Me siento muy feliz de presentar este ensayo de Claudia Vázquez Reinaldo, partícipe de nuestra Red, en el que reflexiona sobre el pensamiento filosófico-doctrinario con que Joaquín Torres Garcia, pintor-filósofo o filósofo-pintor uruguayo (al igual que lo fue Pedro Figari a su manera), rodeó su obra y en el cual a su vez esa obra tuvo andamiaje...
ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE LA DOCTRINA CONSTRUCTIVISTA DE J. TORRES GARCÍA
Claudia Vázquez Reinaldo*
"Nuestra inspiración"
La figura de Joaquín Torres García (1874-1949) reúne la doble condición de artista plástico que acompaña su producción artística con una producción teórica: un artista que reflexiona acerca de su arte, un pensador que plasma artísticamente el producto de su reflexión. Lo cierto es que Torres García hace una propuesta claramente recortada del concierto de corrientes estéticas: el Arte Constructivista (casi simultáneamente surge en Moscú, un movimiento artístico denominado Constructivismo que apela a la estética de líneas y planos, pero que no parece tener relación con la propuesta del pintor uruguayo).
La pregunta que se impone es obvia: ¿Qué persigue Torres con su propuesta?, dicho de otra forma, ¿Por qué la manera constructivista de hacer arte y no otra? ¿Tiene para este artista el arte un fin?, de ser así ¿Cuál es?
¿Qué piensa este hombre que se ha propuesto la tarea mesiánica de dotar al país de un arte que le sea propio a la vez que universal?
Podemos intentar definir el arte constructivo como aquel arte idealista, en el sentido de que rescata la idea de un objeto; en palabras de Torres, “…va a lo substancial del objeto” (1), lo que es representado a través del trazo geométrico donde interviene el orden y la medida.
La tarea de un artista plástico es la de “constructor”, la de creador –o más bien redescubridor- de una estructura: “…medir, ordenar todo debidamente, otra cosa no ha de ser la labor del artista” (2).
El Constructivismo de Torres García es una propuesta estética que se auto-erige en verdadero arte. Esto no debe sorprendernos ya que es propio de la modernidad, como lo denomina Danto (3), ser la “Edad de los Manifiestos” (4). El Manifiesto, semejante a “promulgaciones de fe”, define a un movimiento, traza las características del estilo, y proclama al “verdadero arte”, discriminando a aquellas formas que no comparten dichas características estilísticas y degradándolas a la condición de pseudo-arte.
Si apelamos a la historia del arte veremos que aproximadamente a partir del siglo VI a.n.e., se origina en Grecia un movimiento que culminará con la imposición de lo que luego se llamaría cánon clásico; la pintura y la escultura conquistan el espacio, el movimiento, la luz, y las figuras rígidas del período anterior, se convierten paulatinamente en copia facsimilar del mundo sensible. Es el llamado “milagro griego” a partir del cual se instaura el proyecto mimético; la conquista de la apariencia queda integrada a una tradición que tenderá al ilusionismo. La vigencia de este canon pasará por fluctuaciones; en el medioevo, por ejemplo, se descartarán los logros del ilusionismo griego, y las figuras corresponderán más bien a formas estereotipadas que apuntan a una función religiosa; como señala Gombrich “…el arte se ha vuelto otra vez un instrumento, y de un cambio de función resulta un cambio de forma” (5). A partir del Renacimiento, junto con los “protagonismos” correspondientes (el arte en el medioevo era anónimo), resurge la búsqueda por la conquista de la apariencia. Proyectándonos en un largo salto que termina en el siglo XX, vemos en los albores del mismo, aparecer tendencias (con antecedentes en el romanticismo) de vanguardia que se oponen al arte tradicional, rechazando el afán mimético y apostando a nuevas formas expresivas.
Torres rechaza tanto el cánon clásico (6) como el arte de vanguardia. Veamos por qué.
De manera explícita declara que el momento cumbre del arte se dio en Grecia antes de Pericles (7), es decir, el arte arcaico, aquellas formas que algunos historiadores de arte –impregnados de un espíritu evolucionista- consideran ensayos imperfectos hacia lo que más tarde será el logro mimético. Rescata y revaloriza al arte etrusco, bizantino, al arte indoamericano y negro, todas aquellas expresiones que se caracterizan por ser esencialmente geométricas.
