martes, 11 de mayo de 2010

El honor de sentirse ciudadano, Rafael Gibelli

La educación encierra una anfibología etimológica, la cual puede llevar a extremos confusos a la hora de su implementación. Todos sabemos en este medio, que educar proviene de la voz latina "educare", cuya verdadera raíz, asimismo, se deriva del verbo "exducere", esto es, llevar a, o más strictu sensu, sacar afuera. Directamente relacionado el caso pues, con aquella vieja díada entre la potencia y el acto. Educar al fin, es dotar a la semilla de las condiciones para que sea el árbol o la planta que debe ser conforme a su naturaleza. Educar al niño entonces será dotarlo de todas las condiciones para que saque afuera el hombre que lleva dentro suyo. Transformar, o mejor dicho, colaborar, aportar, impulsar, promover, estimular en todo lo posible al proceso transformativo que hará del niño, un hombre maduro y consolidado para la vida que le toque en suerte vivir.

Desde nutrir la tierra donde se desarrolla la simiente, hasta darle a la semilla los complementos nutritivos en aras de su desarrollo final. Abonar, curar, fumigar, poner basto tutor, regar y dar luz para que la luz interior al fin aflore. Dar para recibir luego; pero ante todo, dar. Educar así, es una forma de amar, de dar y darse por completo a esa semilla que algún día echará flor. ¿Flor nuestra? ¡Flor suya! Antes, flor suya, de sí y para sí. Educar interesa sobre todo, al educando, es él quien será, quien se desarrollará, quien alcanzará su madurez y fecundia para la vida. Los maestros, como los zánganos, solemos morir luego del acto, si es que no lo hacemos en el ínterin ...

Aclarado este punto tan bienpensante y políticamente correcto en la actualidad, digo, allanado que educar provenga etimológicamente de sacar fuera, de hacer relucir el oro que ya se lleva dentro (cosa harto discutible, y pasible de derivar en diatribas interminables e ininteligibles), digamos que dicha definición nos aclara únicamente el fin, la causa final (efficiens et origens) de la educación, pero no su modo, la manera práctica de hacer esto posible. ¿Cómo sacar para afuera? No succionando lo que no hay todavía, sino metiendo lo que aliente o estimule dicho acrecimiento o madurez. No hay caso, educar es dar más que recibir. Uno recibe el resultado de la educación, pero para tal menester, es preciso antes acometer el acto de dar, esto es, meter, incrustar, poner o imponer llegado el caso, ciertos elementos funcionalmente apropiados para el fin propuesto. Otra vez entonces, dar antes para recibir después.

Sin ánimo de dificultar la ya de suyo muy dificultosa labor de la educación, y sin que haya motivos para extender el calamo hasta lo insoportable, digamos ya mismo que coincidimos en esto con Platón. En efecto, Sócrates, por pluma del buen Plato, sostenía que la educación era un proceso de perfeccionamiento y embellecimiento del cuerpo y del alma. Como corolario de lo previo, proponía que las funciones educativas fueran: la formación del ciudadano; la formación del hombre virtuoso; y la preparación para un oficio o profesión.

Permítaseme el modo del cangrejo; iré al revés, de espaldas hacia adelante.

El hombre ha de trabajar. Ganarse el pan con el sudor de la frente es algo más viejo todavía que el pecado original (del mismo modo que parir con dolor). Ergo, la educación, en su sentido de sacar para fuera, ha de permitirle al hombre desarrollar sus habilidades propias en aras de que su actividad práctica se acometa del modo más eficiente posible. Así se le enseña al hombre un oficio, sea el de pastor o agicultor, sea el de mecánico o el de carpintero. Se le dan digo, las herramientas para que en su labor, obtenga el mejor resultado posible.

Pero como el mejor resultado posible para Juan, puede derivar en un daño para Pedro -esto es corrientísimo-, y como el hombre no puede vivir solo, sino que le es precisa la ayuda y la cooperación de los demás, no es dable suponer que la educación deba limitarse a darle las herramientas para una mejor explotación técnica de sus habilidades laborales. No sea que por sacar más y mejores frutos de su labranza, dañe o perjudique a otros, tan personas y tan humanos, como él. De modo que hace falta educar en virtud. Qué cosa sea buena para él, sin que por dicho bien, se cause un perjuicio a los demás. Kant: el hombre como fin en sí mismo, jamás como medio de otros. No hacerle a otros, lo que no queremos que nos hagan a nos; por ahí podría establecerse el camino formal de lo que sea virtuoso.

