dios, y más allá de un nihilismo pasivo imperante.
Ese "ya no puedo volver atrás", que tanto resentimiento causa en el ser humano según Nietzsche, es, para nosotros, tranquilizante Lo que pasó, pasó, para nuestro bien, para nuestro mal, ahora sólo tenemos que mirar hacia delante, hacia lo que no sé todavía, pero seguro que no es lo que ya pasó, es algo distinto, aunque pueda ser mejor o peor. Lo que fue no se va a volver a repetir, no voy a sentir infinitas veces, el dolor que me causó el accidente diría Frida Kalho, ni el dolor que me causó Diego Rivera, etc. Tampoco el placer que implicaba pintar o hacer el amor, etc. Pero ante el dolor, preferimos y elegimos que la vida sea una, en su originalidad, y heterogeneidad, en su irrepetibilidad e irreversibilidad.
Como lo que nos espera es incierto - no lo maneja la persona, aunque esta pueda tener la ilusión de que así lo haga, y actuar toda su vida como si las cosas que pasaran fueran consecuencias de sus actos, aunque en parte o en cierta medida puedan serlo -, esto constituye una cierta liberación. Nos puede esperar la buena o mala fortuna, pero no lo mismo. El devenir, el que todo pase, el que seamos seres finitos, ¿cuál es el problema en esto? ¿Es que nos creemos tan importantes para querer perdurar ? Inclusive, si hablamos de la humanidad toda, se ha predestinado una y otra vez su término, como consecuencia de su propio modo de vida; debido a su propia manera de relacionarse con la naturaleza y los demás seres, o por obra del azar. No importa por lo que sea, ¿no es creernos muy importantes, eso de querer perdurar?
¿No es de igual manera una idea fuerte, -a modo de la idea del eterno retorno nietzscheano -, saber que vamos a pasar, que vamos a morir, que es y puede ser muy breve el tiempo que nos queda? Y que en términos de infinito (si es que podemos hablar así) somos una nada insignificante, aunque somos todo lo que tenemos, lo más importante para nosotros. Saber que el pasado fue, y no se va a volver a repetir, implica un descanso, una buena nueva para los que han sufrido. Saber que la vida es finita, breve, también implica un acicate para vivirla a fondo, vivir como si fuéramos a morir mañana (cosa más que cierta e incluso más creíble que la idea del eterno retorno), pues no lo sabemos, no sabemos cuándo vamos morir (puede ser en cualquier instante y por cualquier motivo, desde el punto de partida de que somos mortales) y por otra parte estamos "muriendo" a cada segundo. Envejecemos, nos deterioramos. Desde que nacemos, nacemos para morir.
Pero todo es interpretación, según cómo entendamos esta dialéctica vida-muerte, vivimos, vamos a vivir. Lo cierto es que no podemos entenderlas separadas, vida y muerte forman parte de lo mismo: la vida humana. Luego, nos podemos preguntar ¿por qué hemos de vivir cada segundo como si fuera el último? Quizás otros elijan, o ni siquiera lo elijan, ni siquiera lo piensen, que sólo se trata de pasar, así como pasan las estaciones, los días, las horas. No hacer nada, no poner ninguna intensidad, dejarse llevar. O más radical aún, como dice Schopenhauer, suspender la voluntad de vivir, ya no desear, no proyectar, vivir o tratar de vivir sin deseo. Dejar pasar, descubrir que la voluntad es una ilusión que nos lastima, nos hace infelices, nos causa sufrimiento. Pero hay de cualquier manera aquí un querer no sufrir. Cuando no hay que querer simplemente. Todo este tema tiene que ver con la libertad y en eso coinciden tanto Nietzsche como Kierkegaard (está en juego la libertad). ¿Está en nuestras manos querer algo? Parece que no, si todo pasa sin nuestro consentimiento y es irreversible. Nosotros diríamos que lo que se puede cambiar, lo único que se puede cambiar es la mirada, no el mundo (y su finitud), como dice Wittgenstein al final de su Tractatus. Claro que cambiar la mirada acerca del mundo es cambiar el mundo, las ideas son muy poderosas. Y no nos referimos solo a ideas como argumentaciones, sino como pensamientos que pueden tener un fundamento muy irracional si se quiere. "Lo que no me mata me hace más fuerte" dice Nietzsche en su Ecce homo(EH) Todo depende a través del cristal por el cuál se lo mire. Entonces, eso que queríamos que pase, se transforma en otra cosa, en algo que fue, que pasó, pero forma parte de nuestro presente, que lo hacemos presente de tal manera de que no nos lastime, de que nos haga bien, a pesar de todo su mal.
¿Y qué problema con el pasar, por qué esa ansia de lo eterno? Que todo pase, también nosotros, ¿pues, por qué habríamos de perdurar? ¿Por qué no aceptar que morimos, y damos paso a otras generaciones, y ellas a su vez a otras que se van perdiendo en el tiempo? Que nuestra vida sea efímera, depende de qué punto de vista se vea, nosotros creemos que no es efímera, o puede no serlo, pues es lo más importante para nosotros, el punto o la condición a partir de lo cual todo nos es dado, incluyendo la muerte. ¿Por qué ese miedo a morir, o esa angustia a la nada de la que habla Kierkegaard en El Concepto De La Angustia? Si la muerte es nada, no hay nada de que temer. Podría ser entendida dicha nada, como que toda muerte es descanso, es término de una experiencia y ya. Recordemos aquellas disquisiciones que hace Sócrates acerca de la muerte en la Apología y en el Fedón (donde aparece una postura menos dubitativa acerca de la muerte donde se puede entrever una mayor participación de las propias ideas de Platón). ¿Por qué tanto miedo a acabar? ¿Será ese famoso apego de los que hablan tanto los budistas, el que queramos perdurar, ese no querer "soltarse" de la vida?
