lunes, 5 de julio de 2010

A la búsqueda del amor perdido, Rodrigo Eugui Ferrari

(Ponencia dictada en el marco de las I Jornadas de Filosofía, celebradas en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación durante los días 10 y 11 de diciembre de 2009).

Este trabajo tiene como finalidad incentivar la reflexión filosófica en torno a un aspecto relevantísimo de la vida humana, el amor, que por su marcada tendencia a la manifestación física (acompañada a la asociación mundo material-ciencia), ha sido relegado de la filosofía para ser trasplantado a los campos científicos de la psicología, la física y la genética principalmente. Si bien las explicaciones científicas resultan útiles para la comprensión de este “estado vital”, existen ciertos aspectos del mismo que trascienden la mera manifestación física, y es en ese punto donde “nos damos cuenta” que las respuestas ofrecidas por la ciencia son incompletas, exiguas, y que la necesidad de otra postura (proporcionada por la meditación filosófica) se vuelve inmanente a los propias interrogantes.
Primeramente, se presentará –de un modo somero- el abordaje del tema a través de la historia de la filosofía, rescatando aquellos aportes que mejor se presten a la reflexión con la intención de aunar los senderos teóricos y los prácticos; y por último se realizará un enfoque partiendo de la actualidad y sus desafíos, acercando así nuestra disciplina a la vida cotidiana.
Asimismo, se advierte que las traducciones efectuadas de pasajes de dos artículos pertinentes son personales, por lo que el parafraseo de los mismos predominará a su mera traducción literal.

Sobre la esencia del amor
Al igual que todos los problemas filosóficos, este es uno que ha sido, es y será fuente de sempiterno debate. Y es que la pregunta ¿qué es el amor?, planteada al estilo socrático y que indaga sobre la naturaleza del mismo, conlleva a otra, quizá precedente a ésta: ¿pueden los demás seres vivientes amar? ¿es capaz una planta, por ejemplo, de amar? ¿necesita el amor una expresión visible?, aumentando la lista de interrogantes cada vez que se profundiza más en el asunto. La poesía ha dado hermosas y diversas conceptualizaciones, y entre tantas bellezas resulta difícil escoger una y decir “esto es amor”. Pero aunque así sucediese, esos versos, tan dulces al oído, se muestran frágiles al tacto filosófico. ¿Qué es el amor? El amor es...un gran enigma. Voltaire, en su Diccionario filosófico, expresa que es “un no sé qué compuesto de todo eso; es un sentimiento confuso semejante a las pasiones fantásticas que los muertos conservaban en los Campos Elíseos.” Entonces, ¿qué podría ser? Personalmente, comparto la visión de Zygmunt Bauman, quien introduce una analogía entre la muerte y el amor, ya que “sólo se puede entrar en el amor y en la muerte una única vez: menos aún que en el río de Heráclito.”(1) Así, ambos “son acontecimientos del tiempo humano, cada uno de ellos independientes, no conectado (y menos aún causalmente conectado) a otros acontecimientos similares, salvo en las composiciones humanas retrospectivas, ansiosas por localizar –por inventar- esas conexiones y comprender lo incomprensible.”(2) Por esto, “la naturaleza del amor implica –tal como lo observó Lucano dos milenios atrás y lo repitió Francis Bacon muchos siglos más tarde- ser un rehén del destino.” (3) ¿Pero es esto cierto? ¿Por qué hay personas que, por ejemplo, se enamoran “a primera vista”, y mantienen encendida esa llama durante toda su vida (tal es el caso de la historia romántica de la película Titanic)? ¿Hasta qué punto el destino no está determinado?