Discrimina entre la imitación servil de la naturaleza y la reconstrucción creadora de la misma, apostando a una versión del objeto según tono, geometría y ritmo. “Todo cuanto el arte ha producido, no importa de que época, oscila entre dos extremos: de un lado lo que viene de la idea, del otro lo que toma su origen en la impresión real. O en otros términos: arte geométrico y arte imitativo.”.(8)
Es así que encontramos en el Constructivismo la expresión de una doctrina estética que, si bien pretende ser sólo para artistas, posee connotaciones que van más allá del terreno puramente plástico.
Las expresiones artísticas arcaicas (si bien se entiende que en aquel entonces esas formas no eran entendidas como “arte") que podemos encontrar adornando vasijas, cántaros, o siendo simplemente artículos funerarios –como en el antiguo Egipto- poseen la peculiaridad de no pretender un ilusionismo óptico, de ser copia de la apariencia perceptible de un objeto del mundo exterior. En el caso concreto del arte egipcio, las expresiones apuntan a la claridad conceptual, es un arte esencialmente pictográfico que no persigue la contemplación sino que aspira a ser “leído”, así como la decoración de vasos del período anterior a la instauración del arte clásico, perseguía, por ejemplo, contar historias. Lo cierto es que apuntar al reflejo exacto del mundo sensible, igualar la obra a un objeto del mundo exterior a modo de facsímil, es una originalidad del artesano griego del siglo VI a.n.e. y no una regla universal. La tendencia general más bien, es el arte esquemático, conceptual, ideográfico, y eso es lo que intenta rescatar Torres en su propuesta de Arte Constructivo. Porque la plasmación de este arte conceptual no hace otra cosa que dar cuenta de lo que hace al hombre “hombre”: su dimensión simbólica.
En el caso del arte de vanguardia, Torres valora la audacia inicial del Cubismo y el estilo de Cézanne (de quienes son los primeros tributarios), ya que a este pintor le obsesiona introducir el orden en la pintura impresionista, pero considera que terminan desvirtuándose, tal vez porque la meta de Cézanne siguió siendo la captación de la naturaleza apelando a métodos no académicos.
A Piet Mondrian dedica su “Estructura”, a esta figura que junto a Kandinsky tildó de “malísimo” pintor de la pintura tradicional y de “falso artista” le dedica su libro en un gesto un tanto ambiguo.
Este pintor holandés por influencia del Cubismo termina cambiando dramáticamente su estilo inicial, pasando a una pintura de líneas rectas que se entrecruzan ordenadamente, pinturas sobrias, con manejo casi exclusivo de colores primarios que Torres también adopta.
La linealidad y el ascetismo de Mondrian serán virtudes irremplazables para Torres, pero no le perdona “…esa frialdad que se preconizó en nombre de la pureza.”. (9)
Torres va detrás de la unidad, o más bien debería decirse que intenta plasmar a través de la construcción de una estructura la convicción parmenídea de la unidad e indivisibilidad del ente. En este sentido podríamos decir que el arte mimético al plasmar a un objeto en su singularidad, no hace más que copiar al mundo de la apariencia en su multiplicidad y por tanto no es auténtico.
Por el contrario, la representación geométrica, conceptual, simboliza a un universal, los hombres de Torres pueden ser cualquier hombre y todos los hombres, recupera la unidad en la multiplicidad, y sus representaciones no son ambiguas, ni admiten diferentes lecturas, a través de la representación esquemática su pintura adquiere un carácter unívoco, a través de la utilización de una paleta primaria tampoco hay lugar para ambigüedades en la interpretación del color, los colores puros y básicos serán siempre eso para cualquier observador.
Torres no quiere representar el objeto real tal y como se nos presenta a los sentidos, no quiere representar tampoco la visión subjetiva del mismo, no quiere un arte sin objeto que se reduzca a pura abstracción, no quiere plasmar una vivencia oniroide, lo que quiere es representar a los objetos que sí tienen existencia en el mundo material no en su aspecto accidental sino en su idea, transformando así el objeto real en objeto estético.
Pero hace algo más que rescatar -según su criterio- la esencia del mismo; lo pone además en relación con otras esencias a través de una diagramación que se asemeja a un rompecabezas, cada parte es indispensable para completar una unidad armónica.