También Platón, a través de su maestro Sócrates, habla en cierta forma de ese desapego, cuando dice que la filosofía es un aprendizaje acerca de la muerte, es decir, una aprendizaje que permite que el alma vaya separándose del cuerpo, en cierta forma también desprendernos de la dimensión material de la vida. Pues es el alma la que perdura. Y queramos aprender o no a morir, igual morimos, morimos a cada segundo. Serrat dice en alguna de sus canciones, que le gusta el canto y el baile pues le hacen olvidarse de la muerte. Sin embargo, ¿esa conciencia, no teórica, no lógica, sino existencial y vivencial de la propia muerte, nos aporta algo que no sea sólo sufrimiento? Todo depende de cómo veamos a la muerte. Pero la muerte puede tener el mismo peso o mayor aún, que la idea del eterno retorno en Nietzsche. No necesitamos vivir como si la vida se volviese a repetir, pues tenemos la muerte. ¿Y si nos hacemos amigos/as de nuestra muerte, si la vemos como un acicate que nos habla de nuestra precariedad, de nuestra brevedad, de que nadie sabe la hora ni el momento, pues puede llegar en cualquier instante? Si sabemos eso, y repetimos (no como un saber que nos aplasta e inmoviliza), ¡vive ahora!, pues mañana no se sabe si no estarás muerto. Y eso no implica necesariamente que cumplamos o queramos llevar a cabo todos nuestros deseos, sino que simplemente cortemos ese pan, bebamos ese vino, o que vivamos todo aquello que vivimos hoy, en este instante, no como quien quiere que pase, sino como quien sólo tiene eso, y ese es el mejor de sus mundos, o tiene que lograr que sea el mejor de sus mundos, pues mañana no se sabe.
Estaríamos de acuerdo con Nietzsche en que la idea de la trascendencia, entorpece, no ayuda, no fortifica los músculos de la vida. Pero quién sabe, es claramente la idea más influyente de todas. La mayoría de los seres humanos creen en un Dios (es decir no son ateos) y por lo tanto en la mayoría de los casos creen en algún tipo de trascendencia, sean cristianos, musulmanes, o afroumbandistas. La idea de la trascendencia es una idea poderosa. No sólo en cuanto que la mayoría cree en ella, sino en cuanto ayuda a vivir, ayuda de alguna manera a soportar el temor a la muerte, a hacer frente al sufrimiento y la desesperación. No queremos aniquilar esta idea, o ayudar a su aniquilación (auque esto fuera posible, no es nuestra intención), y menos, si no tenemos la fuerza luego de sostener los resultados que puede tener esta desaparición. Es decir, si no nos podemos hacer cargo de las consecuencias. Quizás se trata de dar una alternativa, incluso, que raramente puede ser sostenida aun al lado de la idea de trascendencia, puesto que aún si no creemos o no estamos seguros de "trascender", de que hay un más allá" de esta vida; la idea de que la vida es breve y de que morimos a cada segundo (sin eterno retorno, aun sin eternidad, esta vida breve, pero significativa para nosotros), la idea de la muerte lejos de consumirnos y desesperarnos, puede darnos esperanza.
Nosotros creemos que lo que mata pero con muerte para nosotros indeseable (una muerte que no elegimos, una muerte que no mata del todo, que nos mantiene vivos en un sufrimiento sin salida), esa muerte que no deja descansar, es la pérdida de esperanza, entendiendo la esperanza como la posibilidad a secas, o como la posibilidad de otro horizonte posible. Es la ausencia de otro horizonte posible, dentro del horizonte de la vida, que es al menos nuestro límite. Pero siempre hay posibilidad de otra mirada. Para Funes el memorioso, (personaje de un cuento de J.L Borges, que aparece en Ficciones) su accidente en el caballo que lo dejó además de tullido, sin capacidad de pensar (es decir de generalizar, nos dice Borges) era para el personaje, "lo mejor que le había pasado en su vida". Todas las cosas que recordaba Funes, todas las que podía ver (aunque este personaje sea strictu sensu imposible) le dieron una vida vertiginosa, consideraba que su anterior vida era pobre al lado de la de ahora: una impresionante capacidad de "mirar" y recordar la "realidad".
