AMBICIÓN PROMETEICA
Fernando Gutierrez
El secreto de la vida y de la muerte, es decir de todo lo que nos signa o destruye, no parece accesible por pedazos. El eje de la búsqueda que ese secreto exige, la epopeya frustrante de Gilgamesh que acomete todo el que sueña con esa revelación, permanece pero no atraviesa la acción. Es un eje omitido. La ciencia kepleriana insiste, en cambio, en recolectar afanosa y desgraciadamente los trozos de carne muerta para echar a andar su utopía, pese a la advertencia de Mary Shelley. Me atrevo a decir, sin menoscabo de otras atendibles opiniones, que lo más accesible para la ciencia infectada de soberbia son las selvas de deformaciones en formol y el florecimiento de monstruosidades, aparte de algún que otro artilugio de uso doméstico. Prometeo no era humano, eso debe quedar claro. Y su infinita pena no merece esta paga diabólica, aunque Brocca creyera que la donación de su cerebro era promisoria.
Mientras sobre las mesas de disección se separan partes todo parece tener sentido, pero cuando por la noche se intenta recomponer el todo a base de trozos y conocimientos fragmentarios lo que se destroza es la humildad del que busca el conocimiento atento a la posibilidad de la condenación divina o humana. Todavía no se ha aclarado científicamente que es lo que se pierde cuando alguien muere, o si la pérdida es aparente y el cadáver admite, en realidad, alguna clase de equivalencia con el que estuvo vivo. Pero esta equivalencia debe rechazarse. La pérdida es real aunque siga indefinida y el pie no es equivalente a su huella. Confundir lo que modela con lo modelado, la silueta de la sombra con lo que asombra, este es el pecado de la ciencia kepleriana, a pesar de Kepler, de Einstein y de Planck. Pero no hablemos de pecado, solo de error, un crudo error debido a un exceso de ambición prometeica. No hay científico que se precie de serlo que no permanezca ansioso ante la caja de Pandora, deseando abrir, deseando separar las vértebras y agujerear el cráneo de la verdad.
El rayo que alienta los trozos reunidos y cosidos viene del cielo, eso sin duda. Si acaso el docto embaucador de la naturaleza persiguiera el origen de sus invenciones encontraría una y otra vez el cielo en el origen de sus milagros. Pero tampoco hablemos de milagros sino simplemente de la presencia de lo espiritual, de lo que no es accesorio. Partes y cosas están en la superficie, se observan. La ciencia kepleriana es el conocimiento de las superficies. Por eso ella también sufre el cruel desmembramiento y el intento monstruoso de la recomposición sin espíritu. Persigue la sombra de sus propias creaciones porque la persigue la ausencia del amor ( táchese esta palabra).
“La vida, en un orden extensivo, sobrepasa la órbita de la inteligencia en el acto de su comprensión, y aunque se agudice el modo de operar de la última, el momento de contacto de la inteligencia y de la vida será solo como una línea que determina el cruce de realidades que divergen apenas se creen unidas.”
Emilio Oribe
“Lo que no se puede demostrar no existe.”, ese axioma nunca emitido es el equívoco permanente. En realidad, no hay demostración en ninguna parte, solo dentro de los abstractos ambientes de las teorías. Y afuera el afuera siempre en sombras, indemostrable. Hay que admitirlo, pero admitamos también, ya que cometemos este ritual del reencuentro con el universo cada vez que damos un paso adelante, que el paso se ha dado en algún sentido, con alguna ganancia, con cierta pérdida. Sin medida. Es la única manera de retomar el camino. Admitamos entonces, fragmentarios creyentes de una fe fragmentaria, al igual que el doctor Frankenstein, que es un error el intento de recomponer lo hondo a base de excavaciones. Por encima el infinito y por debajo también, este es el universo pascaliano en el que vivimos. Las manos aprehenden lo cercano, nada más, nada más. El viaje que nos debemos prometer no debe ser la persecución de los excesos, las monstruosidades cometidas en nombre de ( complétese este espacio ). Eso innombrable, eso que se oculta en las cavernas del odio, ya tuvo su altura y su caída en las barbaries religiosas e ideológicas. La ciencia kepleriana padece de barbarie, y oculta demasiadas cosas en el subsuelo de sus peripecias a causa de su apareamiento contra natura con el poder y el secreto. Como la condesa Bathory, rastrea la sangre solo como una experiencia laberíntica y subterránea. Y el resultado es la tardanza de la hora plena y la llegada multiplicada de los desmembramientos ( por el momento a base de bombardeos quirúrgicos ). Una edad oscura entre los hielos de técnicas frías y corporativas.
Los síntomas están, pero la cura hace mucho que se tarda. Inculpar a la razón es darnos el lujo de llamarnos racionales. Alcanzaría con ser razonables, con intentar la cura de esta fisonomía mal cosida con que se intenta regenerar lo degenerado. Explicar asesinatos es un intento aparente de resolverlos, engañoso y perverso. Los asesinatos no necesitan explicaciones, necesitan ser evitados. Con manos enguantadas siguen los hacedores de hachas examinando las carnes que ellos mismos han desgarrado para estudiar su desempeño y las causas del siniestro ( pero no las causas de lo siniestro).
“La acción desplaza las unidades homeoméricas, pero no las perfecciona, ni define. Hay cambios físicos, nada más, con la gran dramaticidad de lo accesorio.”