Distinción helénica del término en tres tipos: Eros, Agape y Philia
Los antiguos griegos habían diferenciado tres aspectos del amor personal, a los que clasificaron y denominaron Eros, Agape y Philia.
El primero de ellos, Eros, refiere “a esa parte del amor que constituye lo pasional, el deseo intenso por alguien, y está casi siempre dirigido al deseo sexual (de ahí proviene la moderna noción de erótico, en griego erotikos).” (4) Algunos autores, como Nygren, lo describen “como amor del deseo o amor adquisitivo y, por consiguiente, como egocéntrico” (5); y otros, como Soble, afirman que es “especialmente la creencia de lo que es bueno o bello” (6) (éste último destaca su dependencia racional).
Por otro lado, Agape supondría la antítesis de Eros, ya que “refiere al amor paternal de Dios hacia el hombre y del hombre hacia Dios, pero se extiende a incluir el amor fraternal hacia la humanidad toda.” (7) Este aspecto, podría sostenerse, “busca un género perfecto de amar en cuanto a cariño, trascendencia del particular y a pasión refiere, independientemente de la reciprocidad.” (8) Rumi, poeta sufí y figura cumbre de la cultura persa, refleja con perfección lo precedente en sus composiciones: “La casa de mi corazón está vacía,/exenta de deseos, como el paraíso./Dentro de ella no hay afán salvo el amor de Dios,/ningún habitante salvo la imagen de la unión con Él.” (9) El ágape, adoptado y modelado por el cristianismo, ha sido –y todavía es- criticado, puesto que trae consigo una variedad de implicaciones ético-morales. Tómese la norma que conlleva a un amor igualitario, aquella que dice “ama a tus enemigos”. ¿Cuál sería el contenido ético de la norma para quien rechaza esta clase de amor? ¿Es éticamente adecuado amar con imparcialidad a todos los hombres? ¿Cómo debería responder yo ante el desprecio del otro? Por ello, “tempranamente los cristianos se preguntaron si el principio se aplicaba sólo a los discípulos de Jesús o a todos” (10), resultando victoriosa la segunda alternativa. “Para los cristianos pacifistas, poner la otra mejilla a las agresiones y a la violencia implica la esperanza de que el agresor eventualmente aprenderá a comprender los más altos valores de paz, perdón y amor hacia la humanidad.” (11)
Sin embargo, el agape también posee un lado sombrío que quienes lo comparten se esfuerzan por sepultarlo: si así se promueve una suerte de “elevación del alma”, ¿no se despreciaría, a su vez, todo lo corpóreo? ¿No se estaría tolerando, indirectamente, cualquier violación física? ¿Hasta qué punto el agape concuerda con nuestra naturaleza, y hasta qué punto es tan sólo una mera invención humana? “Otros mantendrían que el concepto de amor universal, o amor por igual, no es sólo impracticable, sino lógicamente vacío. Aristóteles, por ejemplo, afirma: Uno no puede ser amigo de muchas personas en el sentido de tener una relación perfecta con cada una de ellas.” (12)
Finalmente, se encuentra Philia, que “originariamente significaba un género de consideración afectiva o sentimiento amistoso para con los amigos, los integrantes de la familia, y el país libre de uno.” (13) Como se aprecia, hay una cierta semejanza entre eros y philia, ya que ambos aspectos son “generalmente (pero no universalmente) entendidos a ser sensibles a las (buenas) cualidades en el propio amado.” (14) No obstante, difieren, según lo enuncia Soble, en la importancia de lo sexual: en eros es imprescindible, mientras que en philia no lo es. Las enseñanzas del filósofo chino Confucio, en lo que a amor filial corresponde, elucidan bien este aspecto. De esta manera, por ejemplo, sostiene: “El que tiene arraigada la piedad filial en lo más profundo de su corazón, ama a su padre y a su madre hasta el último día de su vida. Son ilustrados aquellos de quienes sus padres alaban el fiel cumplimiento de la piedad filial y sus amigos de juventud exaltan el profundo respeto hacia sus hermanos.” (15)

Interpretación metafísica de la unión amorosa
Quizá sea la más loada por poetas y escritores. El hecho de elevar el amor a la categoría de “divino”, de complemento espiritual, hace que el enamorarse perdidamente de otro individuo fuera el más sublime de todos los estados.
La influencia platónica fue –y es- de suma importancia para el mantenimiento de esta concepción. En el Simposio plantea, en boca de Aristófanes, que los amantes anhelan “llegar a ser uno solo de dos, juntándose y fundiéndose con el amado.” (16) Pero esta unión no es entre cuerpos, sino entre dos almas que quieren volverse una, es decir, a su estado original: eso permite que el lazo perdure a través del tiempo (idea que rescatará más tarde Justiniano, agregando también la relevancia del elemento material), y que, como sostendrá Sócrates después (con algunas variantes), los amantes alcancen la perfección: “Un hombre enamorado, en efecto, soportaría sin duda ser visto por su amado abandonando la formación o arrojando las armas, que si lo fuera por todos los demás, y antes de eso preferiría mil veces morir.” (17) Así, “amor es, en consecuencia, el nombre para el deseo y persecución de esta integridad.” (18)
Fue tal la preponderancia de Platón, que filósofos naturalistas como Lucrecio se valieron de esta doctrina. En su obra De Rerum Natura (IV, 968-1288) expresa lo siguiente: “…cuando en la flor de la edad se unen dos amantes y el cariño los aproxima ante la presencia de Venus que preside la fecundación femenina, se estrechan y se halagan como si quisieran ambos confundirse en una sola alma y en un solo cuerpo…”
En Oriente, Ibn Hazm de Córdoba tal vez sea el defensor más destacado de esta línea. En El collar de la paloma, escribe: “Mi parecer es que consiste en la unión entre partes del alma que, en este mundo creado, andan divididas, en relación a cómo primero eran en su esencia elevada…” (19) Y luego se encarga de presentar una serie de argumentos contra las refutaciones planteadas a la teoría. La objeción que se le puede hacer a esta concepción, se captura en el siguiente razonamiento: Si el amor fuese una concordia entre almas, entonces el afecto sería recíproco entre el espíritu del amante y el del amado (es decir, ambos se amaría por igual). Pero esta concordancia mutua no existe: siempre hay uno de los dos que ama más al otro, y los términos “amante” y “amado” hacen mención de ello. Por consiguiente, el amor dista de ser una mera concordia entre almas, aunque nos sintamos heridos poéticamente. El argumento que expone Ibn Hazm de Córdoba contra lo anterior descansa en otro postulado metafísico que, en sí, se basa en la información de su conclusión para reforzar sus premisas.
Por otra parte, la explicación metafísica queda abolida al rechazar la existencia del alma, dando paso a la explicación científica y sus teorías al respecto.

Explicación científica
Se asume que el amor es un fenómeno físico y, en consecuencia, puede ser examinado e interpretado científicamente. La física y la genética, áreas que muestran mayor interés al respecto, “reducen todos los exámenes del amor a la motivación física del impulso sexual.” (20) Según piensan, el hombre, sea en una etapa consciente o inconsciente, es dirigido por ese impulso a encontrar un objeto que le garantice cierta gratificación sexual. “Los deterministas físicos, aquellos que creen en el mundo totalmente físico y que cada evento tiene una causa material, consideran el amor como una extensión de la parte química-biológica constituyente de la especie humana, y que el mismo sea explicable acordando a dicho proceso.” (21) Los genetistas, por su parte, invocan la teoría de que “los genes (el ADN del individuo) establece los criterios de determinación en toda elección sexual o supuesto romántico, especialmente en lo que a escoger pareja se trata.” (22)
Sin embargo, la ciencia no ha podido responder con satisfacción una serie de interrogantes que son incompatibles a sus postulados, y que proporcionan a este “fenómeno físico” cierto aire metafísico: ¿por qué, cuando se habla de “amor verdadero”, éste no se extingue después del fallecimiento de uno de los partícipes de la relación, sino que permanece vivo en la memoria del otro, generándole efectos que antaño (Como manifiesta con belleza Ibn Hazm de Córdoba: “Tú hallarás personas que ellos mismos creen haber olvidado ya su amor y que han llegado a edad muy avanzada; pero, si se lo recuerdas, verás que lo sienten revivir en su memoria, y se lozanean y remozan, y que notan que les vuelve la emoción y les excita el deseo.” (23))?¿por qué, cuando se está perdidamente enamorado, se es capaz de dar la vida por el amado (Como lo expresa Alcibíades en el Simposio: “…cuando tuvo lugar la batalla por la que los generales me concedieron también a mí el premio al valor, ningún otro hombre me salvó sino éste, que no quería abandonarme herido y así salvó a la vez mis armas y a mí mismo.” (24))? ¿Y por qué, si nuestros genes determinan la “pareja ideal”, a veces amamos a otras personas inferiores en belleza y vigor, o somos amados por otros que exceden tales expectativas para con nosotros?
Si bien la interpretación metafísica no está exenta de crítica, podría decirse que la explicación científica tampoco.

Otra exégesis de la obra de Empédocles
Habitualmente, tiende a interpretarse el pensamiento de Empédocles, filósofo presocrático, desde una “óptica” aristotélica. Así, se lo califica –al igual que Anaxágoras- como pluralista, es decir, seguidor de un sistema filosófico (post-parmenídeo) que, a grandes rasgos, afirma la existencia de la multiplicidad y el cambio en el universo. No obstante, Empédocles fue el primer pensador occidental en otorgar al Amor un papel preeminente en su concepción de la realidad. Y, desde esta perspectiva, se lo puede considerar como el fundador de una rama filosófica: la filosofía del amor.
En los fragmentos de un poema suyo (atitulado, pero que la tradición da el nombre de Sobre la naturaleza, y en el cual expone su doctrina), declara que existen dos fuerzas capaces de unir y separar las cosas, a las que identifica con el Amor y el Odio: “Todos estos nunca cesan de cambiar locamente; ahora se unen en unidad por el Amor; ahora se separan por la repulsión engendrada por el Odio, hasta que se reúnan en la unidad del Todo y se someten a ello.” (25) ¿Cuál sería el significado de este pasaje, considerando que su autor fue un verdadero “filósofo del amor”? ¿Qué nos quiere transmitir con ello? Según este enfoque, estaría manifestando que la pareja (o sea, el Todo, ya que implica la totalidad de las partes en una relación) necesita, para su consolidación como tal, establecer un “equilibrio” entre estos opuestos: la unión es imprescindible, pero cuando se lleva a su extremo, cuando los amantes empiezan a depender cada vez más entre sí, el germen de la separación, del odio, deviene inevitable; a su vez, cuando la separación impera en la relación, y el amor es una tenue lucecilla en la oscuridad, la ruptura es ineludible. “Vuelen juntos, pero jamás atados” dice un antiguo proverbio indio, que parece coincidir con esta postura.
Por otro lado, también se le atribuye a Empédocles el proclamar que existen cuatro elementos primitivos universales, a saber, fuego, agua, tierra y aire, de los cuales se componen todas las cosas: “Y escucha en primer término las cuatro raíces de todo: Zeus, el brillante, Hera la donadora de vida, Hades, y Nestis, cuyas lágrimas son una fuente de vida para los mortales.” (26) Ahora bien, ¿por qué escogió para mencionarlos nombres de dioses? ¿Qué significado hay más allá de la mera elegancia poética? Como se sabe, Zeus –fuego- era famoso por tener una vida sentimental regida por la pasión (el rapto de Ganimedes es un claro ejemplo de ello), a la inversa de Hades –agua-, cuya serenidad lo caracterizaba (amó únicamente a Perséfone, y con total diligencia). Hera –aire- representa la imagen idealizada de la mujer, lo divino, lo contemplativo; mientras que Nestis –tierra- lo es de lo terrenal, del deseo que nos arranca lágrimas cuando no somos capaces de saciarlo. Entonces, se puede hacer una vinculación entre ellos y revelar así el “pensamiento oculto” del filósofo: cuando se está en una relación amorosa, lo pasional y lo contemplativo son los aspectos dominantes (Zeus y Hera eran esposos); los amantes ven “la vida en rosa” (viven en su propio Olimpo) y, al enfadarse, no tardan en reconciliarse nuevamente para continuar reinando en su paraíso. Al final de dicha relación (el Hades), que se encuentra asociada al elemento pasional (Zeus y Hades eran hermanos) y a la soberbia, se abre el camino a la reflexión (recuérdese la liberación del dios de los infiernos y sus hermanos por Zeus), que exige sosiego, calma, paz. pero también se origina en nosotros el deseo de volver al ser amado, de tenerlo en brazos y besarlo. Y he aquí un nuevo conflicto entre lo espiritual y lo corporal: lo que parece sugerir Empédocles es que sólo al final de un enamoramiento verdadero el alma es capaz de elevarse o no hacerlo.
Esta exégesis de su teoría permanece todavía inconclusa, lo que significa que quedan símbolos y frases por interpretar desde la óptica de la filosofía del amor. Lo cierto, es que fue un pensador muy involucrado en el asunto, que vivió de acuerdo a sus creencias, y cuyo aporte –opacado por la interpretación aristotélica- es de gran utilidad para la aplicación práctica de nuestra disciplina.