Claro que hay un límite, pero ese límite también lo podemos dar nosotros. Nosotros si llegamos a esa muerte que no queremos, la muerte que no nos deja descansar, que no nos da horizontes, a esa muerte en vida, siempre podemos optar por esa automuerte (que las religiones que creen en la trascendencia no permiten), que nos lleva a la otra muerte, que vista desde la desesperación, es una fuente de liberación y descanso. Hasta en ese momento, dentro del horizonte de la vida, hay una chance, hay una esperanza, podemos acabar con todo, podemos morir. Y esto está muy lejos de ser una posición pesimista, es un defensa de la vida, hasta donde ésta sea tolerable para el existente, que es, en definitiva, quien más importa, pues esta decisión de vida o muerte, que implica un modo de respuesta radical a la pregunta si la vida vale la pena ser vivida, como decía Camus, en su Mito de Sísifo, nadie nos la puede quitar. Nadie es propietario de nuestra propia vida, ni el Estado, ni la pareja, ni los hijos, ni Dios. Por eso nosotros somos partidarios de la eutanasia, y no ya del suicidio, pues es una palabra con connotaciones negativas, sino de una "automuerte" (realizada por uno mismo o con ayuda de otros, pero a partir de una decisión propia, de una persona en situación de poder elegir ). La persona tiene que poder determinar para sí, qué es vida, y lo que ya no lo es. Para nosotros, cuando no hay esperanza, eso no es vida, por ejemplo. Cuando ya el sufrimiento es mucho, y la balanza va casi toda de ese lado, y no hay esperanza de salir de esa situación, eso no es vida. En fin, esta defensa irracional de la vida que ha hecho Occidente (cuando por otro lado se fomenta la guerra y la destrucción), asentado en bases judeocristianas, a como de lugar, nos parece nefasta y lo más irracional de todo. El ser humano tiene derecho a anticipar su muerte natural cuando ya no soporta su vida. Habría que poder distinguir este tema como problema filosófico, o como la decisión más radical que puede tomar el ser humano, del tema psicológico, o de la enfermedad mental. Es un tema delicado y del que no queremos extendernos aquí, pero la muerte es también un derecho, no sólo una condición natural que llega por sí sola. Hay sufrimientos de los que se salen airosos, pero otros que aniquilan si aniquilar del todo (nos referimos tanto al plano físico como al psicológico o espiritual), y nadie tiene derecho a pedirle a otro que sostenga esta situación cuando ni el mismo lo haría, o cuando ni siquiera puede imaginarse esa situación, ponerse en el lugar del otro.
Cuando es mejor estar muerto que vivo, el ser humano puede por su propia voluntad decir que sí a la muerte, como lo más esperanzador que tiene, como lo único que le queda, si es que no queda nada, o si es que lo que queda no lo soporta.
Y EL PENSAMIENTO DE LA VIDA
“Que vuestro morir no sea una blasfemia contra el hombre y contra la tierra, amigos míos: esto es lo que yo pido a la miel de vuestra alma”
Así habló Zaratustra

Creemos que el texto anterior debe ser respondido de alguna manera por Nietzsche, o dicho de otra manera, por nuestra interpretación de Nietzsche. Lo que antecede aparece como un intento, aproximado al menos, de una "refutación" de la idea del eterno retorno nietzscheana en su sentido ético-existencial, tal como la venimos tratando hasta ahora. En el aforismo 278 de La gaya ciencia Nietzsche trabaja sobre nuestro tema bajo el título: El pensamiento de la muerte. No podemos tratar aquí la idea de muerte en Nietzsche, porque sería ahora mismo imposible. Pero este texto es sumamente interesante que lo analicemos, porque allí creemos que está la clave de por qué no le basta a nuestro autor con la idea de la muerte para vivir en el sentido que plantea el eterno retorno. Vamos a citar este aforismo que no tiene desperdicio y que muestra en todo su esplendor la capacidad literaria de nuestro autor:

El pensamiento de la muerte. Siento una melancólica felicidad al vivir en medio de esta maraña de callejuelas, de necesidades, de voces: ¡cuánta fruición, impaciencia y apetito, cuánta vida sedienta y embriaguez de vida sale a la luz en cada instante! Y, sin embargo, ¡qué gran silencio reinará pronto alrededor de todos esos hombre ruidosos, vivos y sedientos de vida! ¡Cada uno de ellos lleva tras de sí su sombra, su oscuro compañero de camino! Es siempre como en el último instante previo a la partida de un barco de emigrantes: tienen más que decirse uno a otros que nunca, el tiempo apremia, el océano y su vacío silencio esperan impacientes detrás de todo ese ruido, tan ávidos, tan seguros de su botín. Y todos, todos piensan que lo que han tenido hasta ese momento no es nada, o es poco, y que el futuro cercano lo es todo: ¡y de ahí esa premura, ese griterío, ese ensordecerse unos a otros y aprovecharse unos de otros¡ Todos quieren ser los primeros en este futuro, ¡y sin embargo la muerte y el silencio de los muertos es, de ese futuro, lo único seguro y lo común a todos¡ ¡Qué raro que esta única seguridad y comunidad no tenga casi poder alguno sobre las personas, y que de nada estén más lejos que de sentirse como la cofradía de la muerte! ¡Me hace feliz ver que los hombres no quieren en modo alguno pensar el pensamiento de la muerte! Me gustaría emprender algo que les hiciese cien veces más digno de ser pensado el pensamiento de la vida (GC:268, las cursivas no son nuestras).

Hermoso texto que presenta en forma condensada, lo que es para nosotros la esencia del pensamiento del retorno: justamente esa idea que se le aparece a Nietzsche como cien veces más digna de ser pensada que el pensamiento de la muerte; el pensamiento de la vida. La vida del instante, el del aquí y ahora. Precisamente en este texto también se muestra la relatividad del tiempo, la voracidad del pasaje y el transcurso, esa insatisfacción también descripta por su maestro Schopenhauer del deseo que se consume a sí mismo en su querer siempre más y nunca contentarse con lo que se tiene. Lo mejor está mañana, está por venir, pero el futuro no existe, y el pasado ya no es, y el presente es sólo un pretexto que espera por algo mejor y que tampoco vale por sí mismo. Lo único seguro es la destrucción, el desgaste y la muerte. Todos llevamos tras de nosotros la amenazante sombra de la muerte, pero vivimos gracias al olvido (el olvido es lo más sano, siempre va en sentido de la fuerza) de esa compañera segura. Podemos escuchar ese bullicio y ese griterío, ese entusiasmo de los emigrantes previos a la partida (imagen tan perfecta y bella, por otra parte, de lo que quiere significar nuestro filósofo), gracias al olvido. Griterío de la vida, frente a su opuesto, el silencio de la muerte. Luz de la vida, frente a la oscuridad de la muerte. La muerte no alcanza a tener poder alguno sobre los vivos, siendo en realidad la única que tiene seguramente poder sobre ellos, entendida como muerte final, límite total sobre nuestra vida, acabamiento. Lo más digno de ser pensado, es precisamente lo que aparece en el aforismo 341 de La gaya ciencia, el eterno retorno como posibilidad. La vida que se afirma a sí mismo en el olvido de la muerte próxima. Incluso frente a la muerte, como recomienda...el hijo de Kenztaburo Oé a su abuela, "que tengas una buena muerte". Quizás lo mismo recomendaría Nietzsche aunque por distintas razones. Que tengas una buena muerte, como parte de la vida, que llegues lo mejor posible a tu muerte, como si esta se fuera a repetir. Pues aun en este instante se trata de afirmar la vida, y no de negarla, aunque se vaya a acabar, pues mientras no se acaba es vida, y así la quiero como dice en el Zaratustra. Nuestra posición es que la muerte nos permitiría vivir con la intensidad que promueve la idea del eterno retorno, pero Nietzsche difiere de esta idea. Parecería que hay que olvidar la idea de la muerte, porque inmoviliza, porque frente a ella todo pierde sentido. Forma parte de la salud el olvido también de la muerte, pues lo que hay que afirmar es la vida, aunque la vida no es sin el trasfondo de la muerte. El bullicio sin el silencio, la luz sin la oscuridad. La voluntad de poder se paraliza frente a la muerte, entendida como pasado en el Zaratustra, comprendida como un determinismo sin libertad. El como si del eterno retorno afirma la vida y no la muerte, el peso en la muerte nos enfrenta a la irreversibilidad. El eterno retorno quiere poner el acento en la reversibilidad de la irreversibilidad, aunque parezca un juego de palabras contradictorio. Así fue, peor así lo quise, como dice Nietzsche en De la Redención del Zaratustra. Aun frente a lo que no puedo cambiar, lo que puedo hacer es elegirlo, como si se fuera a repetir. El eterno retorno nos pide responsabilidades. La muerte no nos deja espacio para la responsabilidad, sólo para la aceptación, resignación, algo que quiere rechazar el superhombre. El acento está en el puedo, no en el ya no puedo, o ya no voy a poder más, de la muerte. La muerte es una voluntad de no poder, cuando lo que se trata de afirmar es la voluntad de poder. Dentro de las ideas posibles del tiempo, o de las formas posibles de relacionarnos con el tiempo, es sin lugar a dudas la idea del eterno retorno, la más consustancial a la idea de la voluntad de poder. Es en ese sentido que a Nietzsche no le interesa poner el acento en el pensamiento de la muerte, sino en el pensamiento de la vida. ¡Que se repita!, incluso la muerte, porque si se repite no es muerte del todo, es vida, entonces puede.
Y EL PENSAMIENTO DE LA MUERTE…
Pero lo cierto es que la muerte y la idea de la muerte están allí presentes desde los albores de la humanidad y entre tantas definiciones posibles de lo humano, quizás esta sea una, nos caracterizamos por ser los seres que pensamos el pensamiento de la muerte. Porque como bien lo muestra Unamuno: "(...) tú y yo y Spinoza, queremos no morirnos nunca, y que éste nuestro anhelo de nunca morirnos es nuestra esencia actual" (1990:6). Unamuno se empeña en pensar el pensamiento de la muerte, y nos deja unos de los textos más hermosos y quizás “escalofriantes” sobre es sentimiento trágico:
Recógete, lector, en ti mismo, y figúrate un lento deshacerte de ti mismo, en que la luz se te apague, se te enmudezcan las cosas y no te den sonido, envolviéndote en silencio; se te derritan de entre las manos los objetos asideros, se te escurra de bajo los pies el piso, se te desvanezcan como en desmayo los recuerdos, se te vaya disipando todo en nada y disipándote también tú, y no aun en la conciencia de la nada te quede siquiera como fantástico agarradero de una sombra (:25).
La verdad es que la humanidad no ha podido dejar de pensar el pensamiento de la muerte. Esto lo muestra un con una radicalidad impresionante, un poema perteneciente a una de las civilizaciones más antiguas de la humanidad; Gilgamesh o la angustia por la muerte (2000). Fue encontrado en las ruinas de Nínive, entre las tablillas de una colección de obras literarias conocida como la Biblioteca de Asurbanipal de Asiria, que reinó del año 668 al 627 AC.
Antes de ser raptado por la imaginación popular, Gilgamesh era un personaje histórico de carne y hueso. Gilgamesh es presentado como un rey que tiene una verdadera obsesión por la muerte. Gligamesh rey tiránico y en este sentido deshumanizado, inicia un proceso de humanización por la amistad de Enkidú, pero deberá vivir la muerte de su amigo para tomar conciencia de la intrascendencia humana y lograr el fracaso de su intento de la inmortalidad. La angustia del hombre intrascendente por la muerte, presente en todas las épocas de la humanidad, está pintada en el poema acadio con trazos de una verdad profundamente humana. Vayamos a ver sólo algunos fragmentos del poema para relacionarlos con nuestra problemática:
Gilgamesh “vive” la muerte, a través de la muerte de su amigo Enkidú:

Por su amigo, Enkidú
Gilgamesh
Lloraba amargamente y erraba
por la estepa.
¿No moriré acaso yo también
como Enkidú?
Me ha entrado en el vientre
la ansiedad.
Aterrado por la muerte,
vago por la estepa (2000:137).

En otra oportunidad dice:
Enkidú a quien tanto amé,
quien conmigo pasó tantas pruebas,
Llegó a su fin,
destino de la humanidad¡
Seis días y siete noches lloré por él,
y no le di sepultura
hasta que de su nariz
cayeron los gusanos.
¡Tengo miedo a la muerte y aterrado
vago por la estepa!
¡Lo que le sucedió a mi amigo
me sucederá a mí! (...)
¿Cómo podría callarme yo,
cómo quedar silencioso?
Mi amigo, a quien amaba,
Ha vuelto al barro;
Enkidú, a quien amaba,
Ha vuelto al barro.
¿No habré yo de sucumbir, como él?
Nunca jamás me habré yo de levantar ? (2000:153, las cursivas no son nuestras).

Vivimos la muerte como fatalidad, como fin de todo. Y no se trata sólo de la muerte como dice Epicteto, sino de la interpretación que le damos a la muerte. No podemos vivenciar la propia muerte, pero la “vivimos”, la “recreamos” a través de la muerte de los otros, de los que queremos. Allí comprendemos, por evidencia, por un simple mecanismo de deducción, que aquello que le paso a él o a ella, mi amigo, un igual que yo, puede sucederme a mi. Allí comprende el héroe la intrascendencia de la vida. Todo pasa, todo tiene un fin, todo retorna a aquello de donde vino, el barro, la sustancia inorgánica.
Nos lamentamos que todo sea así, que todo termine en nada. Una muerte que puede ser súbita, inesperada. En el fondo nos creemos inmortales, hasta que presenciamos la muerte de los otros...

(Se quiebra) aun el joven lleno de salud, aun la joven llena de salud.
................
No hay quien haya
visto la muerte.
A la muerte nadie
Le ha visto la cara.
A la muerte nadie
Le ha oído la voz.
Pero, cruel, quiebra la muerte
a los hombres.
¿Por cuánto tiempo
construimos una casa?
¿Por cuánto tiempo
sellamos los contratos?
¿Por cuánto tiempo
los hermanos comparten lo heredado?
¿Por cuánto tiempo
perdura el odio en la tierra?
¿Por cuánto tiempo sube el río
y corre su crecida?
Las efímeras que van a la deriva
sobre el río,
(apenas) sus caras ven
las caras del sol,
cuándo, pronto,
no queda ya ninguna. (2000:160-161, las cursivas no son nuestras).

A la muerte nadie le ha visto la cara, la muerte es algo desconocido y por eso le tememos, sólo vemos a aquel cuya muerte nos impacta y por eso sabemos que a nosotros también nos ha de pasar. La muerte tiene que ver con la sucesión del tiempo, el paso del tiempo, que hace todo efímero, no perdurable, que implica pasaje, desgaste y finalmente muerte. ¿Si todo pasa, si nada queda, cuál es entonces el sentido de la existencia? Este problema se lo van a plantear los presocráticos, y de alguna manera va a ser retomado por Nietzsche. El hombre de la Grecia antigua, el hombre de todas las épocas que de alguna manera recogen esa tradición, esa problemática, se siente de alguna manera frustrado ante el fluir del tiempo, ante la incapacidad de retener el fluir, el pasaje de las cosas. Si todo fluye, si todo pasa, ¿qué sentido tiene la existencia?, se preguntaba Anaximandro. ¿Algo permanece en el eterno fluir? ¿Y si lo que permanece es el fluir mismo? ¿Si el ser es devenir, como finalmente concluye el Nietzsche heracliteano? Desde un punto de vista ontológico una manera de entender lo permanente en el eterno fluir, es precisamente el eterno retorno.
Gilgamesh busca la planta de la eterna juventud, la encuentre pero una vez que se duerme se la roba la serpiente, que inmediatamente cambia de piel. El hombre ansía desde tiempos ancestrales, impedir el paso del tiempo y el desgaste, recuperar la juventud perdida, el vigor. Sobre todo impedir que el tiempo pase, lograr la juventud eterna.
De alguna manera, la temática del eterno retorno de lo mismo, se coloca, se pone, en el marco de esta necesidad. Si todo lo que vivimos, se vuelve a repetir, la muerte existe, pero no es absoluta. Volvemos a vivir y a morir y así infinitamente, en la rueda del tiempo. El eterno retorno de lo mismo, se transforma así, en una forma de pervivir, de ser eterno en el tiempo, aunque sea como posibilidad, como pensamiento que pone su acento en la vida, y no en la muerte. ¿Pero puede la muerte y el pensamiento de la muerte entenderse como un modo de salvación o de liberación del dolor? ¿Qué piensa Nietzsche sobre esto?
POR UNA MUERTE LIBRE
La idea de la “muerte libre”, es un concepto bien interesante que aparece en el pensamiento nietzscheano y sobre el que queremos abundar un poco. Hay dos textos en los que nos vamos a apoyar, uno es el “De la muerte libre” de Así hablo Zaratrustra (Za, pp.118-121) y el otro es “Moral para médicos” de El crepúsculo de los ídolos (CI, pp.116-117). En éste último texto dice Nietzsche: “Morir con orgullo cuando ya no es posible vivir con orgullo. La muerte elegida libremente, la muerte realizada a tiempo con lucidez y alegría, entre hijos y testigos: de modo que aún resulte posible una despedida real, a la que asista todavía aquel que se despide”(:116). En este sentido, el filósofo que pide atención a la vida, está de acuerdo con la muerte elegida, una muerte digna, aquella muerte que no constituya una objeción contra la vida. Es partidario también, en este sentido, de una “automuerte”, una muerte libre, y no una muerte a “destiempo”, esto es, una muerte no elegida. Y esto es por amor a la vida y no a la muerte. En este sentido estaría habilitando el suicidio, como una forma más bien de eutanasia: “No está en nuestras manos impedir haber nacido: pero este error-pues a veces es un error-podemos enmendarlo. Cuando uno se suprime a sí mismo hace la cosa más estimable que existe: con ello casi merece vivir…”(:117). Se trata el suicidio en este caso, de una defensa de la vida a ultranza, hasta donde esta vale la pena ser vivida, esto es a lo que se refiere Zaratustra cuando habla de morir a tiempo: “Muchos mueren demasiado tarde, y algunos mueren demasiado pronto. Todavía sueña extraña esta doctrina: “¡Muere a tiempo¡””(:118). Morir a tiempo es lo que Zaratustra enseña, nos dice Nietzsche. El eterno retorno necesitó a un maestro, necesitó a Zaratustra. Ese maestro necesito una muerte que afirme la vida, un vivir la muerte tal y como “si se fuere a repetir”, una muerte que nos permita afirmarnos a nosotros en la vida. Tratar de que “no se malogre el morir”, de eso se trata. Estamos convencidos junto a Zaratrusta de ello. Termina diciendo:
Que vuestro morir no sea una blasfemia contra el hombre y contra la tierra, amigos míos: esto es lo que yo le pido a la miel de vuestra alma.
En vuestro morir deben seguir brillando vuestro espíritu y vuestra virtud, cual luz vespertina en torno a la tierra: de lo contrario, se os hará malogrado el morir.
Así quiero morir yo también, para que vosotros, amigos, améis más la tierra, por amor a mí; y quiero volver a ser tierra, para reposar en aquella luz que me dio a la luz
EL PENSAMIENTO DE LA VIDA, Y EL PENSAMIENTO DE LA MUERTE
Nietzsche no quiere que el centro de nuestra vida gire alrededor del pensamiento de la muerte, quiere evitar lo “reactivo” de este pensamiento, lo inmovilizante de sus consecuencias, sin embargo, el tuvo que pensar el pensamiento de la muerte, porque por un lado, no puede existir un pensamiento de la vida sin el pensamiento de la muerte y por otro, el somos cuerpo de Nietzsche implica también una conciencia de nuestra finitud y nuestra precariedad y por otra parte el dolor y la muerte lo rodearon desde muy pequeño. Queremos volver otra vez hacia aquellos que sufren, aquellos que pasan por una situación límite de enfermedad y de dolor en sus vidas y que pierden la inocencia de los “sanos”, esa ingenuidad, existencial y no lógica sobre la seguridad de que lo que nos espera mañana es la vida y no la muerte, aunque de hecho todos en algún momento de nuestras vida perdemos esa inocencia. Se nos ocurre pensar en aquellos que deben vivir a partir de la conciencia de que no hay futuro, que lo único que les queda es el aquí y ahora. Y hay que pensar cómo se puede seguir viviendo después de haber perdido esa confianza en la salud y en la vida. Repito, Nietzsche quiere pensar un pensamiento 100 veces más digno de ser pensado que el pensamiento de la muerte, pero él estuvo a atravesado por este pensamiento. Creemos que lo que quiere Nietzsche es afirmarse en el pensamiento de la vida a pesar de toda su muerte. Tenemos que pensar y Nietzsche nos puede ayudar en eso, cómo desde el dolor, y la extrema vulnerabilidad, se puede seguir pensando en el pensamiento de la vida. Y ése es sin lugar a dudas un acto de heroísmo. Es un acto de heroísmo, pensar el pensamiento del eterno retorno, que es el pensamiento más horrible de ser pensado para alguien que sufre y es conciente de la vulnerabilidad de todo de lo humano.
Pues no hay pensamiento más vital que el pensamiento del “sobreviviente”, ni vida más intensa que la del que tiene conciencia de la muerte y con ella de la precariedad de la existencia humana. Si este pensamiento no le aplasta claro está, o inmoviliza, puede constituirse en un motor para el vivir más intenso.
Porque frente a la muerte hay que buscar las fuentes de la vida, frente al dolor las fuentes del placer. La concomitancia de existencia y significado que nos exige el eterno retorno, nos recuerda que para vivir, necesitamos, de la risa, de la danza, del arte, pero también de la amistad, el amor, la solidaridad, la compasión (esto último va más bien por nuestra cuenta). Sólo el niño es capaz del santo decir si, y del olvido que requiere una vida a partir del eterno retorno. Pero el trasfondo de valoración de la figura del niño surge de la superación de la vida del camello y del león . Sólo se llega a ser niño luego de haber superado la idea de la muerte como carga, y después de haber sido capaz de comenzar a crear un sitio y una actitud desde donde sea posible crear nuevos valores (y esto es lo que pretende el eterno retorno, como idea ético transformadora). Podrìamos seguir hablando de la figura del niño como aquel que no carga con el pasado, como aquel que es capaz de mirar la vida dejando de lado la mala conciencia y el resentimiento. El niño es el que es también capaz de olvidar, pensemos en los niños que aunque rodeados por la muerte, la violencia, y el hambre, aun son capaces de seguir siendo niños, de mostrar la despreocupación y alegría de vivir, Las tres palabras del ideal ascético representado por el Camello en las Tres transformaciones son la pobreza, la humildad y la castidad. Frente a ellas, el niño representa la riqueza, en el sentido de abundancia de vida, orgullo en el sentido de fuerza, capacidad de instaurar valores, y goce en el sentido de juego, creación, plenitud y placer.
Pero el eterno retorno del niño no es negación del la muerte, y del sufrimiento, sino de lo reactivo que puede generar esos pensamientos, si se piensan de una manera nihilista. El pensamiento del eterno retorno debe ser pensado en Nietzsche para ser justos con la radicalidad de su pensamiento, como el sí quiero a la vida, desde el trasfondo de la muerte. Por eso hay que vivir una vida, es que no sea necesario el suicido, hay que vivir una vida capaz de pensarse la eternidad para cada cosa, hay que vivir una vida…, la cosa más difícil. Y el pensamiento del eterno retorno también debe pasar por las tres transformaciones y ser capaz de decir si a la vida con todo su dolor, y ser capaz de decir si al placer con todo su displacer, es decir, ha de poder llegar a ser niño para ser querido. Pues si se ha dicho si a un placer, se ha dicho sí a un dolor, todo está trabado, enamorado como se dice en el Zaratustra. Así como el placer está trabado al dolor, la muerte a la vida, cuando le digo sí a la vida, le digo sí a la muerte. Sin embargo el peso de la existencia debe estar orientado en lograr una mejor vida, una vida ascendente, una vida a partir del sentimiento de la fuerza a pesar de toda su debilidad. Lo que nos pide Nietzsche a través de la idea del eterno retorno es la cosa más difícil del mundo, y que refleja el pensamiento trágico en toda su profundidad. Por eso debemos pensar el pensamiento del eterno retorno en su más extremo abismal, recordar siempre el eterno retorno de los que sufren de los que se enferman, de los que pasar por una situación límite de los que están en medio de la muerte y el dolor. ¿Cómo decir da capo, otra vez a todo, como dice Nietzsche en MBM después de esto? En ello, creo que se nos presenta una de los retos más importantes que podemos pensar a partir de Nietzsche. Pensar el pensamiento de la vida, ligado al pensamiento de la muerte, pensar el pensamiento del placer ligado al el dolor. Pasar la prueba del eterno retorno, implica afirmar la vida con todo lo que ella tiene. El reto más difícil es para quienes sufren y tienen a veces como última esperanza a la misma muerte. Y en esto nos parece constituye la piedad del filósofo o de la filósofa trágica y la vez su mayor acto de heroísmo: en tratar de seguir pensando el pensamiento de la vida en su más extrema negación, como fue la vida de Nietzsche, sin recurrir al mundo de la trascendencia. Ése el gran reto que nos deja Nietzsche, como pensar la salud sin negar la enfermedad, el placer sin negar el dolor, la alegría sin volverle la cara a la tristeza. Cómo pensar la vida, como afirmar la vida, que implica afirmar también toda su muerte y dolor.
No hemos de sufrir por el dolor, y la muerte, por las grandes batallas, que nos dejan como legado el ser ese que somos, la vida ésta que tenemos. Esto implica ingresar la tragedia a nuestra vida, la conciliación de los opuestos en el mismo sentido que lo propone Heráclito. La idea del eterno retorno, supone una idea de sabiduría, precisamente la sabiduría trágica (ver, EH, 78). Volvemos entonces a considerar a la filosofía como amor a la sabiduría, pero también como sabiduría del amor. Amor (philein), como aquello que concilia y une, no separa, integra. También amor como deseo de lo que no se posee, de una sabiduría (sophia), que debemos conquistar continuamente, porque nuevamente la tenemos que perder, ¿qué es lo que debemos conquistar? La sabiduría de la aceptación, del querer lo que somos, en todo su espectro, del querer el querer, pues ese es el motor de toda existencia. En aceptar la vida, y afirmarla en todas sus circunstancias, no sólo aceptarla sino amarla (amor fati). El filósofo trágico, ha de enseñar a amar la tierra, a no negar el dolor y la enfermedad; a saber que la salud es algo que se conquista y no que se tiene (ver EH: 106), pues una y otra vez ha de entregarse la salud, para obtener una nueva y más poderosa que no supone para nada la ausencia de enfermedad.
Dice Nehamas:
..si nuestra vida requiere una salvación, debe encontrarla ahora, no en un más allá concreto. El “otro” mundo constituye para Nietzsche tanto una imposibilidad conceptual como una engañosa falsedad (:190)
La idea del eterno retorno está muy ligada a la idea de sabiduría trágica. Nos remonta a la filosofía de los antiguos griegos, en donde no se veía a la filosofía sólo como teoría, sino como el acuerdo entre el pensamiento y vida. Nietzsche accede a la filosofía, no por la puerta de las “especulaciones metafísicas”, sino a través de una concepción profunda de la vida filosófica. La voluntad del filósofo es una voluntad de crear, es una voluntad de poder. Este filósofo- creador es un filósofo artista; la filosofía como un modo de vida trágico, a servicio de la afirmación y la voluntad de poder. Algunos pondrían como objeción a su filosofía, la locura de Nietzsche , más bien queremos hacer notar que si bien tuvo que soportar los más terribles sufrimientos desde muy joven, llegó a elaborar una filosofía que se permite pensar como acto supremo de afirmación de la vida la idea del retorno. De esta manera transformó a través de su obra una “biografía de sufrimiento” (Lou Andreas Salomé) en un “himno a la vida”. Pues hay que poder pensar en la posibilidad del eterno retorno en su extremo más terrible, el eterno retorno del sufrimiento, la enfermedad, y la desdicha. Creemos que la idea del eterno retorno como posibilidad y como filosofía de la vida, ahora sí en un sentido literal, filosofía de la vida y hacia la vida, como ética práctica, ayudaría a mejorar la vida. Nos daría un argumento fuerte, no cristiano, para evitar el suicidio, para vivir plenamente, para responsabilizarnos totalmente de lo que somos. Pero también un argumento fuerte en favor de la eutanasia, para suspender la vida, cuando ya no es vida.
El eterno retorno de todas las cosas implica según Salomé, la divinización del filósofo creador:
Solamente la voluntad redentora del superhombre le confiere al universo un fin y un “sentido”; el circuito que es el eje en torno al cual gravita el universo todo; por él la idea del Eterno Retorno deja de ser un hipótesis y se transforma en realidad (2000:146).
Sólo el superhombre, que podemos ser cualquier de nosotros, es capaz de vivir esta filosofía del eterno retorno de lo mismo, dar fin y sentido, plenitud a la vida, porque en definitiva vivir, vivir a fondo, en un acto supremo de afirmación de la voluntad creadora.
En este contexto, pensamos que no somos originales al decir que la tarea fundamental de la filosofía, a través de la idea del eterno retorno, se presenta como el problema o el tema de nuestra humana condición, el sentido de la vida, y de la muerte, desde nuestras condiciones actuales y particulares de vida. No podemos dejar de posicionarnos, filosóficamente hablando, frente a las grandes interrogantes del ser humano de todas las épocas, las preguntas que abre este texto de Anaximandro citado por Nietzsche que tiene más de 2500 años :
¿Qué hay de valor en vuestra existencia? (...) ¿para qué existís? (…) ¿Quién será capaz de liberarnos de la maldición del devenir? (Nietzsche cita a Anaximandro, FTG, 2001: 54)

¿Cómo queremos vivir, entendiendo y partiendo de que la muerte está presente de diversas maneras en nuestra vida? ¿Cómo entender nuestra finitud y la de nuestros semejantes?, ¿cómo relacionarnos con el continuo devenir, desgaste, pero también novedad, de nosotros y todo lo que nos rodea? ¿Cómo relacionarnos con la idea de que vamos a pasar, cómo entender la idea de perdurar, si es que tenemos necesidad de perdurar? ¿Cómo relacionarnos con nuestros semejantes para tener una mejor vida? Las preguntas serán las mismas, pero cada época, cada ser, cada filosofía, deberá responderlas de su propia manera, y a partir de su propia circunstancia.
¿Quién será capaz de liberarnos de la maldición del devenir?, un modo de enfrentarse a este problema, es y ha sido la idea del ETERNO RETORNO DE LO MISMO como perspectiva.

Bibliografía
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MBM 1972: Más allá del bien y del mal, Madrid, Alianza Editorial.
CI 1973: Crepúsculo de los ídolos, Madrid, Alianza Editorial.
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