sábado, 19 de septiembre de 2009

Tres momentos ontológicos (por Fernando Gutiérrez Almeira)

AUSENCIA

He pensado que no puedo rechazar tajante la idea de Dios y sin embargo tampoco puedo sostenerla. Pero entonces...afirmo la ausencia de Dios y ¿qué obtengo? Un No-Dios, el Dios Ausente, la Ausencia...

Para amar la vida es necesario aceptar la muerte pero aceptar la muerte parece tarea totalmente desconsoladora, amarga, terrible. Resignarse a morir, resignarse a que todos nuestros seres queridos morirán inevitablemente. ¿Cómo puede aceptarse esto? Es tratar de responder a esta pregunta lo que conduce al Dios Ausente, la Ausencia...un dios que nunca vendrá a nuestro encuentro.

¿De dónde provienen todas las presencias? Es claro que alguna vez no estuvieron y que fueron generadas a partir de su ausencia. Pero es notable también que las ausencias no son discernibles. Incluso las sombras se pueden discernir entre sí, pero las ausencias, que no son inexistencias, se acumulan unas sobre otras como la Posibilidad de Estar Presente de todas las infinitas, esporádicas y efímeras presencias. No hay, pues, ausencias, así, en plural, sino una Ausencia infinita y sin forma de la que manan todas las presencias...y a la que vuelven. Si...la Ausencia es lo que infinitamente se presentifica en el tiempo...en la fugacidad de todos los entes. Pero la Ausencia, a pesar de su aparente omnipotencia, no es por sí misma, pues...¿qué sería de la Ausencia si no se presentase? Si la Ausencia es el No-Dios entonces el No-Dios tiene necesidad de lo finito en que se presenta aunque no se satisface en una presencia definitiva nunca, no emerge del todo sino que lo que presenta, las presencias, lo sostienen precariamente en su concretez retornando infinitamente a él, ausentándose. ¿Qué podrían retener las presencias si es de la Ausencia de donde manan? Cuando pensamos en retener las fugacidades, cuando pretendemos no morir...¿qué pretendemos? ¿qué vanidad es esta? Y sin embargo, la Ausencia no puede simplemente volcarse y ya...cada presencia tiene aparentemente la finalidad de agotar su existencia en alguna clase de plenitud o felicidad, cada ser vivo tiene que retener la vida aún no vivida todo lo posible. Nosotros, seres autoconcientes, inútilmente resistiremos a la muerte pero si podemos prolongar y exacerbar lo más posible esta fragmentaria presencia nuestra en que la eternamente triste Ausencia se manifiesta aunque nunca se satisface. Así parece que la Ausencia es un deseo hondo, insondable, de alcanzar aunque sea finitamente alguna alegría, alguna felicidad...un Gran Vacío...Y parece también que con nuestras vidas consumamos parte de ese infinito deseo en una breve consumación que bien puede fracasar. También parece que no hay consuelo en ninguna parte excepto el de aceptar la muerte como un retorno al seno de donde todo proviene...al seno de la Ausencia. ¡Desencontrarse en la Ausencia, desamar, desvivir, cerrar los ojos...dormir el Sueño Eterno!

Lo dificultoso es que en la dirección de la retención al máximo de la vida y su futuro terminamos por separar las aguas y amar demasiado las presencias como si ellas no manaran de la Ausencia y tratamos de retenerlas y tratamos de perdurar. Pero...¿acaso la felicidad no es justamente dejar de desear? Y dejar de desear, acaso, ¿no es precisamente aceptar la extinción? Solo podría ser feliz quien acepte la Ausencia y por lo tanto la fugacidad, y por lo tanto el no retener, el no poseer, el dejar que todo pase y que todo vuelva. Y decir... “En realidad, ¿qué me importa la felicidad?” Pues la felicidad es algo que quisiéramos que durara eternamente de modo que, paradójicamente, solo se puede alcanzar esa plenitud si ya no se desea nunca más. Solo se puede vivir hasta el final si ya no nos aferramos a la vida sino solo a su plenitud momentánea. La eternidad es ahora. Nada persistirá excepto la Ausencia que infinitamente juega con las presencias que continuamente la desenvuelven en la infinita ilusión, en el infinito “otra vez” que todo deja atrás al pasar.

COMUNIDAD

Quizás los que hayan leído el párrafo anterior no lo entiendan así, pero al releerlo me doy cuenta de que en él se expresa una fantasmática versión nihilista de mis más profundos pensamientos. ¿Cómo he caído en la trampa, aunque haya sido por un momento? He caído, pienso yo, porque he sostenido la existencia de un trasfondo ulterior de la realidad, aún cuando ese trasfondo sea vacío, ausente, negativo, no-divino. Para evitar la nihilización del pensamiento que nos hace ver la vida a través de la muerte y no a la muerte a través de la vida, no solo hay que abandonar el deseo de inmortalidad sino que hay que abandonar también el deseo de una permanencia total, ya sea una ausencia permanente o ya sea una presencia eterna. ¿Cómo lograrlo? Pues se me ocurre que un infinito realmente mediado no puede ser un trasfondo sino más bien un infinito de transformaciones y comunicaciones finitas, un infinito, entonces, perspectivístico. Una alegoría posible del infinito así considerado (como intensidad de las posibilidades que entran en el juego de las ausencias y presencias) podría ser una carrera de postas pero se me ocurre más bien (y nuevamente) la idea de una red de intercomunicaciones y posteos de realidad en la que la existencia se da como desenvolvimiento de individualidades que se integran y se disuelven ausentándose y presentándose una y otra vez. El universo, en fin, como una Comunidad de Existires que se mediatizan unos a otros y en la que lo inmediato no existe fuera de cada fugaz existencia sino en cada una de ellas...como un Eterno Ahora. En una comunidad tal las ausencias, que nacen de la desintegración de las presencias, se renuevan siempre renovando las presencias en el ritmo interminado e interminable del aparecer y el desaparecer. Según esto, pues, no hay tal Ausencia total devoradora de existires sino un flujo de perspectivas que se rehacen mutuamente de continuo en una sincronía universal. El universo como Acto de Comunicación.