Ese equilibrio en la construcción y esa interrelación de elementos reflejan un orden trascendente. Lo que Torres plasma en el lienzo, o en un muro, o en un pedazo de madera, es su visión acerca del mundo y de la posición del hombre en éste.
Esto obviamente, implica que Torres utilice el arte para expresar algo más que una tendencia estilística, y creemos que esto es lo más importante a destacar. Tal vez podríamos clarificar esta noción si confrontamos con otras propuestas estéticas. Recurriremos en primera instancia al Impresionismo. ¿Qué es lo que se propone este grupo de artistas así denominados?
Se proponen pintar las cosas tal como las ven, renunciando a conceptos preconcebidos académicos que dictan normas de “como deben verse”.
Estudian los efectos de la luz natural, el manejo del color al aire libre, cómo percibimos las cosas en movimiento, intentando captar el instante fugaz. El resultado son obras que en comparación con las de los maestros tradicionales adolecen de un cierto inacabamiento, de falta de precisión, porque lo que intentaban plasmar eran sus sensaciones frente a lo que percibían. Como se desprende de esto, el proyecto impresionista era también el de crear una ilusión de realidad tal como la percibimos en un instante y no como creemos que “debe ser” según cánones académicos.
Los impresionistas no renuncian a la idea de verosimilitud, lo que varían son los métodos y el interés de estos artistas es puramente plástico. Podemos especular acerca de los condicionantes históricos y sociales que hacen que eclosione esta nueva perspectiva, pero lo importante a destacar es que su proyecto no trasciende el campo de la estética.
En el caso del Expresionismo, la búsqueda se orienta a la manifestación de sentimientos y a la plasmación de motivos generalmente rechazados por el prosaico criterio estético burgués, afecto a motivos más complacientes que no hieran su sensibilidad, podríamos decir que los expresionistas perseguían ser transgresores y cuestionadores de un determinado estado de cosas, y, desde luego, como arte vanguardista “rompe” con los academicismos.
Para el Cubismo, la obra debe representar la “visión mental” que el artista tiene acerca de alguna cosa. La idea que subyace en la propuesta cubista es la de construcción a partir de dicha imagen mental, es así, que un mismo objeto se percibe simultáneamente desde distintos ángulos.
En estos tres ejemplos es claro que el nudo alrededor del cual giran –a pesar de las diferencias en los resultados- es el mismo: cómo percibimos la realidad y cómo podemos plasmar eso que captamos, no parecerían existir fines extra- estéticos (a pesar de que para Merleau- Ponty “…la historia moderna de la pintura en su esfuerzo por desprenderse del ilusionismo y por adquirir sus propias dimensiones tiene una significación metafísica”) (10).
Justamente con Torres ocurre todo lo contrario y tal vez por eso sea que no pueda asimilársele al arte de vanguardia, al cual adhiere en determinado momento por razones puramente coyunturales (11).
El plan de Torres ha sido catalogado de utópico: dotar al país (en el más modesto de los casos, en su primera época apuntaba al continente) en tanto nación jóven y de aluvión, de un arte que se pretenda típico, autóctono; la creación de una tradición estética, para lo que apela al arte indígena americano y en general a todas las manifestaciones arcaicas. Pero este retorno a los orígenes no es caprichoso. Por un lado las corrientes de vanguardia revalorizan en general estas manifestaciones pero desde una perspectiva más bien formalista y reivindicatoria: la de considerar “artísticas” manifestaciones no occidentales.
Pero Torres ve en el arte indígena o primitivo la expresión de una cosmovisión, la manifestación natural de una actividad vinculada a fines mágicos y religiosos, reflejo de un conjunto de creencias colectivas.
Según algunos autores, Torres apela al arte especialmente precolombino para sostener su propuesta a través de una argumentación sugestiva pero apresurada ya que más tarde al estudiar en profundidad la cultura incaica la considerará decadente (12).