La formación de una pareja en la actualidad
Si bien la philia es de suma importancia para la vida sentimental del hombre, la búsqueda de su “alma gemela”, es decir, el establecimiento de una relación amorosa, es la que satisface en mayor medida esa necesidad humana de contacto social.
En un mundo globalizado como el nuestro, donde pareciera que los avances tecnológicos aumentan desmesuradamente, encontrar un compañero de por vida “es más difícil que en una aldea primitiva, donde al menos todo el mundo se conocía y para tomar esposa uno tan sólo debía elegir entre las relativamente escasas personas disponibles.” (27) ¿Hasta qué punto el progreso nos beneficia? ¿Qué tan comunicados estamos? Como bien expresa Marinoff: “…sufrimos la contrapartida de la pérdida del espíritu de comunidad, con el consiguiente debilitamiento del tejido social que vincula a los miembros de dicha comunidad.” (28); ergo “el contacto entre las personas pierde la intimidad necesaria para establecer relaciones individuales y a su vez comunidades.” (29)
Hoy en día, la mayoría de las personas desean más una compañía sexual que una sentimental. ¿Y es que acaso sexo y amor son sinónimos? La cópula, a diferencia del amor, es efímera. Además, se pueden tener relaciones carnales con un individuo sin siquiera amarle. Para Fromm, el orgasmo “cumple una función no demasiado diferente del alcoholismo o la adicción a las drogas. Como ellos, es intenso, pero transitorio y periódico.” (30) Y Bauman complementa esta idea añadiendo: “Toda capacidad generadora de unión que el sexo pueda tener se desprende de su conjunción con el amor.” (31) ¿Pero por qué si el amor es un estado, llamémosle superior, con respecto al sexo, los sujetos persiguen más este último? La respuesta conlleva a la presentación del dilema “amar o ser libre”, denominado por Solomon como la paradoja del amor, la cual sería la siguiente: Todo lo que obstaculiza la libertad se combate. El amor obstaculiza la libertad, al generar cierto vínculo de dependencia entre los amantes. Por lo tanto, el amor se combate (Fisher manifiesta que “la pérdida de autonomía individual es una consecuencia aceptable de amar” (32)). Es por eso que “la moderna razón líquida ve opresión en los compromisos duraderos; los vínculos durables despiertan su sospecha de una dependencia paralizante. Esa razón le niega sus derechos a las ataduras y a los lazos, sean espaciales o temporales.” (33) Y el sexo es visto como la vía más rápida, versátil y segura de experimentar ese estado de bienestar característico del amor, aunque sea por unos pocos segundos. Y sus efectos secundarios son el fruto amargo de su cosecha: “…la unión alcanzada durante el breve instante del orgasmo deja a los desconocidos tan alejados como lo estaban antes de modo tal que sienten extrañamiento aún más profundamente que antes.” (34)
Todo esto involucra la consolidación e imposición de una cultura consumista, “partidaria de los productos listos para uso inmediato, las soluciones rápidas, la satisfacción instantánea, los resultados que no requieren esfuerzos prolongados, las recetas infalibles, los seguros contra todo riesgo y las garantías de devolución del dinero. La promesa de aprender el arte de amar es la promesa (engañosa, falsa, pero inspiradora del profundo deseo de que resulte verdadera) de lograr experiencia en el amor como si se tratara de cualquier otra mercancía. Seduce y atrae con su ostentación de esas características porque supone deseo sin espera, esfuerzo sin sudor y resultados sin esfuerzo.” (35)
En este juego mercantil, donde todo vale y todos participamos del mismo, hasta el propio Estado ve en amor una fuente económica muy provechosa: “La supuesta llave de la felicidad de todos, y el explícito propósito de los políticos, es el crecimiento del Producto Bruto Interno (PBI). Y el PBI es medido en función de la suma total de dinero gastada por la población.” (36) E incluso algunos fenómenos contemporáneos, como la revolución sexual, son motivados por las grandes empresas multinacionales, especialmente las de fabricación de preservativos, quienes se sirven de la causa para la incrementación de sus ganancias.
La “Red de Redes” es otro suceso que si bien acorta distancias, también actúa como agente fortalecedor de este amor comercial. Al respecto, Bauman manifiesta: “O así es al menos como uno se siente cuando entra a Internet para comprar compañeros: igual que cuando hojea las páginas de un catálogo de ventas por correo sin obligación de compra que garantiza en la cubierta el reembolso en caso de quedar insatisfecho.” (37) Las llamadas “citas virtuales” han suplantado, poco a poco, a los encuentros personales, con la consiguiente pérdida de la capacidad humana para establecer vínculos directos, es decir, de su relacionamiento social real: “…para los corazones solitarios de hoy, las discotecas y los bares de solos y solas no son más que un recuerdo lejano. No han adquirido (y no temen haberlo hecho) suficientes habilidades sociales como para hacer amigos en lugares semejantes.” (38)
Con todo, parece que el encuentro de nuestra “media naranja” en la actualidad exige, tal cual lo enuncia Fromm, “humildad, coraje, fe y disciplina”. Por mi parte, agregaría constancia y empatía; y pronunciaría, acompañando a François Mauriac, que en estos tiempos gélidos, “si vosotros no ardéis de amor, habrá mucha gente que morirá de frío.”

