viernes, 7 de agosto de 2009

Acerca de fanáticos y escépticos (Texto de José Enrique Rodó)

Sabemos hoy día rechazar en cuanto se vuelve al menos incipiente el razonamiento en nuestras cabezas toda forma de fanatismo pues conocemos lo que históricamente el fanatismo ha engendrado y lo que aún hoy con su vaho mental retorcido sigue engendrando. Pero por el camino de rechazar todo fanatismo, toda creencia en su firmeza exagerada (y también en su firmeza) y empeñados en descreer podriamos lanzarnos hacia el otro extremo olvidando el camino medio y acerándonos la mente con un escepticismo a rajatabla...Y aún buscando el camino medio podriamos confundir la unidad dialéctica de tales contrarios con la tibieza vulgar del que no saber creer ni sabe descreer sino que solo vive mentalmente en la superficie mediatizada de los prejuicios, las aceptaciones, las temperancias sin fin que adormecen la conciencia...A este respecto leamos a José Enrique Rodó en este fragmento que extraigo de su obra "El Mirador de Próspero" y específicamente del ensayo titulado "Rumbos nuevos"...

"El fanático y el escéptico, personificaciones de dos puntos extremos, entre los que oscila con inseguro ritmo la razón humana, son caracteres que presentan notas peculiares de superioridad y de desmerecimiento, de alteza y ruindad. Caben en el fanático el prestigio avallasador del entusiasmo; la sublime capacidad de crear y aniquilar, de idolatrar y maldecir; la grandeza de la acción heroica; la suprema abnegación del martirio. Tiene, en cambio, la estrechez del juicio y sentimiento; la ceguera para cuanto no sea el punto único a que, con fatal impulso, gravita; la incomprensión, la inflexibilidad, la brutalidad. Caben en el escéptico superior la amplitud alta y generosa; la benevolencia fácil;el sentido de lo relativo y transitorio de toda fórmula de la verdad; la cultura varia y renovable, la gracia y movilidad del pensamiento. Deslúcenle, como reverso de estos dones, la ineptitud para la acción; la fría esterilidad de la duda; la limitación y pobreza de lo que exige de la realidad; la influencia enervadora y corrosiva. Entre estos dos tipos opuestos, y en su perfecta realización, extraordinarios, halla su posición y carácter el espíritu de la mayoría de los hombres que, de uno u otro modo, se interesan por las ideas; aproximándose a un extremo o al otro, pero guardando casi siempre la correlación de superioridades y defectos propios de la naturaleza del tipo a que respectivamente se aproximan, y dejando graduar la intensidad con que adolecen de los defectos por la proporción en que participan de las superioridades. Cuanta más energía de convicción, menos virtud de tolerancia; cuanta mayor disposición de hacer, menor profundidad de pensar; cuanta más sutil inteligencia crítica, menos dinámico y comunicativo poder de sentimiento.
¿Es ésta, sin embargo, ley fatal e inflexible? ¿No pueden conciliarse, en un plano superior, las excelencias de ambos caracteres y determinar uno nuevo y más alto...? Yo creo que sí. Yo creo que es posible, no sólo construir idealmente, sino también, aunque por raro caso, señalar en la realidad de la vida, una estructura de espíritu en que la más eficaz capacidad de entusiasmo vaya unidad al dón de una tolerancia generosa; en que la perseverante consagración a un ideal afirmativo y constructivo se abrace con la facultad inexhausta de modificarlo por la sincera reflexión y por las luces de la enseñanza ajena, y de adaptarlo a nuevos tiempos o a nuevas cirscunstancias; en que el enamorado sentimiento del propio ideal y de la propia fe no sea obstáculo para que se reconozca con sinceridad, y aún con simpatía, la virtualidad de belleza y amor de la fe extraña y los ideales ajenos; en que la clara percepción de los límites de la verdad que se confiesa no reste fuerzas para servirla con abnegación y con brío, y en que el anhelo ferviente por ver encarnada cierta concepción de la justicia y del derecho, parta su campo con un seguro y cauteloso sentido de las oportunidades y condiciones de la realidad.
Este es, sin duda, el más alto grado de perfección a que puede llegarse en la obra de formar y emancipar la propia personalidad, bajo la doble relación de la inteligencia y del carácter. Demás está decir que si el fanático y el escéptico puros, en el sentido de la pureza o simplicidad psicológicas, son tipos de excepción, aún lo es más este tipo en que se resuelve la oposición de aquellos otros, no por neutralizado y vulgar término medio, sino por participación activa y fecunda de las superioridades y capacidades de entrambos. No sólo es extraordinaria esta superior manera de ser, sino que, a diferencia de aquellas de la que la deslindamos, escapa casi siempre a la comprensión y el aplauso del vulgo. La mayoría del vulgo compónese de los semifanáticos y los semiescépticos, y cada una de estas especies desmedradas y borrosas siente la sugestión magnética del tipo que realiza, con plenitud eficaz, los caracteres que sólo en parte y sin eficacia tiene ella. A los semifanáticos les subyuga la bárbara energía del fanatismo personificado en un carácter uno, enterizo y presa de ímpetu ciego; a los escépticos a medias les fascina aquel como prestigio diabólico que nace, en el pleno escepticismo, de la resistencia invariable de la duda y del alarde impávido de la ironía. No queda séquito, o queda muy limitado, para el espíritu de libertad y selección, que afirma y niega, obra y se abstiene, con racional medida de cada una de sus determinaciones. Pero si su acción sobre el mayor número no es inmediata ni violenta, ni asume las formas triunfantes del proselitismo, su influencia en esferas superiores a la vulgaridad es la única de que nace positivo progreso en las ideas y la que, en definitiva, fija el ritmo que prevalece sobre los desacordes impulsos de esas distintas ordenaciones del rebaño humano que llamamos sectas, escuelas y partidos." José Enrique Rodó.

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