Vemos en la teoría de Torres un sesgo platónico: su búsqueda de la esencia remite al eidos. Recordemos que para Platón la techné mimética representaba algo así como una degradación de segundo orden, ya que es una imitación de otra imitación (mundo sensible) y por tal razón nos aleja doblemente de la verdad. Por el contrario, valora el arte egipcio por su inmutabilidad, por la sujeción a la ley, a la norma, al cánon que se repite; como señala Gombrich en su “Historia del arte” (p.54):”…uno de los rasgos más estimables del arte egipcio es el de que todas las estatuas, pinturas y formas arquitectónicas se hallan en su lugar correspondiente como si obedecieran a una ley.”.
La valoración del arte por parte de Platón está pautada por motivos extra-artísticos: fines éticos y políticos. Es decir que para Platón la techné mimética obstaculiza la contemplación del mundo de las ideas porque desvía la mirada del observador al mundo sensible o a la imitación de éste. Le atribuye un carácter tan seductor como engañoso, algo semejante al discurso de los sofistas.
Vale la pena destacar que Platón vivió durante el auge del arte imitativo al que se resiste obstinadamente, nos vemos tentados a asimilar la actitud de Torres a la de Platón, en el sentido de que son hombres que reniegan de su época, la condenan (recuérdese las críticas de Torres a la época moderna, es decir, industrial) y proponen un retorno a lo anterior.
También maneja Torres elementos pitagóricos, el número, la medida, es sabido que en sus composiciones utilizaba el compás para establecer la relación áurea (objeto que aparece representado en muchas de sus pinturas).
En “Estructura” (pág. 2 a 4) establece una compleja –o inentendible- red de correlaciones numéricas para dar cuenta de un orden y un sistema de correspondencias en donde no queda claro si se trata de una actividad lúdica, creativa, que se permite este artista reflexivo, o es el reflejo de una oscura lógica propia que pauta su pensamiento.
De todas formas lo que queda claro en las reflexiones de este pintor, ávido lector de filosofía griega, es que subyacentemente impera la noción de logos, como razón, ley, principio ordenador o más bien orden inmanente. Logos entendido también como revelación, medida (pitagorismo), como inteligencia (Heráclito, Parménides) (13)
Dice: “Razón: llave. Sin esa llave nada puede “saberse”. Las leyes que rigen el Universo son las mismas leyes que las de la razón. La razón es eterna.” (14)
Torres (si lo consideramos bajo este sesgo platonizante) procura plasmar la “esencia” del objeto, pero, ¿cómo llega a ésta?
Parece ser que a través de la intuición: “evidencia no demostrable”, (Aclaración final en “La tradición del hombre abstracto”).
Nos vemos tentados a apelar a Panofsky quien en su libro “Idea” establece las distinciones pertinentes entre la Idea platónica y las posteriores lecturas e interpretaciones.
Para Plotino, concretamente, las representaciones interiores de un artista son autónomas de la realidad e idénticas a los principios en los que el mundo sensible tiene origen. Es en este sentido que para Plotino la obra de arte es un intento de acercarse a la Idea y no de alejarse de ella a diferencia de Platón; siguiendo esta dirección diríamos que entonces Torres está más afín con el neoplatonismo, el arte como un intento de acercarse a una verdad trascendente adquiere así sentido, porque si no podríamos preguntarnos legítimamente: ¿Para qué pinta Torres? Ya que su postura puede quedar clara a través de sus escritos y conferencias sin necesidad de recurrir a elementos plásticos.
Pues bien, el PINTA, considera que hay una FORMA CORRECTA de hacerlo e intenta imponer una escuela para propagar su doctrina. Y ello nos lleva necesariamente a la función que le asigna al arte.
Podemos ensayar varias respuestas que intenten responder la pregunta anteriormente planteada. La primera podría resumirse diciendo que el artista produce una obra con fines catárticos. En este sentido la descarga puede producirse a través de cualquier estilo; “descarga” el pintor abstracto, tanto como el surrealista o el fauvista.
La catarsis en sentido de purgación y de proyección al exterior de sentimientos, emociones y/o deseos se produciría de cualquier manera, independientemente del motivo proyectado.
Una segunda tentativa de respuesta (manejada por largo tiempo) sería que se busca plasmar la belleza o concitar en quien contemple la obra una experiencia estética placentera, sin necesariamente caer en el malentendido de confundir la hermosura de una obra con la belleza del asunto representado.
Una respuesta más podría ser la de cumplir con una función social, así como los artistas del Estado ideal platónico, o como el arte en los estados socialistas en donde el fin era exaltar al proletariado.
Pero para Torres la finalidad del arte es el de llegar a una unidad estética que concierne a un conjunto plástico armonioso más la expresión de una emoción. Si bien Torres hace hincapié en que el arte no debe ir más allá de sus límites, él, con su propuesta, los sobrepasa ampliamente; la actividad estética tiene una función social que es la de plasmar y trasmitir sentido de colectividad, apunta a un arte metafísico, celebratorio, monumental y ritual.
Parece ser una constante el manejarnos con categorías de “evolución”, “etapas” o “progreso”.
Torres plantea una serie de períodos por los que transita el arte, el primero correspondería al arte naturalista, la imitación (paleolítico) para pasar a un arte simbólico y esquemático (neolítico), una fase que denomina “animista subconsciente”, para pasar a una tercera etapa que es la definitivamente geométrica, abstracta y que sería el clímax de la expresión artística.
El filósofo contemporáneo Danto, que maneja un marco conceptual hegeliano (15), declara el “fin del arte”. Lo que hace a una obra de arte “obra de arte” es la teoría que la sustenta, ya medida que ésta se independiza más y más del objeto, termina por abandonarlo.
Transitando por una serie de etapas, el arte se va desligando cada vez más de los aspectos perceptivos para irse transformando en reflexión sobre sí mismo. La preocupación filosófica acerca de la verdadera naturaleza del arte que tanto preocupa a teóricos y artistas de la modernidad los llevaría a “…crear arte explícitamente para el propósito de saber filosóficamente que es el arte” (16), ¿No nos recuerda esto a la actitud de Torres?
En el pintor uruguayo hay además de una preocupación metafísica un imperativo ético, el arte debe ser “X” (abstracto, geométrico, etc) y no “Y” (imitativo, naturalista, etc).
En síntesis, la doctrina Constructivista de Joaquín Torres García propone la instauración de un arte que se pretende universal, y a la vez típico de nuestro país, ya que no poseemos una tradición estética propia, sino que desde afuera se nos imponen –y aceptamos- determinados modelos. Esta característica, la de carencia de identidad propia en sentido artístico, fue considerada por Torres como la más propicia para implantar su propio modelo, que más allá de su protagonismo persigue la implantación de un arte metafísico, de sentido cósmico que pretenderá ser monumental y anónimo.
Recurre a la geometría para plasmar un arte diagramático, ya que en la medida que escapamos del realismo apuntamos a la conceptualización, nos acercamos a la Idea. Al manejarse según ley y medida, impone un cánon, una forma rígida que se repite, y esto constituye la característica del arquetipo.
A pesar del sesgo platonizante de su postura la actitud frente al arte no es denigratoria como lo sería la platónica, sino que para Torres, más bien es encomiástica: arte no es duplicación sino conquista, la vía de acceso a un conocimiento más profundo.
El arte de Torres no es un arte demagógico ya que no persigue la persuasión realista, en este sentido, compartiendo o no su doctrina, debemos reconocer el hecho de que dedicó su vida a sus convicciones, al precio –como señala Fló- de dejar de ser un respetado artista nacional, para pasar a ser un hombre discutido, resistido y hasta denigrado.
Su macro-proyecto tal vez pueda parecernos utópico, sin embargo, es innegable su influencia en el ambiente artístico nacional, sus ilustres discípulos, fieles exponentes de su escuela, muestran al mundo su estilo, y la figura de Torres ha quedado definitivamente integrada al imaginario popular uruguayo.
[1] Joaquín Torres García," Mística de la Pintura", Montevideo, Taller T.G., s/d, pág.8.
2 Joaquín Torres García, "Estructura", Montevideo, Alfar, 1935, "Advertencia".
[3] Arthur Danto, "Después del fin del arte. El arte contemporáneo y el linde de la historia", Barcelona, Paidós, 1993.
[4] Torres publica el "Primer Manifiesto del Constructivismo" en 1934.
[5] Ernst Gombrich, "Arte e ilusión", Madrid, Alianza, 1990, pág.136.
[6] Cuando Torres reclama volver al arte clásico, se refiere más precisamente al retorno al arte pre-clásico.
[7] Joaquín Torres García, "La recuperación del objeto", Montevideo, Clásicos Uruguayos, Tomo I, 1965.