Notas bibliográficas
(1) Bauman, Zygmunt. Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos, Fondo de Cultura Económica USA, 2007, pág. 17
(2) Ibidem
(3) Bauman, Zygmunt. Op. cit., pág. 21
(4) http://www.iep.utm.edu/love/ (The Internet Encyclopedia of Philosophy). Consulta 12 de noviembre de 2009
(5) http://plato.stanford.edu/entries/love/ (Standford Encyclopedia of Phylosophy). Consulta 12 de noviembre de 2009
(6) Ibidem
(7) http://www.iep.utm.edu/love/ (The Internet Encyclopedia of Philosophy). Consulta 12 de noviembre de 2009
(8) Ibidem
(9) Rumi. Amante del amor, trad. Miguel Grinberg, 1ra. ed., Buenos Aires: Longseller, 2002, pág. 19
(10) http://www.iep.utm.edu/love/ (The Internet Encyclopedia of Philosophy). Consulta 12 de noviembre de 2009
(11) Ibidem
(12) Ibidem
(13) http://plato.stanford.edu/entries/love/ (Standford Encyclopedia of Phylosophy). Consulta 12 de noviembre de 2009
(14) Ibidem
(15) Confucio. La Sabiduría de Confucio, trad. María Merino, Buenos Aires: Errepar S.A., 2000, pág. 112
(16) Platón. El Banquete, Montevideo: EL PAIS S.A., s/d, pág. 34
(17) Platón. Op. cit., pág. 15
(18) Platón. Op. cit., pág. 34
(19) Ibn Hazm de Córdoba. El collar de la paloma. Tratado sobre el amor y los amantes, Alianza, 1981, pág. 101
(20) http://www.iep.utm.edu/love/ (The Internet Encyclopedia of Philosophy). Consulta 12 de noviembre de 2009
(21) Ibidem
(22) Ibidem
(23) Ibn Hazm de Córdoba. Op. cit., pág. 103
(24) Platón. Op. cit., pág. 76
(25) Empédocles, Frg. 17 (DK, I, 308-354)
(26) Empédocles, Frg. 6 (DK, I, 308-354)
(27) Marinoff, Lou. Más Platón y menos Prozac, trad. Borja Folch, Barcelona: Ediciones B, 2004, pág 147
(28) Ibidem
(29) Ibidem
(30) Fromm, Erich. El arte de amar, Buenos Aires: Paidós, 1999
(31) Bauman, Zygmunt. Op. cit., pág. 67
(32) http://plato.stanford.edu/entries/love/ (Standford Encyclopedia of Phylosophy). Consulta 12 de noviembre de 2009
(33) Bauman, Zygmunt. Op. cit., pág. 70
(34) Bauman, Zygmunt. Op. cit., pág. 67
(35) Bauman, Zygmunt. Op. cit., pág. 22
(36) Bauman, Zygmunt. Op. cit., pág. 92
(37) Bauman, Zygmunt. Op. cit., pág. 91
(38) Ibidem

Rodrigo Eugui Ferrari

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