viernes, 28 de agosto de 2009

El psicoanálisis y la ética (por Gerardo Andrés Delmonte La Cruz)

LA CONCEPCIÓN FREUDIANA DE LA MORAL

Una interpretación no cognitiva de la ética de Freud.



Andrés Delmonte


Para Freud el origen de la cultura y por lo tanto de la moral, radica en la represión de las pulsiones naturales del ser humano. Aquella surgió, se desarrolla y se mantiene, transformando las tendencias innatas del hombre y poniéndolas al servicio de sus inter-eses. Los valores culturales (morales y estéticos) son formaciones sustitutivas, que sur-gen como la vía de transacción socialmente admisible, a través de la cual está permitida la canalización de las pulsiones de forma compatible con la realidad social. Esta tran-sacción se realiza mediante una serie de mecanismos defensivos que transforman los destinos naturales de las pulsiones eróticas y agresivas, sustrayéndole sus componentes (carga energética) y desviando o inhibiendo sus fines originales:

“La investigación psicológica – o, más rigurosamente, la psicoanalítica- mues-tra que la esencia más profunda del hombre consiste en impulsos instintivos de natura-leza elemental, iguales en todos y tendentes a la satisfacción de ciertas necesidades instintivas. Estos impulsos instintivos no son en sí mismos ni buenos ni malos. Los clasi-ficamos, y clasificamos así sus manifestaciones, según su relación con las necesidades y las exigencias de la comunidad humana. Debe concederse, desde luego, que todos los impulsos que la sociedad prohíbe como malos – tomemos como representación de los mismos los impulsos egoístas y crueles- se encuentran entre tales impulsos primitivos. Estos recorren un largo camino evolutivo hasta mostrarse eficientes en el adulto. Son inhibidos, dirigidos hacia otros fines y sectores, se amalgaman entre sí, cambian de objeto y se vuelven en parte contra la propia persona. Ciertos productos de la reacción contra algunos de estos instintos fingen una transformación intrínseca de los mismos, como si el egoísmo se hubiera hecho compasión y la crueldad altruismo.” Freud (1970: 103).

La represión, la sublimación, la formación reactiva, la identificación, la introyección y la proyección son los principales mecanismos mencionados por Freud, encargados, a instancias del yo, de lograr el complicado y frágil objetivo de poner al hombre en condi-ciones de convivir con sus pares. No obstante, este proceso no se realiza sin dejar sus costos para el individuo, quien paga con una gran cuota de infelicidad y frustración pul-sional y hasta con la enfermedad, los beneficios de la civilización.



II



Uno de los aportes originales de Freud con respecto a las fuentes de la moralidad esta en su rechazo de la idea de que son los intereses materiales ( trabajo y satisfacción de necesidades ) los que sustentan los vínculos comunitarios, afirmando por el contrario, que éstos vínculos consisten en buena parte en lazos libidinales. Si bien es correcto de-cir que Freud le otorga un papel socializador al trabajo, este papel solo radica en su fun-ción catalizadora de la energía pulsional, que no tendría efecto sin la transformación que sufren estas tendencias innatas a causa de los mecanismos antes mencionados:

“… la realidad nos muestra que la cultura no se conforma con los vínculos de unión que hasta ahora le hemos concedido, (se refiere aquí a los intereses materiales a los cuales hacia referencia en las líneas precedentes a esta cita), sino que también pre-tende ligar mutuamente a los miembros de la comunidad con lazos libidinales, sirvién-dose a tal fin de cualquier recurso, favoreciendo cualquier camino que pueda llegar a establecer potentes identificaciones entre aquellos, poniendo en juego la máxima canti-dad posible de libido con fin inhibido, para reforzar los vínculos de comunidad median-te lazos amistosos. La realización de estos propósitos exige ineludiblemente una res-tricción de la vida sexual…” Freud (1970: 50).

En esta cita ya se puede apreciar la concepción de la moral como formación sustituti-va a la que hacía referencia más arriba, concepción a la que Freud dará su forma defini-tiva cuando postule al sentimiento de culpa como la motivación principal de la conducta moral del hombre, subordinado al rol de este sentimiento en la formación y manteni-miento de la convivencia humana, la importancia de los lazos libidinales.

La represión de la sexualidad es verificada por Freud ya en su práctica analítica. El estudio de la neurosis revelo la importancia del conflicto entre la cultura y la sexualidad, pues la enfermedad resultaba ser una de las formas de resolución de dicho conflicto, solo que la peor de ellas. Este conflicto que da origen a la neurosis es el mismo por el que pasan todos los seres humanos debido a que la oposición entre la función sexual y la cultura obedece en gran parte al polimorfismo que caracteriza a la primera, así como a su funcionalidad al servicio del placer y no únicamente de la reproducción, por lo cual la cultura se opone limitándola dentro de los parámetros socialmente admitidos.
Más allá de centrarme en cuales son estos parámetros, lo que me interesa de este aná-lisis de Freud, es su idea de la colaboración que esta restricción de la función sexual presta a los intereses sociales. Los lazos libidinales que unen un conjunto de individuos en comunidad son lazos sexuales de fin inhibido, es decir aquellos vínculos amorosos que nos unen son en esencia “deseo sexual de fin inhibido”, que por represión e identi-ficación, se transforman, dando lugar a sentimientos y valores, como la amistad y el altruismo:

“La transformación de los instintos malos es obra de dos factores que actúan en igual sentido, uno interior y otro exterior. El factor interior es el influjo ejercido sobre los instintos malos – egoístas – por el erotismo; esto es por la necesidad de amor en su más amplio sentido. La unión de los componentes eróticos transforman los instintos egoístas en instintos sociales. El sujeto aprende a estimar el sentirse amado como una ventaja por la cual puede renunciar a otras…” Freud (1970: 104).

Se desprende claramente del párrafo citado, que los preceptos morales se sustentan en la renuncia a la satisfacción sexual. No obstante esta era la visión de Freud anterior a la formulación de la segunda tópica, en donde el concepto de superyo va a jugar un papel muy importante con respecto a la fuente de la moralidad. Y también precede a la apari-ción del concepto de pulsión de muerte, que transforma la polaridad de las tendencias innatas del hombre, pasando de la posición que sostenía la dualidad entre tendencias eróticas y tendencias narcisistas a la dualidad pulsión de vida (Eros) y pulsión de muer-te (Thanatos). Aunque ya en el texto del cual fue extraída la cita anterior, que es de 1915, el autor menciona los instintos egoístas del hombre, de ningún modo este concep-to tiene el significado de una fuerza inconsciente que es origen de todas las manifesta-ciones agresivas del hombre. Estos conceptos modificaron su concepción de la fuente de la moral en el ser humano, resignificando- pero no descartando- su teoría de la influen-cia de la restricción sexual en la conformación de vínculos comunitarios más sólidos-, y pasando a tomar importancia la actividad emanada de la pulsión agresiva, la cual es una derivación por proyección de la originaria pulsión de muerte, que actúa en el interior del individuo como una fuerza autodestructiva y que comparte con la pulsión del Eros el reinado de las tendencias innatas del hombre. A partir de aquí, la restricción que la cul-tura ejerce sobre la sexualidad va a jugar un rol muy importante, efectivamente, en la adquisición de los preceptos morales, pues el temor a la perdida del amor lleva al indi-viduo a aceptar los patrones culturales, pero esto sería un sustento endeble para darle a dichos preceptos la fuerza de contrapeso necesaria para dominar los impulsos innatos, sobre todos aquellos emanados de la pulsión agresiva, si la cultura no pone en juego mecanismos para controlar a esta última. La convivencia humana se encuentra intermi-tentemente amenazada por fenómenos de violencia a escala micro y macro mundial, sin contar que ya poseemos armas letales que podrían hacer desaparecer la vida del planeta unas doce veces. Nuestra época nos lo muestra así y ya el propio Freud era testigo de fenómenos donde la agresividad choca con el nivel de civilización que el hombre se jactaba de haber alcanzado. La agresividad, innata, es la razón por la cual los lazos libi-dinales no pueden mantener por si solos los vínculos humanos de convivencia pacífica. Es en el “ Malestar en la Cultura”, una obra escrita en otro de los períodos mas cruen-tos de la humanidad, en donde Freud plantea que el objetivo de la cultura es controlar la pulsión agresiva, que el pensamiento ético del autor se define por la concepción de que la fuente principal del comportamiento moral del hombre radica en el sentimiento de culpabilidad y que todos los preceptos morales se sustentan subjetivamente en la pre-sencia generada de este sentimiento en la estructura psíquica humana,

“Dado que la cultura obedece a una pulsión erótica interior que la obliga a unir a los hombres en una masa íntimamente amalgamada, sólo puede alcanzar este objetivo mediante la constante y progresiva acentuación del sentimiento de culpabilidad. El proceso que comenzó en relación con el padre concluye en relación con la masa. Si la cultura es la vía ineludible que lleva de la familia a la humanidad, entonces, a conse-cuencia del innato conflicto de ambivalencia, a causa de la eterna querella entre la tendencia de amor y la de muerte, la cultura está ligada indisolublemente con una exal-tación del sentimiento de culpabilidad,…” Freud ( 1974: 74).



III



Otro de los aportes importantes realizados por Freud a la filosofía moral es su idea de que el objetivo principal de la civilización es dominar las manifestaciones destructivas del hombre mediante la introyección de la agresividad, mecanismo que da lugar a la aparición de lo que el autor denominó “angustia social o necesidad de castigo” que se manifiesta como sentimiento de culpa, el cual es una emoción que según la teoría psi-coanalítica puede ser conciente en algunos casos, pero en la mayor parte de los seres humanos es inconciente.
Freud señaló dos orígenes de la culpa, ambos se remiten a la infancia. El primero plantea que la medida de agresividad introyectada por el niño es un reflejo de la severi-dad con la que la autoridad – representada generalmente en la figura de los padres – impuso los límites. De esta manera el sujeto por identificación instala a la autoridad dentro de él, formando lo que Freud conceptualizó como superyo. Este es un concepto clave en la concepción de la moral de Freud, ya que al constituirse por influencia de la autoridad externa, es la instancia psíquica en donde tiene asidero desde el punto de vista subjetivo, la conciencia moral, dado que la internalización de la autoridad externa im-plica la perpetuación de las normas y valores sociales, morales y estéticos, en el interior del sujeto, en la forma de una conciencia (moral) que permanentemente vigila. El se-gundo origen propone una hipótesis que complejiza un poco la relación en principio directa que se establece entre la severidad de la autoridad y la posterior severidad del superyo, ya que la intensidad con la que se hace sentir la conciencia moral a través del sentimiento de culpa, también depende de la inhibición de la agresividad sentida ante la autoridad, porque este impidió la satisfacción libre de los impulsos. Esta agresividad se manifiesta por el temor a la pérdida del amor, que lo dejaría a merced de los peligros exteriores, incluso aquel que la autoridad misma representa, por lo cual el sujeto interio-riza esa agresividad identificándose antes con aquella. A pesar de la diferencia entre uno y otro origen, la conclusión es la misma. La conciencia moral se constituye por la internalización de las normas y valores culturales de la sociedad, representados en la autoridad externa introyectada en calidad de superyo. La principal influencia que deter-mina en gran parte la conformación de esta instancia psíquica radica en las consecuen-cias del juego de relaciones entre el niño y sus progenitores que tiene lugar durante el complejo de Edipo. Como deudor de éste último, el superyo queda conformado por cier-to arquetipo de deber ser, que demanda del yo que se ajuste a cierto modelo de compor-tamiento. Este arquetipo es llamado por el autor, Ideal del Yo. El sentimiento de culpa es el resultado del conflicto entre la conciencia moral, que refleja los requerimientos del ideal del yo, que en calidad de superyo se oponen a las tendencias pulsionales, y las aspiraciones de estas últimas. Este sentimiento es más o menos intenso, y como ya dije, generalmente inconciente, se encuentra en todas las personas y forma parte del yo, pues es sobre esta instancia que tiene lugar la acción del superyo, dado que es quién puede, como instancia que tiene contacto con el mundo exterior a través de las operaciones de percepción, pensamiento y motricidad, evitar o dar curso libre a los requerimientos pul-sionales del ello. Por lo tanto y como conclusión de lo dicho, se puede afirmar que es este sentimiento el motivo último de nuestras conductas morales. Esta conclusión coin-cide plenamente con el pensamiento de Freud, y creo que éste lo expresa claramente en un pasaje de su obra de 1923, “El yo y el ello”, en donde nos los dice claramente.

“El posterior circuito del desarrollo, maestros y autoridades fueron retomando el papel del padre; sus mandatos y prohibiciones han permanecido vigentes en el ideal del yo y ahora ejercen, como conciencia moral, la censura moral. La tensión entre las exi-gencias de la conciencia moral y las operaciones del yo es sentida como sentimiento de culpa. Los sentimientos sociales descansan en identificaciones con otros sobre el fun-damento de un idéntico ideal del yo” Freud (1961: 38).


Por último me parece importante resaltar como el amor también interviene en la for-mación de la conciencia moral, dado que el ideal del yo responde también al amor que recibe de la autoridad, el cual es el principal motivo por el cual aprendemos a controlar nuestra agresividad.




IV



Durante la exposición realizada hasta el momento he sugerido a través de distintas afirmaciones que en Freud las fuentes de la motivación moral están en el sentimiento de culpa. Como ya lo he planteado, esto implica una concepción no cognitiva de la moral, pues la racionalidad no interviene en la génesis ni en la justificación de la conciencia moral, ya que ésta se origina y se justifica en la introyección de la autoridad parental de la infancia en forma de superyo. Si bien algunos pasajes sugieren una idea diferente o por lo menos más matizada acerca del papel que debería tener la razón en la moral, di-chos pasajes a su vez son contradichos, incluso en las mismas obras donde aparecen, por otros pasajes, que expresan un escepticismo confeso acerca de la idea del progreso racional del hombre.
En los textos sobre la guerra y especialmente en la obra El Malestar en la cultura, Freud considera a la agresividad como una tendencia innata muy difícil de controlar para la cultura, que la más de las veces se manifiesta de forma encubierta, que se vale de muy diversas circunstancias como excusa para desencadenarse y que los hombres justi-ficamos concientemente, pero cuya justificación no es más que una racionalización a través de la cual nos ocultamos nuestra tendencia innata a la agresividad. (Remito al lector a las obras “El Porvenir de una Ilusión” part. VIII; IX y X. y al intercambio epis-tolar que mantuvo Freud con Einstein en el año 1932, donde podrá encontrar los pasajes a los cuales hice referencia).
En lo que respecta a la pulsión sexual, también ocurre una transformación del com-portamiento psicológico, similar a la que sufre la conducta agresiva. Freud identifico algunos de estos mecanismos en El Malestar en la cultura, tales como la identificación, la sublimación, la proyección y la formación reactiva, al sostener que la represión no es el único destino en la tramitación cultural de las pulsiones. Esto demuestra que Freud creía que las tendencias innatas no sucumben completamente a la represión, de tal forma que es necesario para la economía psíquica, la existencia de vías de canalización al exterior de las manifestaciones pulsionales mediante los mecanismos mencionados, que permitan una satisfacción sustitutiva en algún caso, y otro una exteriorización solapada que burle la censura social.
De acuerdo a lo expuesto anteriormente, se puede afirmar que el pensamiento de Freud en este aspecto es ambiguo, aunque mi inclino a pensar que es una ambigüedad aparente, dado que su teoría tomada en su conjunto contradice lo que dice en los pasajes donde sostiene que el progreso de la racionalidad ganara terreno a las tendencias inna-tas. Con esto quiero decir, que de su teoría se deduce que no es posible contar con un criterio objetivo para saber cuando la aceptación de un carácter como moralmente bueno es racional y no una racionalización que nuestro inconsciente realiza, en el sentido de uno de los tantos mecanismos defensivos del yo, que muestra a nuestro conciente una apariencia de autonomía racional y en realidad no es más que un disfraz que responde a motivos inconscientes, dado que es una fuerza que actúa en nosotros sin nuestro control:

“Donde es posible procura mantenerse – refiriéndose a la instancia del yo – avenido con el ello, recubre sus ordenes Inconscientes con sus racionalizaciones pre-concientes, simulando la obediencia del ello a las admoniciones de la realidad aun cuando el ello ha permanecido rígido e inflexible, disimula los conflictos del ello con la realidad y toda vez que es posible, también los conflictos con el superyo. Con su posi


ción intermedia entre el ello y la realidad sucumbe con harta frecuencia a la tentación de hacerse adulador, oportunista y mentiroso, como un estadista que, aun teniendo una mejor intelección de las cosas, quiere seguir contando con el favor de la opinión públi-ca”. Freud (1961: 56 –57).

El yo y el ello. Considero que este pasaje expresa una concepción más consecuente con el conjunto de su teoría, que sus afirmaciones acerca de la superación racional del ser humano.
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Bibliografía específica.

- Freud, S. (1970): El Malestar en la cultura. Madrid, Alianza.
- Freud, S. (1970): Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte, en el malestar en la cultura. Madrid, Alianza.
- Freud, S. (1970): Algunas observaciones sobre el concepto de lo inconsciente en el psicoanálisis, en el malestar en la cultura. Madrid, Alianza.
- Freud, S. (1970): Los instintos y sus destinos, en el malestar en la cultura. Madrid, Alianza.
- Freud, S. (1976) El yo y el ello. Buenos Aires, Amorrortu.
- Freud, S. (1952) El porvenir de una ilusión. Barcelona, Rueda.
- Freud, S. (1952) Introducción al narcisismo. Barcelona, Rueda.
- Freud, S. (1998) Intercambio epistolar entre. Barcelona, Losada.


Bibliografía general.

- Bauman, Z. (2005): Amor liquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos. Buenos Aires, Editorial Fondo de cultura económica
- Castilla del Pino, C. (1999): Freud y la génesis de la conciencia mo-ral, en Camps, V. (1999): Historia de la Ética. Barcelona, Editorial Crítica, tomo III.
- Castoriadis, C. (1997): El avance de la significancia. Buenos Aires, Eudeba, cap. IX.

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