Mujica: la inversión de la revolución
Andrés Núñez Leites
Arrepentido del maniqueísmo de la izquierda setentista (significativamente no menciona los sagrados 1960s), Mujica deposita las esperanzas en los "inversores", es decir, en los capitalistas trasnacionales. Propone además, para favorecer esa llegada de capitales, la ética política como antídoto contra la corrupción, lo cual, a pesar del viraje capitalista que mencioné recién, constituye un lugar común (y un error, a mi modo de ver), característico de una concepción marxista del poder y del estado.
A continuación el post de Mujica del 8 de julio de 2009 en http://www.pepetalcuales.com intercalado con mis comentarios en azul e itálica.
Fuente: http://www.pepetalcuales.com
"Pepe tal cual es.
8 de julio de 2009
La decencia es un tema político.
La semana pasada invité a los blancos a comprometernos a luchar juntos contra dos amenazas a las inversiones: el infantilismo de izquierda y la corrupción en el gobierno."
El párrafo inicial carga parte del programa narrativo de la izquierda pos-revolucionaria (1): Nosotros (el Sujeto del Frente Amplio, que incluye a blancos y colorados, "compañeros rezagados" en la adhesión al "partido en que hay lugar para todos" como dijera Mujica al ganar sus elecciones internas) haremos un buen gobierno (el Proceso de este programa, jalonado por la ética de la honestidad) para atraer a las inversiones del capitalismo extranjero (el Objeto del gobierno).
"Me temo que no les gustó porque sólo recibí descalificaciones.
Voy a insistir porque no se trata de un asunto menor.
Empiezo por las cosas en las que yo puedo ayudar: me comprometo a seguir trabajando para que la izquierda tome cada vez más distancia de algunas inercias ideológicas que nos vienen de los años setenta. Me refiero a cosas como el amor incondicional a todo lo estatal, el desprecio por los empresarios o la maldad intrínseca de los EE UU.
Si quieren lo grito: ¡abajo los esquemas!, ¡arriba la izquierda que es capaz de pensar afuera de la cajita!
En otras palabras, estoy recontra curado de las simplificaciones, de la división del mundo en buenos y malos, del pensamiento en blanco y negro. Arrepentido, si quieren.
Aquí se desarrolla el concepto de "infantilismo de izquierda". La frase remite al mito de la "madurez política", invocada siempre que se quiere abandonar las utopías en aras de la "realidad", es decir, del rango de acción posible percibido dentro de una determinada configuración de relaciones de fuerza. Pero además de aludir a ese mito, lo hace a un clásico slogan leninista contra el "socialismo utópico" (es decir los socialismos no-marxistas, principalmente aquellos que pregonaban la igualdad de bienes y de rangos y el desmantelamiento del estado). En esa línea, arremete también contra el estatalismo característico de la militancia del MPP y del PCU, admiradores del estado soviético en otro momento, y cubano en este momento. Se ridiculiza al pensamiento de la izquierda revolucionaria incrustándolo dentro del maniqueísmo: buenos y malos, blanco y negro. En realidad excepto en las mentalidades más obtusas de la izquierda estalinista, la izquierda marxista más apegada a la reflexión filosófica y científica jamás categorizó como "malos" a los burgueses en tanto personas individuales, y sí propuso terminar con la burguesía en tanto clase social, no exterminar a los dueños de las empresas sino convertirlos en trabajadores. Lo mismo puede decirse en cuanto a Estados Unidos, la potencia dominante del S XX: lo que se criticaba era su sistema económico y político, y al decir de Lenin el imperialismo como fase superior del capitalismo, no al país como tal. En los hechos, las izquierdas revolucionarias hasta hoy siguen realizando alianzas con anarquistas, comunistas, liberales e incluso ambientalistas "yankees" cuando los intereses coinciden. En realidad, si se quiere, para ser políticamente consecuente siempre es necesario cierto grado de rigidez, cierto fundamentalismo en el sentido de no claudicación de algunos fundamentos de la acción. Cuando esto no ocurre, incluso acciones como la legitimación de la invasión a Haití a través de la participación de nuestras fuerzas armadas, pasan a ser vistas como acciones moralmente aceptables, aunque sea como males necesarios dentro de una estrategia de redención de largo plazo. Porque incluso Kropotkin, cuando proponía una (a)moral anarquista, terminaba trazando un límite (como todo concepto...): la lucha por la libertad ajena tanto como la propia, un criterio que coloca cosas de un lado u otro.