[8] Joaquín Torres García, "La tradición del hombre abstracto", Montevideo, Asociación de Arte Constructivo, s/d, pág.1.
[9] Joaquín Torres garcía, "Mística de la Pintura", pág. 22.
[10] Maurice Merleau-Ponty, "El ojo y el espíritu", Montevideo, Universidad de la República, 1975, pág.31.
[11] Juan Fló, "Torres García en (y desde) Montevideo", Montevideo, Arca, 1991, pág. 14. Señala Fló que Torres debió alinearse en una de las corrientes de vanguardia, para subsistir en el ámbito parisino. Junto con Van Doesburg se pronuncia en contra y combate al surrealismo. Pero en realidad Torres se encuentra más próximo a esta tendencia-dado que comparte con ella el concepto supra-estético del arte-que al formalismo del grupo "Cercle et Carré". Pocos artistas pretendieron expresar en el arte intereses más trascendentes. Entre estos últimos: Mondrian, Kandinsky y Klee.
[12] Juan Fló, íbidem, pág. 32.
[13] Mario Silva García, Curso de "Filosofía Teórica" en Facultad de Humanidades, Montevideo, 1982, pág.2.
[14] Joaquín Torres García, "Mística de la Pintura, Montevideo, Taller T.G., s/d.
[15] El arte para Hegel es una de las etapas por la que transita el espíritu en su desenvolvimiento. Distingue un período simbólico que corresponde al arte arcaico, en donde la desmesura da cuenta de la inadecuación entre forma y contenido (arte egipcio). Un segundo momento que correspondería al arte clásico, que es considerado por Hegel el momento privilegiado del arte, y en un tercer mto.-a partir del Romanticismo- el arte pasará a cumplir otras funciones, lo cual es considerado una degeneración.
[16] Arthur Danto, "Después del fin del arte…", Barcelona, Paidós,1993, pág.53.
*Claudia Vázquez Reinaldo, ( Montevideo), uruguaya, Docente de Filosofía en Enseñanza Secundaria (formación en el Instituto de Profesores Artigas, IPA), Psicóloga (Instituto de Psicología del Uruguay), Psicodramatista en formación (Asociación Uruguaya de Psicodrama y Psicoterapia de Grupo),estudiante de Licenciatura de Filosofía y Lic. Ciencias de la Educación en Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de La República Oriental del Uruguay.
BIBLIOGRAFÍA ESPECÍFICA
- TORRES GARCÍA, Joaquín, “Estructura”, Montevideo, Alfar, 1935.
- TORRES GARCÍA, Joaquín, “Lo aparente y lo concreto en el arte”, Montevideo, CEAL, 1969.
- TORRES GARCÍA, Joaquín, “Mística de la pintura”, Montevideo, Taller T.G., s/d.
- TORRES GARCÍA, Joaquín, “La tradición del hombre abstracto”, Montevideo, Asoc. Arte Constructivo, s/d.
- TORRES GARCÍA, Joaquín, “Universalismo Constructivo”, Bs. As., Poseidón, 1944.
- TORRES GARCÍA, Joaquín, “La recuperación del objeto”, Montevideo”, MIPPS, 1965.
- TORRES GARCÍA, Joaquín, “Raison et Nature”, Montevideo, 1974.
BIBLIOGRAFÍA GENERAL
- DANTO, Arthur, “Después del fin del arte”, Barcelona, Paidós, 1997.
- FLÓ, Juan, “Torres García en (y desde) Montevideo”, Montevideo, Arca, 1991.
- GOMBRICH, Ernst, “Arte e Ilusión”, Madrid, Alianza, 1990.
- GOMBRICH, Ernst, “Historia del arte”, Madrid, Alianza, 1987.
- MERLEAU-PONTY, Maurice, “El ojo y el espíritu”, versión mecanografiada de la Universidad de la República, 1975.
- ORIBE, Emilio, “Estudio sobre ideas estéticas”, Montevideo, Universidad de la República, 1950.
- PANOFSKY, Irving, “Idea”, Madrid, Cátedra, 1990.
- PODESTÁ, José, “Joaquín Torres García”, Bs.As., Losada, 1946.
- SILVA GARCÍA, Mario, “Curso de filosofía teórica 1982”, Facultad de Humanidades, versión mecanografiada.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario