Una de las consecuencias indeseables de la modernidad es el manto de desconfianza que surgió acerca de lo metafísico, cuando Europa se sacó de encima la dictadura que la iglesia impuso a la racionalidad y la consigna "por tu fe te salvarás" se convirtió en "por tu ciencia te salvarás". No es que me queje de que los inquisidores de esta época ya no tengan la chance de invitarme a su asadito como plato principal, pero justo es consignar que no todo fueron ganancias con el cambio.
Por un lado, se impuso el paradigma empirista del positivismo que llevó a una concepción de que lo que no era "experimentalmente demostrable" o no existía o era falso, y como conceptos tales como Dios, alma, espíritu e incluso mente no son pasibles de ser sujetos de experimentación fueron relegados al campo despreciado de la "metafísica".
Esta actitud llegaba a ser tan despectiva como la del filósofo Rudolph Carnap que cuando era inquirido acerca de términos metafísicos (su preocupación por el lenguaje científico y a qué refería éste era muy marcada) preguntaba: "¿qué? No entiendo que significa esa palabra". Más solemne, Wittgenstein ya había expresado que de lo metafísico nada puede saberse y que de lo que nada se sabe es mejor no hablar, pero ambos (y todo el resto del Círculo de Viena y tantos otros) daban a su herramienta, la racionalidad y a su vía de estudio, la ciencia y filosofía exotéricas, la característica de ser las únicas vías de alcanzar conocimiento válido y eso es algo que dista mucho de estar demostrado.
Acá, se impone intentar una definición: llamaremos racionalidad a la capacidad de elegir, razonando, los medios necesarios y posibles para lograr los fines que deseamos (también se llama a esto racionalidad instrumental). Así, intentar llegar a la luna con un cohete propulsado por pastillas Menthos y gaseosa light sería un procedimiento irracional, como también lo es creerse todo lo que sale en You Tube… pero coser un botón con hilo y aguja sería perfectamente racional.
Por oposición a la racionalidad tenemos la intuición y la revelación, dos formas de obtener conocimiento, una espontánea, y la otra por intervención divina, pero los conocimientos derivados de ambas son rigurosamente descreídos por los "racionalistas", por ser inverificables por la experimentación, pero eso tiene una trampita interesante. En efecto, el valor de lo experimental como determinante de la validez del conocimiento (científico en este caso), no es intrínseco sino que es un mero consenso entre los que aceptan, como supremo, el valor de lo racional. Así, no solamente no es un hecho incuestionable su verdad, sino que la falsedad de lo que deja fuera tampoco parece serlo. O sea, no porque la propia ciencia defina qué es válido como conocimiento y qué no esto quiere decir que deba aceptarse a pie juntillas.
Sería darle un estatus cuasi religioso irracional, precisamente.
Lo que sí es innegable es la eficacia de la ciencia para obtener un tipo de conocimiento y su prestigio como aval del saber es justamente ganado. Lo que no queda muy claro es que todos los muertos que tiene en el placard hayan sido "daños colaterales" y que no se hayan perdido por ahí algunas disciplinas más difíciles o demasiado distintas en su concepción que debieron ser atendidas de otra manera.
Tampoco quiero caer en el "todo vale" de Feyerabend, que llegó a sostener que las universidades debían enseñar astrología junto con la astronomía, porque sería ridículo. Pero así como la hegemonía en el detentar el conocimiento final de lo que es verdadero y válido de la Iglesia cayó en su momento, con total justicia, para mejora de la humanidad, debemos guardarnos de ser acríticos con la ciencia, e hipercríticos con otros caminos, so pena de perder muchas cosas valiosas mientras nos llenamos de soja transgénica y nos ahoga el plástico, mientras desperdiciamos la única vida que tenemos...
La situación es compleja: la ciencia no puede dar cuenta de la metafísica, en cuanto a la existencia de sus entidades, por definición. Pero tampoco por la negativa, por imposibilidad lógica. Los escépticos que pretenden utilizar la ausencia de evidencia empírica para, por ejemplo, negar la existencia de Dios, están cometiendo un disparate. Y es un error lógico gravísimo afirmar un consecuente: sostener que la ausencia de evidencia de la existencia de algo permite afirmar su inexistencia, es como afirmar que llovió porque el patio está mojado (cuando hay miles de alternativas para tal mojadura, como que alguien lo haya lavado) y especialmente cuando la entidad por su propia naturaleza está más allá de la experiencia sensible.
La situación, entonces, queda así: como solamente lo que puede ser objeto de experimentación es digno de ser estudiado por la ciencia y solamente la ciencia (dicen) es la que permite validar racionalmente el conocimiento, se concluye que creer en la existencia de las entidades metafísicas es irracional, y que cualquier creencia que lo es también es de naturaleza inferior a la racional. Por supuesto que no son los científicos los que afirman esto, ya que por lo general se limitan a no referirse a estos temas, y tampoco los epistemólogos, que cuando se refieren a la metafísica (y lo hacen mucho y muy interesantemente) se cuidan tanto de los errores lógicos como de comprometerse con hipótesis deístas de cualquier grado, salvo en contextos adecuados como debates propiamente de teología y similares.
La gran pérdida que se produjo fue una erradicación, junto con lo metafísico, de la espiritualidad de la práctica académica, y la instalación de una desconfianza que los intelectuales llegaron a sentir por sus pares que profesaban activamente alguna religión o vía de desarrollo, que no fuera puramente intelectual. Hubo un empobrecimiento sin duda, y el punto más bajo fue esa victoria pírrica que el escepticismo ateo llegó a tener en los setenta, ya que tanto las doctrinas marxistas soviéticas como las liberales neoclásicas del otro lado de mundo eran furibundamente materialistas [1].
Por supuesto que las religiones reveladas consideran a la fe un don, pero ¿qué hacemos los que no lo recibimos? Si decidimos emprender la búsqueda, conviene saber por dónde intentarlo. Si no podemos usar la ciencia, ¿a qué recurrir?
Llegó así la hora de las definiciones: llamaremos exotérica a la forma que tiene la academia tradicional de difundir sus conocimientos y enseñanzas que, supuestamente, se hace de forma abierta y pública (salvo excepciones como las patentes, por ejemplo) y que, al menos en teoría, están al alcance de cualquiera que desee estudiarlas seriamente. Con únicamente leer algunos libros, artículos y cursar en alguna Universidad algunas materias, se puede acceder al conocimiento de estas disciplinas (el rigor y profundidad dependerá de la contracción al estudio y de aquello que "natura non da" pero que el conocimiento está ahí, está ahí).
Por oposición, existe otra forma de transmisión, la esotérica, por la que el conocimiento solamente se dispensa a quienes son aceptados por la comunidad que dice que lo posee. Suele tener características iniciáticas y no siempre toma a la racionalidad como la herramienta única, sino que muchas veces reniega de ella, como en el Zen. Una diferencia importante es que en las vías esotéricas uno se "recibe" al principio y no al final del proceso formativo. Uno es recibido como aprendiz y a partir de ahí comienza el camino.
El aprendiz de monje, artista marcial, masón, alquimista o lo que sea, primero es recibido como neófito y luego se le imparte la enseñanza, pero no de manera directa sino a través de ejercicios, experimentos o símbolos cuyo significado debe desentrañar. Una forma esotérica (berreta, pero a eso vamos luego) que está impuesta en el imaginario colectivo es la manera en que Miyagui le enseña a Daniel-San los rudimentos del Karate, lavando y encerando autos en la película "Karate Kid".
En efecto, mientras templaba el carácter del adolescente midiendo su paciencia con ejercicios de apariencia inútil y repetitiva, conjuntamente se fortalecía su cuerpo y se mecanizaban sus reflejos para ciertos movimientos. Al final del proceso, cuando la paciencia del alumno se gastó, el Maestro le revela la clave para convertir esos movimientos en técnicas marciales efectivas. Insisto, es muy berreta, al estilo Hollywood, pero como ejemplo es clarísimo. Una enseñanza oscura es incorporada por un acto de confianza en el Maestro y todas las piezas encajan al recibir la clave, que podrá ser enseñada o descubierta, y eso depende tanto del camino como de la aplicación del aprendiz [2].
Es crucial diferenciar acá la vía esotérica de lo que habitualmente se llama "ocultismo", ya que muchas vías esotéricas carecen por completo de misterios, y solamente su práctica ritual las convierte en tales, como el ya citado ejemplo del Zen y las artes marciales. Las escuelas mistéricas sostienen tener posesión de algunas verdades trascendentales que solamente revelan a los adeptos en ciertos momentos de su camino. Y si bien las vías ocultistas son todas esotéricas, la inversa no se da.
Y, por supuesto, qué mejor disfraz para un inescrupuloso que no sabe nada que esta disposición de "pague ahora sea inmortal después" porque, como dijo George Buchanan, "un tonto y su dinero se separan muy pronto" y hay muchos candidatos con preciosos espejitos de colores a la espera de estos incautos. Son los "Maestros New Age", quintaesencia del esoterismo berreta. Prometen acercar al cielo a los que los sigan – por un precio módico – y sus armas son tan variadas como avistamientos extraterrestres, naipes, caracoles, gallos muertos y una gran retórica para explicar por qué fracasan una y otra vez a pesar de sus enormes poderes.
Recapitulando, hay dos vías de transmisión y generación de conocimientos, la esotérica y la exotérica, que básicamente designan metodologías. A su vez ambas pueden o no ser racionales, lo que especifica la herramienta que utilizan para su búsqueda de la verdad. Ya tenemos al menos cuatro posibilidades, pero como se pueden combinar, hay muchas más, y en todas ellas hay tantos inescrupulosos tratando de engañar incautos que la única salida precavida parece ser la del escepticismo metodológico, que es bien distinta de la del recalcitrante – o verdadero vivo – que pone una sonrisita de superado ante cualquier convicción que ostente el interlocutor de turno y le esgrime argumentos de tipo kantiano cuestionando la posibilidad de saber nada.
Lo más paradójico es que este tipo de individuos que niegan que se pueda saber nada, son justamente los que se creen que se las "saben todas" y terminan despertando lo peor de uno…
Así, lamentablemente no hay un camino de búsqueda que esté libre de piedras y se impone cultivar y desarrollar un criterio propio para ponerse a salvo.
En mi columna "Aceite de serpiente y baba de caracol" ya traté la ciencia berreta y como los inescrupulosos se aprovechan de la credulidad de los incautos utilizándola, así que seguiremos la columna ocupándonos únicamente del esoterismo berreta, que es lo que deseo denunciar.
El problema es que todos los seres humanos, en mayor o menor medida sentimos la necesidad de desarrollarnos espiritualmente, y como además de crédulos somos cómodos, muchas veces preferimos un manual de autoayuda (que jamás terminaremos de leer) de doscientos pesos antes que una terapia más cara y trabajosa (pero eficaz). Y esa pereza es la que nos puede hacer presa fácil de los Maestros New Age, cuando se junta con el peligroso relativismo del “todo vale” que ya mencionáramos. Seamos taxativos: no todo vale ni todas las opiniones son valiosas. Eso es democracia mal entendida, ya que solamente en las urnas cada voto de hombres y mujeres libres y de buenas costumbres (ciudadanos hábiles) vale exactamente igual que el del vecino.
En ciencia, filosofía y otras áreas de estudio, la opinión del Maestro vale más que la del aprendiz y eso es innegable, ¿o se imagina a alguien armando una asamblea para votar quien pilotea el avión en una tormenta para hacerlo democrático o discutiendo con el cirujano mientras le practica una apendicetomía? No, señores, el conocimiento y la sabiduría marcan una diferencia en el opinar y solamente los burros no entienden que Discépolo ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡SE ESTABA QUEJANDO!!!!!!!!!!!! Y no convalidando una situación infausta.
Cuando hay efectos que se pueden observar es más fácil decidir: para elegir un Sensei bastaría verlo pelear a él o sus alumnos: si un niño de diez años les baja los dientes de una patada, por ahí el arte marcial que enseñan no es muy bueno a la hora de la defensa personal. Pero sería un test algo molesto, y experimentar con la cara de uno es demasiado oneroso.
Pero como ya dijimos, las artes marciales tienen ese aspecto externo que es perceptible, la destreza, que podría verificarse, por ejemplo, viendo quiénes ganan más torneos. Porque estamos, además, ante una vía que no es puramente esotérica, sino que es híbrida (en casos como el Judo y el Taekwondo Songham es puramente exotérica y deportiva) pero el fiel de la destreza de los practicantes es un discriminador de genuinos y berretas[3]. Al igual que con las vías exotéricas, es posible así una prueba que permita separar tirios de troyanos.
¿Qué podemos hacer si queremos una vía de desarrollo espiritual y se nos promete el oro y el moro pero no se nos adelanta nada del proceso antes de la iniciación, sea esta como fuere administrada? El acto de fe que se nos pide es enorme, y difícilmente pueda hacerse algo racional (y aceptemos que no solamente lo empírico lo es) si se está a oscuras. La luz de la verdad bien parece ser un premio suficientemente grande para correr ciertos riesgos, pero sería preferible evitarse algunos.
Una regla de buen cubero sería que no se debe confiar en un alquimista pobre o en un adivino que pregunta por el portero eléctrico "¿quién es?" pero no parece haber tanto sentido común, taradotistas, horoscoperos y otros chantas siguen dándole mala prensa al esoterismo mientras se niegan a usar sus enormes poderes para ganar el cinco de oro, y en la bolada los escépticos se hacen su agosto sin merecerlo.
Al igual que Fox Mulder, yo quiero creer, pero me la hacen difícil, también creo que la verdad está ahí afuera, pero corren tiempos difíciles. A lo mejor, cuando llegue "adivinando por un sueño"…
Bernardo Borkenztain
[1] Otro efecto secundario del anatema que cayó sobre la metafísica fue que ciertos libros, por falta de interés, como los Evangelios Apócrifos, dejaron de imprimirse, se hicieron raros y desconocidos, pero no por una ocultamiento o conjura, sino por el mero desinterés que mencionamos. Por eso, unos treinta años después, millones de incautos leen "El código Da Vinci" y se creen que les revela verdades ocultas, cuando se limita a ser una relativamente entretenida novela policial, terriblemente panfletaria, yanquicéntrica y pro Opus Dei, pero totalmente carente de revelaciones místicas de ningún tipo. Y así el libro ese se multiplica al infinito con una gran cantidad de advenedizos que nos explican exactamente dónde está el Grial, la Vera Cruz y por supuesto, el paradero de Flammel y de Saint Germain que como todos sabemos, siguen entre nosotros.
[2] Obviamente, el que intentara enseñar así en una Facultad, rápidamente sería licenciado por tiempo indeterminado y obsequiado con una camisa preciosa de mangas larguísimas y un montón de brochecitos…
[3] En épocas menos burguesas y más peligrosas era aún más fáciles de diferenciar: los practicantes genuinos respiraban. es bueno que recordemos de vez en cuando que la predilección de lo simbólico por sobre lo sustantivo es una aberración burguesa y no se le puede achacar a otras culturas. En Japón jamás hubo "KO técnico" ni empates a cero...
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