Emilio Oribe
No poder cerrar los ojos, esa es una dificultad notoria del que se limita a la observación. La interioridad negada, el hueco compuesto de nada donde antes había por lo menos un alma. Y esa máquina viviente que así se forja es la directriz de Hiroshima y Nagasaki (prometo mencionar siempre las dos, en detrimento de argumentos aberrantes que pretenden la justificación de lo injustificable, léase Truman el idiota moral ). Mostrar las causas materiales, eso es todo lo que pueden los keplerianos ahora que finalmente han barrido la perfección de los cielos e ignoran la necesidad de Zeus en la reconstrucción de lo que matan. Y sin cerrar los ojos se diría que no duermen, que se desvelan vigilando. El poder necesita de estos capataces, son su más elaborada e imperturbable estrategia. A menos que algún sueño les nuble la acerada vista. No apeló a ellos Martin Luther King, más bien fue víctima de la puntería de sus ingenios.
Preocupa la tardanza, porque es difícil creer que el más tonto de los tontos no se haya dado cuenta ya. Este no es el sendero que íbamos a recorrer el día que Newton recibió ese mitológico golpe en la cabeza. Pero el entusiasmo por ver toda la realidad atrapada en el mecanismo de una ecuación diferencial bien escrita hizo que las voces que reclamaban lo difuso, lo incierto, lo indefinido, fueran acalladas rápidamente por el paso de las locomotoras. Y en medio del estruendo el doctor Frankenstein cometía sórdidamente su autodivinización, Edison le daba el visto bueno a la silla eléctrica y Cerletti se vanagloriaba de aplicar a los locos un tratamiento para cerdos. Ahora, por fin, esta claro que los señores de bata blanca son el fantasma de algo que no pudo ser. Y sin embargo, tarda en escucharse de nuevo el rumor de aquellas voces apagadas. La única pregunta es por cuanto tiempo más. Probablemente tanto tiempo como se tarde en comprobar el rumbo de las pérdidas. El crimen, mientras tanto, seguirá cometiéndose.
“Quien ya no comprende nada de su tiempo y no está en manera alguna adaptado a sus necesidades y exigencias es psíquicamente un ser deformado, exactamente en el mismo sentido que un organismo está físicamente deformado por la atrofia o la degeneración de órganos. De ahí la falta de armonía de nuestra época cuya característica esencial es la inadaptación del hombre interior a su poderío exterior; de aquí la gran función que desempeñan en ella los tipos mal centrados, los psicópatas y los criminales.”
Conde de Keyserling
Comprender objetos es imposible, de modo que no hay ni siquiera el intento de comprender cuando nos dedicamos a ellos. Comprender es una cuestión de amor, alma, espíritu, es decir, una cuestión etimológicamente desplazada. Una cuestión hueca, si nos ponemos de acuerdo con Wittengstein. Y ya que ha triunfado evidentemente el mundo de los objetos y la hipnosis que ellos producen, la incomprensión es algo asumido. El síntoma del caso es la costumbre claramente adquirida por la multitud dormida de acudir a los espectáculos masivos. Ventanas hacia mundos donde todavía la vida real existe. Como espectador todavía experimenta el individuo estadístico la posibilidad de que tal vez el monstruo de Frankenstein tenga un corazón y se enamore. Esto es suficiente para mantener la esperanza. Mientras tanto, seguirán allá afuera, donde no hay butacas, cayendo bombas que no son tan reales.
“Arrastrados por el entusiasmo que nos causa nuestro progreso en el conocimiento y en el poder, hemos arribado a un concepto defectuoso de la civilización. Fijamos un valor demasiado alto a sus realizaciones materiales, y ya no tenemos presente con la nitidez necesaria la importancia del elemento espiritual de la vida. Pronto los hechos nos llaman a reflexión. Nos dicen con lenguaje terriblemente áspero que una civilización que ha desarrollado solamente su aspecto material es como un barco cuyo imperfecto gobernalle se desmanda cada vez más y que enfila hacia la catástrofe.”
Albert Schweitzer
En definitiva, las garantías que nos ofrece la ciencia kepleriana están a la vista: una cantidad apropiada de kilotones para que no haya garantías. Junto con un discurso disuasorio que pretende lavar la responsabilidad de Oppenheimer. Difícil considerar progresiva la cosecha de peces, pues alguno no son comestibles, y difícil también hablar de culpas cuando no se tiene el modelo matemático apropiado para establecer responsabilidades. Frankenstein y su monstruo tienen una difícil convivencia. Pero la soberbia se ha aliado solidamente con el anatema contra la vida.
Hagamos de cuenta que esto lo ha escrito un niño con hambre o secuestrado para hedonistas propósitos en México ( incluir aquí una cámara digital). Hagamos de cuenta que el promedio estadístico ha dejado escribir a un niño. Esto es lo que nos ha dicho: que no tienen tiempo para esperar a que la medicina se vuelva cura y la tarea científica reconozca su existencia. Nos ha dicho también que ya es tiempo de que dejemos de contar descuartizados y nos ocupemos de la integridad humana. Pero esta no es tarea sencilla: implica el reconocimiento de que lo analítico y sus productos han degenerado en obsesión, y debemos reencontrarnos con el conocimiento unitario.
“EL OJO QUE VES NO ES OJO PORQUE TU LO VEAS, SINO PORQUE TE VE”
Antonio Machado
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario