martes, 24 de noviembre de 2009
El temor a la muerte, un texto de Pedro Figari
CANDOMBE, óleo sobre cartón de Pedro Figari
Este precioso texto de Pedro Figari fue extraído de su obra máxima "Arte, estética e ideal"...la digitalización estuvo a cargo de la estudiante Natasha Tissera...teniendo ella el privilegio de ser la primera en la historia de darlo a conocer en Internet...
EL TEMOR A LA MUERTE
Pedro Figari*
Hay que confesar que el hombre , el rey de la "Creación", ha perdido esa beatitud, esa serenidad que campea en el reino inferior animal; y hace ya tiempo que la ha perdido . Así que abrió su intelecto a la duda , apenas se formuló una interrogación sobre el significado de la muerte, la paz se alejó de su , espíritu.
Desde la más remota antigüedad viene preocupando el "problema" de la muerte. Hombres eminentes, filósofos ilustres, todos han considerado este asunto como el más capital, y todo el que medita al respecto, predispuesto como está por la sugestión tradicional, se siente invadido por dudas torturantes cuando no atribulado por visiones terribles. No hay un pensador, tal vez, a quien no haya intersectado esta cuestión , y algunos espiritus selectos , al constatar su importancia , hasta han llegado a culpar a la ciencia de no haber encontrado la solución en el sentido que se desea, con igual razón con que pudiera culpársela de lo eclipses y de las sequías
¿Podría acaso el hombre, por su ciencia, transformar a la naturaleza? Renegar de la ciencia por eso, equivaldría a repudiar nuestra conciencia , nuestros sentidos, porque no nos hacen ver y palpar lo que anhelamos.
Se dice que el temor a la muerte es instintivo.
Nosotros pensamos que es una consecuencia, más bien , del amor a la vida . Nos parece que ese "doble instinto" : el amor a la vida y el horror a la muerte deben considerarse como uno solo : el instinto vital.
El horror a la muerte, por lo demás , no es una manifestación normal del instinto fundamental que rige y gobierna a los organismos, sino más bien una psicosis, un desarreglo del instinto , que lo anormaliza. Lo instintivo es amar la vida. Los animales inferiores, por más que no debamos suponerlo animados de ese horror, aman asimismo la vida y la defienden empeñosamente. Debemos suponer, pues que esa fobia de la muerte es más bien una manifestación morbosa del instinto natural, y esa es la causa de la " desarmonia" del instinto.
Si bien no puede conciliarse el desdén por la muerte con el instinto vítal, porque son contradictorios , es posible , no obstante , conciliar el amor a la vida con la resignacíon respecto de un fenómeno tan natural como es la muerte, es decir, con la conformidad normal con que deben acatarse las leyes de la naturaleza. La mayor inteligencia del hombre , su conciencia más informada , no deben considerarse una desventaja o un mal, sino cuando nos hallemos extraviados . Por otra parte, si hiciéramos un recuento de todo lo que contraría nuestro instinto, fuera de la muerte, veríamos que a cada paso se limitan nuestros anhelos ; y ¿podría por esto decirse que la vida no es un bien?
Lo que nos perturba para encarar este fenómeno natural, es nuestra predisposición a la quimera. La leyenda nos atribuye destinos inmortales y miríficos , que halagan nuestra vanidad, y nos cuesta apearnos de tan alta alcurnia, por más que todo en la naturaleza nos esté diciendo que la muerte es la terminación de la vida. Pasar de tan ilustre linaje a la condición de simple organismo terreno y mortal, emparentado con los demás que hemos considerado hasta aquí como radicalmente distintos e inferiores, es colocar al hombre en la triste condición de un dios caído.
Aun cuando se pobló el caos de la inmortalidad con visiones demonomanícas, acostumbrado el hombre a contar con la supervivencia, le lisonjea todavía la esperanza de asistir a la eclosión de un mundo lleno de maravillas que , a estar a la leyenda, debe ofrecerse en el propio instante en que cesa la vida.
No arredran llamas ni tizones, a condición de admitir la inmortalidad, acaso confiados en que exigido, con todo pretexto, por la arbitrariedad baálica de los dioses . Lo capiral es sobrevivir. ¡Como si los fuegos infernales no pudieran encender un cigarrillo!....
En el fondo mismo de todas formas religiosas tan diversas , tan arbitrarias y contradictorias , siempre puede encontrarse el temor de la "Muerte" con su guadaña horrenda , que inspira el sentimiento de la humildad y la mansedumbre en el hombre, vanidoso y terrible como un cañon , y que le hace caer de rodillas ante los dioses más implacables, peor que implacables, crueles, ilusorios. Se quiere a toda costa la inmortalidad, y se la descuenta.
Los que, desconcertados por las conclusiones cientificas , se despechan y piden a la ciencia que evite tamaña desepción , - como si se tratara de una señora de carne y hueso- hacen lo propio que los niños cuando se enconan y castigan a un objeto con el cual se han lastimado. Cierto que la ciencia, que es la verdad , hace tan poco caudal de esas protestas despectivas, como la luna de las tovas que le dirigen los soñadores. A nuestro juicio, hay pues, más sabiduría en el optimismo de Pangloss, que en la rebelión de los despechados contra la realidad, que es nuestra causa y nuestro bien máximo, contra la ciencia, que es la parte de la realidad conocida por el hombre.
Por una ironía , el hombre , el ser superior , el más inteligente, y entre los hombres, los más ilustrados , no pueden sobreponerse a las cavilosidades que engendra, por causas ancestrales, este fenómeno natural. Es el único huésped que se permite formular cuestionarios, y exige una contestación categórica, sin contenerse con lo que le dan. No le basta saber que vive, y que la muerte es el término de la existencia.
Esto no le satisface, porque , engañado por la leyenda, quisiera saber también que tiene alguna misión ultraterrea que llenar, y se desespera cada vez que fracasan sus tentativas para demostrarlo. Una vez que encaró su individualidad como cosa sobrenatural, le cuesta someterse a la idea de su disolución.
Le parece que su YO es algo indestructible , de lo cual no puede prescindir la naturaleza, y ante la duda de que esto pueda no ser así, se desconsuela al constatar su impotencia, y se entrega rendido al culto religioso o se ensoberbece y protesta, cuando no proclama, con visos de serena meditación filosófica, que la existencia es un mal , sólo por que no se ajusta a sus idealidades. Bien conocidas son las conclusiones pesimistas de Schopenhauer, de Hartmann y otros, que sostienen que la vida humana es un desastre. Felizmente , hay quienes, entretanto, investigan, luchan y producen.
Es sintomático que todas las disquisiciones filosóficas y religiosas se hayan encarado en favor exclusivo del hombre. Todos entienden por igual que el hombre es el único ser de la naturaleza con derecho a la inmortalidad . En eso también se pone de manifiesto su egoísmo, llevado hasta la egolatría.
No se le ha ocurrido pensar que los primates, v. gr., puedan aspirar también a la inmortalidad, no ya los vertebrados inferiores, entre otros pobres buenas bestias amigas y sumisas , que tanto nos han servido y nos sirven. Es nuestra propia individualidad lo que quisiéramos poner fuera de cuestión ; ni siquiera a la humanidad . Si extendemos mentalmente a unos cuantos más ese privilegio, entre los cuales están siempre los seres queridos y amigos, no nos afligen por igual los destinos de ultratumba de los demás ejemplares de la especie, como no nos preocupan sus destinos terrestres. Apenas se trate , no ya de nuestros enemigos, sino de simples desconocidos, de otros pueblos, de otras razas , transigimos con la idea de la anulación .El anhelo de la inmortalidad es menos altruista y superior de lo que parece.
El temor de la muerte ha obsesionado, a veces consumiendo tristemente muchas existencias en una esterilidad insuperable. Las leyendas religiosas , siempre espeluznantes, han acentuado ese temor. Se ha atribuído a los dioses nuestras propias pasiones magnificadas, y , para aplacarlos, se han adoptado todas las formas del rito religioso, desde el más infantil hasta el más cruel, sangriento. De ahí que el hombre, supuesto rey de la creación, por su propia obra se ha tocado en archipámpano, labrándose a menudo una mísera existencia, de tal modo mísera, que hasta ha llegado alguna vez a envidiar la propia condición de los seres inferiores , lo cúal supera todo colmo de desconocimiento y de extravío. No se ha pensado que si ellos ofrecen la beatitud que acompaña al sometimiento a la ley natural, no es porque sea mejor su condición , sino porque su conducta es más lógica , en tanto que el hombre está empeñado, desde siglos atrás, en una loca rebelión , que le quita su equilibrio normal. Los propios filósofos, con ser filósofos , en su ansiedad de descubrir lo que hay más allá, pierden a menudo su cuota de bienes efectivos, sin advertir que si no son insustituíbles, pueden ser tal rebelión a las leyes de la naturaleza.
Tlstoy, azorado por el horror a la muerte, confiesa las angustias y aflicciones que lo han llevado a la fé, y afirma que la médula de toda creencia consiste en tribuir a la vida tal significado , que no pueda se suprimido por la muerte. Esto denuncia la fobia , la necrofobia de los creyentes, mas bien que el razonamiento dominador. Indudablemente es un signo de inteligencia el poder plantear , aunque más no sea, problema de alguna trascendencia , pero es también indudablemente que si tal cosa implica hacernos desconocer y malbaratar los bienes de la existencia , hasta podria discutirse la propia superioridad del hombre. Ese afán de inmortalidad que hace delirar, ese anhelo desmedido de sobrenaturalidad, es como la luz que seduce a las mariposas nocturnas las mismas que les quema las alas .
Por lo demás, ese horror que se quisiera mitigar por la fe, lejos de mitigarlo , lo acentúa, y se pierde asi el propio bien de la existencia, grande y generoso como es . Tampoco se trata nunca de una fe magnánima , optimista, con arreglo a la térrica tradición . No se piensa en una vida plena, desbordante de delicias , sino tristes y frias , la que tan sólo brinda una lúgubre inmortalidad. Se capitula, pues a la sola condición de sobrevivir, cediendo a la presión de amenazas fantásticas , echas a nombre de divinidades terribles y rencorosas , tan poderosas como tacañas, que habiendo podido suprimir sufrimientos, castigos y torturas , los esgrimen con fanfarronerías para atemorizarnos , en oposición a una realidad serena que nos abruma con su evidencias , y se llega de este modo a sacrificar lo propio que deseamos defender: La individualidad .
"La conversión véritable- dice Pascal- consiste à s´anéantir devant cet Être souverain quòn a irrité tant de fois, et qui peut nous perdre légitimement à toute heure; à reconnaître quòn ne rien sans lui, et quòn n´a rien mérite que sa disgrâce. Elle consiste á connaître qu´il y a une oposition invincible entre Dieu et nous , et que sans un médiateur il ne peut y avoir de commerce".
Este orden de ideas, que caracteriza al espíritu religioso , es suicida y , a la vez humillante. Solo porque la idea de la disolución atormenta a algunos espíritus como un mal máximo , es que pueden someterse a tanta arbitrariedad; porque, de otro modo, para alcanzar la imnortalidad a ese precio, valdría más optar por la disolución o el castigo.
Esa misma quimera que deslumbra a los soñadore, es por lo demás , bien pobre cosa. Un alma errabunda en el éter , privada del consorcio del cuerpo, al que , el mejor de los casos, no podría más de lo que puedo , - porque sería destinado pensar que la muerte había de darnos aún mayores atributos- , un alma así , desnuda , ¿ de que nos serviría ? fuera y lejos de lo que amamos y conocemos , ¿ qué haríamos que no nos anonadara de hasitío y de aburrimiento!
Por otra parte , ¿ qué alma es la que logra la inmortalidad: la del párvulo , la del niño, la del adulto, la del anciano desengañado , regañón y pesimista? ¿ Qué hacen eternamente esos "vertebrados gaseosos", según la feliz locución heackeliana, los millones, los billones, los trillones de escuálidos resucitados? Esas almas flotantes, que vagan triste y eternamente, son, a la verdad, poco envidiables para cualquiera que lo piense un instante con despejo. El que haya logrado mirar la muerte como un simplepunto final, no trocaría ese concepto terminal tranquilizador por esta fábula macabra.
Sólo el concepto neo- zelandés de la supervivencia integral - que es, en resumen , el concepto íntimo de todos los inmortalistas, es decir, una nueva vida con todos los elementos terrenos, con nuestros huesos y pasiones- podría halagar , lo cual corrobora, una vez más aún, nuestro potente instinto vital, y nuestra subordinación subconsciente al mundo efectivo, a la realidad, a la vida, a todo lo que en vano se pretende desdeñar, por un miraje.
Es tan absurda esta quimera, amamantada , en plena ignorancia , por nuestros antepasados, que no resiste a ninguna crítica racional. "Dónde se encuentra ese más allá -dice Haeckel- y en qué consistirá el esplendor de esa vida eterna , he aquí lo que ninguna "revelación" nos ha dicho todavía. Mientras el "cielo" era para el hombre una bóveda azul extendida sobre el disco terrestre y alumbrada por la luz de varios millares de estrellas , la fantasía humana podía en rigor representarse allá arriba, en aquella sala celeste, el festín de los dioses olímpicos o la alegre mesa de los habitantes de Walhalla. Pero ahora todas esas divinidades y las "almas inmortales" sentada con ellas a la mesa , se encuentran en él con arreglo a "leyes de bronce" , eternas, sin tregua, y en todos sentidos, sometidos todos al eterno gran ritmo de la aparición y la desaparición.
El hombre cuenta con admirables recursos intelectuales, comparados con los de las especies inferiores, pero si los aplica en contra suya , es claro que no resulta envidiable esta ventaja, ni aun para ellas mismas . Nosotros sabemos que en todo instante, por cualquier accidente externo o interior , puede sorprendernos la muerte; empero, si esto nos obsesiona como una idea fija, caemos en la insania, y perdemos nuestra superioridad.
Casi todas las investigaciones filósoficas, sin embargo, mechadas por el viejo pujo teosófico, se han encaminado a comprobar nuestra propia inmortalidad, como si esto fuera un hecho necesario, forzoso, ineludible. Puede decirse que los mayores esfuerzos se han aplicado en el sentido de la demostración de la verdad objetiva de nuestros prejuicios, más bien que en el conocer la realidad, tal cúal es , para ajustarnos a ella. Entre tanto imperaron las las influencias tradicionales, el hombre empeño sus energías investigatorias para demostrar la efectividad de sus sueños quiméricos, más bien que en el de buscar la verdad objetiva, para atenerse a la misma.
Si nos es dado, en nuestro esfuerzo de adaptación a la realidad, encontrar los elementos que puedan resultarnos más favorables, es un contrasentido, el más característico, tender al desconocimiento de lo que es , como si quisiéramos imponerle una condición. Un propósito investigatorio así encaminado, inutiliza el esfuerzo, y por eso es que han fracasado tantos intentos en el campo de la metafísica apriorística. Los sistemas se han sucedido los unos a los otros, conmoviendo por la sorpresa, diríase, para caer luego en el olvido o para suministrar, si acaso, recursos de puro lujo de erudición a los curiosos.
Se ve así que esa preocupación tradicional ha influído aun en los espíritus más esclarecidos , ¿y cómo podría negarse, pues, que influyó también de manera poderosa en los demás, y , consiguientemente en las formas de la actividad genera?
Es esto, precisamente, lo que nos hace considerar el viejo terror a la muerte como un factor de grandes consecuencias en la evolución artística.
Según Vogt y otros, es el horror a la muerte lo que ha generado el espíritu religioso. Aun cuando no compartimos enteramente esa opinión, creemos , no obstante, que dicho temor es uno de los elementos que fundamentan ese sentimiento, tan difundido en la humanidad. Bastaría recordar la frase de Bossuet: "la résurrection des morts, cette précieuse consolation des fidèles mourants" para ver que es por ahí donde es preciso buscar la etiología de la religiosidad; pero, de esto nos ocuparemos más adelante.
A medida que se acusaron las formas imaginativas de la inteligencia, debió nacer primero la idea de un cambio de situación por la muerte , sin excluir la de la continuación del ser, es decir, de la propia individualidad. La idea de la disolución radical, definitiva, si acaso pudiera concebirse, requiere un esfuerzo imaginativo intenso, aun para vislumbrarse, porque la idea del ser está implícita en la propia celebración . Nosotros no podemos , hoy mismo, disociar de la materia nuestra psiquis, nuestro yo; no podemos concebir nuestros propios despojos en descomposición , separados por completo de nosotros mismos, como concebimos los de un tercero respecto de ellos, y a éstos también , al verlos , estimulados por nuestros instinto capital, los asociamos a nosotros mismos, a nuestra propia individualidad, y por eso nos imponen y nos emocionan más.
Si por ventura pudiera algún día concebirse la cesación integral del propio ser, esto exigiría un esfuerzo mental tan extraordinario que nosotros no acertamos a imaginarlo siquiera. Se comprende así que la idea de la propia disolución definitiva no haya podido abrirse camino.
Es tan sugerente el temor de la muerte, que los mismos que ven pasar a los vivos con tanta indiferencia, se descubren respetuosamente cuando pasa un féretro. Es indudable que no se descubren ante el hombre, sino ante la muerte, ante el terrible enemigo . Esto acusa que el hombre, por causa de los espejismos tradicionales, no se ha familiarizado aún con la ley natural de la disolución, que se correlaciona con toda aparición , hasta en las formas inorgánicas. El día que se haya comprobado de modo irrebatible la identidad esencial que vincula a todos los organismos terrestres, se habrá adquirido la certeza de que la muerte es simplemente la cesación de la vida, y el hombre habrá reconquistado su equilibrio normal.
Si se observa la marcha de la evolución del concepto de la muerte, se puede ver, lo mismo en la faz histórica o filogenética que en la evolución individual, o sea en la faz ontogenética, - lo cual significa una comprobación- , que esa línea ofrece los aspectos siguientes:
1º Inconsciencia de un cambio operado por la muerte. (Normalidad inconsciente)
2º Supervivencia integral.
3º Supervivencia del alma . (Concepto abstruso, de supuesta conciliación con las demostraciones de la realidad).
4º Idea de la anulación que nos conturba.
5º Acatamiento a la ley común, por el que la muerte se presenta como cualquier otro fenómeno natural. (Normalidad consciente)
El espíritu científico tiende a la normalización del instinto, deformado por la leyenda tradicional que atribuía a la muerte proyecciones fantásticas.
* Nace en Montevideo el 29 de julio de 1861. Su inclinación artística se manifiesta tempranamente combinándose con múltiples actividades. Es abogado desde 1886, nombrado Defensor de Pobres en lo Civil y Criminal, periodista y codirector de un periódico, impulsor de la creación de la Escuela de Bellas Artes, diputado, miembro del Consejo de Estado, elegido presidente del Ateneo de Montevideo, director de la Escuela Nacional de Artes y Oficios, miembro honorario de la Sociedad de Artistas Uruguayos, Asesor Letrado de la Sociedad de Arquitectos del Uruguay. Entre estas múltiples actividades se destaca su creación de ensayos filosóficos, crítica artística y poesía.
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HAY ALTAS PROBABILIDADES, de que “Dios” sea otro maldito Dios del Olimpo, e impío mercader, sin más consideración por nosotros, que la suerte de los puercos que terminan en el matadero!.
ResponderEliminar… Las terribles guerras y ahora Haití sirven como ejemplo… Que el dolor, la frustración y la desdicha son excesivas!..., sobre todo para los pobres negros!.
… La Cruz del Alma (el espíritu), está en el “Cuerpo”… Pero el “Azote” (látigo), del cuerpo, radica en el Alma. (Espiritu versus Cuerpo),
O sustancia vital, versus materia (que de sanwich somos y estamos nosotros)… Con cada uno de ellos encadenados a sus glorias y perversiones!.
… Sino la resultante trágica del conflicto de ese triangulo, que seria lo único dolorido y sacro de los tres o los cuatro lados!..., con uno desconocido, sublime y trascendente.
… Madero, forma, Cruz y clavos!... Tal vez, para lograr la “autoridad”, que aún no nos corresponde
…, o para amarrarle manos y “vergüenzas” al “Ado”, padre o ejecutor que nos construye y gobierna para tan funesto destino o Suerte
…, que malaya sean los Dioses…, y los Amos!.
Alfonso Játiva Gómez
NO LE TEMA TANTO A LA MUERTE, que cada día asusta menos, y el que no protesta, lo atropellan y no “cuenta el cuento”.
ResponderEliminar“Dios aprieta pero no ahorca”
…, o mas bien te pueden ahorcar, según tus pecados, deudas y canalladas.
Pero aun así hay límites logarítmicos, que atenúan el dolor, la desgracia y la Muerte!.
… No es pecado o delito protestar (y chillar si te duele), si así mismo lo consideres y la razón te asista… Mas la protesta no incluye el terrorismo,
u otra violencia, que no fuese la de la palabra fuerte y airada.
Pero ten en cuenta que aunque la Sociedad posee derechos, sobre ti…, también tiene obligaciones
Y que aunque estés en la cárcel te corresponde sustento y simbólico “sueldo”, reeducación y “condiciones humanas”.
… Considerando, que toda justa protesta, es noble deber… Ya que con los altísimos niveles de poder desbordado, los atropellos son diarios
y millonarios!.
Alfonso Játiva Gómez
ok MARIA VIDAL... ANTES QUE NADA UN BESITO EN LA MEJILLA MUY CARIÑOSO.
ResponderEliminarCONSEGUI COLARME POR EL TALON DE AQUILES DE LA RED (ME PARECE NO ESTOY SEGURO)
Y PUDE LEER TU CONTESTACION DE ENERO 22 A UN POEMA MIO
ME GUSTO MUCHO. YA VEO QUE NO ERES RENCOROSA... QUE BUENO
POR AHORA ME TIENEN SUSPENDIDO Y NO ME DEJAN ENTRAR A LA RED, AUNQUE FERNANDO QUE SE FUE DE VACACIONES ME HA ESTADO PUBLICANDO
TE QUIERO MUCHO CORAZON "SALVAGE"
..., Y NO TE PONFAS BRAVA!
ALFONSO JATIVA