El arrepentimiento de Mujica es un símbolo de la asunción de la derrota militar y política de la revolución tupamara en los años 1970s como un fracaso y no precisamente como una derrota. Tomo prestada la diferenciación que hace Daniel Feierstein entre derrota y fracaso: una derrota implica autocrítica y cierta pesadumbre por haber perdido una batalla o una guerra, incluso si es un resultado definitivo; un fracaso implica no sólo haber sido vencido por los enemigos, sino haber concebido la causa revolucionaria como un error... La diferencia política entre una cosa y la otra es enorme: en el caso de la derrota, la actitud subsiguiente es reagrupar las fuerzas para la próxima batalla; en el caso del fracaso, la actitud consiste en asumir el punto de vista de los enemigos como "realidad". Por esta última senda se pasa de las acciones revolucionarias a la promoción de la inversión extranjera...
"Ahora pregunto: ¿están los blancos curados de las prácticas políticas que los llevaron a manchar su reputación? ¿Han cambiado los criterios que usaban para elegir a los directores de las empresas públicas o los mandos intermedios del Estado?
Lo que todo Uruguay sabe no se arregla pidiendo “no debatir sobre el pasado y hacerlo sólo sobre el futuro”. En el futuro todos somos la Madre Teresa.
Es cínico pedirle a una sociedad que disimule saber lo que sabe. Que es lo mismo que apareció en todos los diarios en su momento y lo mismo que se dijo en radio Sarandí hace tres semanas.
De esto no se sale con silencio.
Se sale aceptando los errores y explicando por qué no se van a volver a cometer. Especialmente, comprometiéndose a abandonar la costumbre de pagar con cargos en la administración los votos que arriman los operadores.
Por ese camino, más de un atorrante terminó sentado en sillones con poder y presupuesto, aunque no supiera nada de la tarea y aunque fuera ligerito de manos.
El caso del presidente del Banco de Seguros durante la administración Lacalle, cuyos delitos tanto salpicaron al gobierno, me parece un ejemplo perfecto. ¿Por qué se lo nombró presidente del Banco de Seguros sin tener ningún antecedente de bancos, de seguros, de gerente ni de nada, excepto acarrear votos? Porque tenía una lista propia que en el 89 marcó 7.914 votos. Con eso, menos del 2% de los votos que sacó Lacalle, le alcanzó para cobrar su contribución con el cargo. Cuando Lacalle envió al Senado el pedido de venia para nombrar a este señor, en el currículum adjunto figuraban méritos como haber sido miembro de la Comisión Municipal de Fiestas y funcionario de la Corte Electoral. Es decir que fue nombrado con perfecta conciencia de su incapacidad para la función.
¿Saben a quién designó el gobierno del Frente en ese mismo cargo? A un gerente del banco con más de 20 años de experiencia y que nunca en su vida consiguió un voto.
Pagar con cargos ha sido un mecanismo repetido hasta el infinito por blancos y colorados. La lógica era: cuántos votos arrimás, tanto sillón conseguís.
Por ese camino discurrió durante décadas la corrupción y la desidia en el manejo de la cosa pública. Alimentar las maquinarias partidarias condicionó a todos los gobiernos blancos y colorados. No sólo a Lacalle, también a Sanguinetti y a Jorge Batlle. Todavía recuerdo a este último, siendo presidente, decir que no le gustaban muchos de los directores de empresas públicas que él mismo había nombrado.
Y si no te gustaban, ¿por qué los nombraste Jorgito?
Porque había que pagar deudas políticas.
Y ese era Batlle, de cuya honradez nadie duda."
Aquí Mujica realiza una crítica muy acertada al modo de asignación de cargos históricamente realizado en los gobiernos colorados y en los escasos gobiernos blancos en la historia del Uruguay. Pero la crítica es corta y para ser válida más allá de la conveniencia de un discurso de campaña política y efectivamente servir para la reflexión, tendría que discurrir por dos líneas de pensamiento: 1. la autocrítica del gobierno municipal del Frente Amplio y 2. una solución sistémica basada en la comprensión del funcionamiento del estado capitalista.
En el punto (1), no hace falta que insista aquí con la variedad de casos de supuesta (y en algunos casos probada, con procesamientos con prisión inclusive) corrupción en filas del Frente Amplio. Sí quisiera agregar algo sobre la "micro-corrupción": quienes hacemos trabajo de campo en asentamientos precarios conocemos de cerca tanto los mecanismos de adjudicación de servicios por "compra directa" en lugar de las licitaciones abiertas que siempre se proclamó desde la izquierda, como los mecanismos de adjudicación de cargos públicos estables o a término. Hay por ahí algún ministerio en el cual prácticamente no se conoce a nadie que no haya entrado por formar parte, haber formado parte o ser hijo de militantes del PCU. Los concursos para los cargos públicos abundan, y son abiertos desde que asumió el gobierno del Frente Amplio, pero los ganadores de esos concursos coinciden demasiado con la militancia de base del mismo partido, lo cual puede ser una casualidad -improbable desde el punto de vista matemático- pero no deja de arrojar dudas en la medida que el arbitraje no incluye miembros de todos los partidos políticos y precisamente quienes deciden los nuevos ingresos son funcionarios "de confianza política" del gobierno (cuando lo hacían los blancos y colorados, se les decía "acomodados", simplemente). Lo lamento: el Frente también acomoda gente y también nombra por favor político y no por capacidad técnica. Quizás la riqueza de este partido, y que me disculpen mis amigos del Partido Nacional, es haber sido siempre el partido de los profesionales universitarios, con lo cual se logra que un porcentaje importante de esos acomodados sea técnicamente capaz (aunque no necesariamente el mejor para la función). Esto nos lleva al punto (2) y seremos muy breves: el futuro presidente del Uruguay debería ofrecer una solución sistémica, es decir, un mecanismo que asegure que este sistema de asignación de cargos clientelista se termine, porque como mencionaré enseguida, no se trata de una cuestión meramente voluntaria y ética.
"La decencia y la vocación de servicio son cosas demasiado importantes para sacarlas de la discusión. Podemos discutirlas por “todo lo alto”, como dicen los blancos, pero no se pueden silenciar. Si el tema les duele, de acá a octubre hay tiempo de sobra para reconocer los errores y comprometerse a no repetirlos.
Yo he hecho mi sincera autocrítica y pretendo que se me crea.
Estoy completamente dispuesto a creer la de los blancos, cuando la hagan."
Al hablar de "decencia" y "vocación de servicio", Mujica alude a la posibilidad de un nuevo estado con menores niveles de corrupción, que se lograría por la asunción de un compromiso de servicio por parte de los funcionarios públicos. Un gobierno decente, un estado decente, funcionarios decentes. Más allá que la izquierda frenteamplista no es marxista de pensamiento ni de práctica, y del pensamiento del viejo alemán sólo queden algunos slogans e invocaciones aisladas, el marxismo dejó una impronta voluntarista en la concepción del poder y del estado. Mientras los "socialistas utópicos" ya desde la revolución francesa alertaban contra la necesidad de destruir ese monstruo construido sobre la base del cobro de impuestos por parte de los reyes-parásitos, Marx creyó que el estado era una herramienta con la cual la burguesía sujetaba al proletariado, y que esta relación podía simplemente invertirse. El desarrollo de los socialismos estatales en cambio mostró que el estado tiene una dinámica propia signada por la jerarquía, la acumulación de riqueza en la cúspide, la corrupción moral, la represión brutal de la oposición (véase lo que le ocurrió a la izquierda no-frenteamplista en ocasión de la Cumbre de las Américas hace algunos años, dura e impunemente reprimida en la Plaza Matriz por la policía bajo las órdenes del gobierno del Frente Amplio). Mujica cree que se trata de poner a las personas correctas en los lugares correctos del estado, y al partido correcto en el gobierno. No se trata de cambiar el modo de producción y el sistema político, sino volverlo decente. Curiosamente nada de esto terminaría con la pobreza, que depende en realidad de la generación de plusvalor por parte del trabajo explotado por los propietarios de los medios de producción. Pero claro, el socialismo, sentenció en algún lugar Mujica, no lo veremos nosotros, quizás sí nuestros hijos o nietos. Aquí el pensamiento del líder de la izquierda entronca con la promesa conservadora católica del paraíso luego de una eternidad de sufrimiento en la Tierra, pero esto sería motivo para otro análisis.
(1) El programa incluye además un "pueblo uruguayo" Destinatario de la "redistribución de la riqueza" (parte del Proceso), algo que puede sonar muy bien a los oídos, pero que no resiste el brillante análisis que Marx hace del proyecto socialdemócrata en su "Crítica del Programa de Gotha", pues, como dice el filósofo materialista: no tiene sentido redistribuir la riqueza sin resolver la causa de la distribución injusta, esto es: la propiedad privada de los medios de producción.
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