Y...¿en qué hallará plenitud un universo tal? Puede ser que en la comunicación amorosa, especular, radiante, reflexiva...un apogeo de conciencia y autoconciencia tal vez, una cima de belleza y armonía. Mientras tanto, sin embargo, morimos y debemos comprender que morir es donar a la comunidad de los existires lo que la comunidad nos ha brindado...posibilidades...una devolución de algo que es tan gratuito como imposible de retener. La gratuidad que se dona infinitamente es el principio elemental de la comunidad de existires...de modo que nada ni nadie puede retener definitivamente la existencia. No hay, entonces ni Dios, ni No-Dios, ni ningún existir permanente ni la necesidad ni el derecho de reclamar tal cosa.

CONSPIRACIÓN

Pero en todo lo anterior dejé que una emocionalidad demasiado tergiversadora atravesara mis especulaciones. Es necesario, de vez en cuando aunque no con demasiada insistencia ni de un modo riguroso, pensar con la frente lo más helada posible. En este caso está claro que ni los entusiasmos del amor ni un trasfondo de tristeza gobiernan las relaciones entre los entes sino que ellos más bien intervienen en la existencia sin que la comunicación prepondere sobre la incomunicación ni viceversa. De modo que no hay tristeza ni alegría ni la búsqueda de una culminación de fastuosa felicidad imprescindible ni la caída interminable en un trasfondo de amargura...lo que hay es un juego conspirativo de todos los existires. ¿Porqué conspiración? Porque en una conspiración si bien los intervinientes tienden más o menos ocultamente a alguna finalidad o actúan según una dirección general nunca por completo revelada...ellos no dejan de existir para sí mismos de un modo u otro y en el acto de conspirar si bien realizan la existencia total también realizan y hasta de vez en cuando medrando contra la existencia de otros conspiradores, su propia existencia como si esta tuviera un destino propio inclaudicable. Hay en toda existencia la tendencia a permanecer, a potenciarse, a prolongarse y ramificarse, a resistirse al agotamiento o la desintegración. De modo que no diré que la existencia es una continua lucha por permanecer y conquistar...pero no negaré que esto es así en parte y que la cooperación y la integración amorosa se debe la más de las veces a una confluencia de las fuerzas en esa lucha. Las vorágines explosivas, las guerras destructoras, sin embargo, todas terminan agotándose y el conflicto muestra su incompletitud frente a la posibilidad de las incoordinaciones, coordinaciones y solidaridades regulativas con las que se alimentan totalidades y conciencias y se elevan las existencias hacia alturas de satisfacción que parecen anunciar una culminación no ya susceptible del canon emocional o el juicio valorativo...pero culminación al fin...culminación o culminaciones de esta gran conspiración universal en la que estamos inmersos.

En particular cada individuo humano encuentra más o menos profundamente dividida su voluntad entre la aspiración a finalidades mancomunadas...las que atraviesan la labor social o las que impregnan los esfuerzos creativos o investigativos...y la búsqueda de la propia satisfacción, la realización de la propia existencia como un fin en sí mismo. Y en actitud de conspiradores comprendemos muchas veces que aquellos fines mancomunados deben acoplarse lo más armónicamente posible a la búsqueda de la satisfacción personal pero muchas veces también como aquel que conspira mirando a los demás conspiradores con el rabillo del ojo, preferimos asegurarnos nuestra satisfacción personal sacrificando momentáneamente esos fines supuestos pero no sinceramente acordados o con aires de liderazgo preferimos sacrificar nuestra satisfacción o la de otros para que esos fines se realicen. A los que miran de reojo se los podría calificar de ególatras y a estos de altruistas y socialmente responsables...pero ni los unos ni los otros se proponen esa comprensión necesaria de la ventaja de conspirar minimizando los sacrificios lo cual conduce a la meditación acerca de cómo lograr la satisfacción personal sin atentar contra los fines universales de una humanidad posible. Aquí no se trata, claro, de volver a reincidir en el discurso de la armonía amorosa pues esta armonía es solo un arma más de la conspiración y no la formulación precisa, global y detallada de su forma más acertada tanto a nivel de cada unidad política como a nivel de lo macropolítico. Sea como sea, si la conspiración humana hacia un futuro humano es parte de la gran conspiración universal de todos los existires entonces ella realizará en particular lo que esta realiza, ha realizado y seguirá realizando como totalidad...sin que puedan obstar los desvíos de la parte en juego al destino del todo que la impregna y dirige. No estamos aquí forjándonos a nosotros mismos sin rumbo previo...la evolución universal nos impulsa y fluye a través de nosotros y nosotros no podemos más que mirar hacia el futuro y conspirar de un modo u otro. Aún si creyéndonos fracasados decidiéramos abandonar el rudo curso...este usará nuestro cadáver como un punto de apoyo para lanzarse un poco más hacia adelante.

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