Y a tales efectos, llegamos al punto de partida de mi motivación: la formación del ciudadano; esto es, del hombre que, viviendo en sociedad, debe establecer -de una u otra forma, directa o indirectamente, para sí y con todos los demás-, las normas o leyes que los gobernarán en tanto conjunto de hombres asociados.

Si educar es dar las herramientas para el oficio, y dar también, los elementos morales para hallar la virtud dentro de sí (aunque en la especie, para sí y para los demás); trambién será dar las herramientas para conducirse en sociedad. Para devenir ciudadano, miembro activo de la polis, quiero decir.

Mas, ¡cuidado!; en esto somos orteganos. En efecto, Ortega y Gasset haciendo referencia a Kerschensteiner, quien sostenía que el fin general de la educación es educar a ciudadanos útiles para que sirvan a los fines del Estado y de la Humanidad, lo refutaba, prefiriendo poner su enfoque relativo a la formación del ciudadano como uno de los tantos fines de este proceso, en el que hacía referencia a todos los aspectos de la vida del individuo. Decía, y nosotros aplomamos contestes su afirmación, que si educamos con la intención única de formar ciudadanos útiles a los fines del Estado, se forman en verdad, individuos para el ayer. De modo que otra vez: formar para el oficio, formar para la virtud, formar para la ciudadanía. las tres patas en que se asienta una triunfante, fructífera o siquiera, bien promisoria educación. Que de aquí en más, yo diga únicamente del aspecto ciudadano, político de la educación, no quiere signficar menosprecio por los demás corredores aludidos. Será ésta, simplemente una consecuencia de mi interés o motivación personal.

Primera digresión.- En este acto, tomo noticia de que hay 30.000 educandos menos en secundaria. Abandono, exclusión.

Glosa a la disgresión.- En materia de educación, con gobierno de este pelo o del otro, el caso es que hace añares que no sólo no se ha acortado la brecha entre pobres y pudientes, sino que para peor, se ha ampliado en mucho. Mientras colegios y universidades privadas alcanzan niveles de calidad europea o del primer mundo, la educación popular, pública y vareliana, al más bizarro modo africano, sigue perdiendo alumnado, tizas, pizarrones, profesores y hasta ventanas vidriadas ... La escuela, un comedor; el aula, un centro de asistencia social. Leer, escribir, contar, sumar y restar, son cosas, en ciertos niveles, del todo secundarias ...

Segunda digresión.- ¿Alguien ha pensado, en relativa consonancia con lo predicado por Ortega en el párrafo anterior, que hoy día, preparamos con materiales del ayer, para profesiones por venir mas que aun no existen? ¿Educación para póstumos? ¡Para anacrónicos!, mejor dicho.

Ahora bien, y yendo ya al grano, ¿cómo educar en civilidad, cómo formar un ciudadano, un miembro de la polis? Tal el tema que ha sido de proficuo debate en la red que nos mancomuna. Que si con la escuela, con la familia o haciendo un curso acelerado en Internet. Que si con una asignatura, o mejor, durante todas las asignaturas; que si con manual ad hoc, o sin él. A tales efectos, yo afirmo ahora: educar importa ante todo recordar, tener presente, la forma natural de aprender. La mímesis, la copia de conductas aprendidas por la experiencia que surge del ejemplo de los otros. El mono desnudo copia tanto como copian sus hermanos genéticos, los peludos. Uno de ellos coge un palo y con él rompe la cáscara de una baya peliaguda para los dientes, y así, al poco, se ve a la manada rompiendo toda la selva a los garrotazos. Así funciona la animalidad y así también, la que cabe dentro de lo humano. Para prueba, la eficiencia de la moda; dicen que lo que es tal, no incomoda.

De pantalones chupines en marzo a acampanados oxford en agosto, de tacos altos en enero a suelas bajitas y chinescas en abril. Del tiro corto al tiro largo en cosa de un santiamén. Lo hórrido de diciembre es contento costumbrista en el invierno siguiente. ¿Los labios de rojo carmín? ¡Qué barbaridad!, mas bien pronto, al mes quizás, ¡qué viva la boca como si un furioso malvón! Quiero decir, que no ha de ser tan difícil convencer a la gente de algo, si ese algo se convierte en moda. Hay pues que volver moda la educación civil. Convencer que ser civilizado, republicano, demócrata, respetuoso de los derechos humanos, consciente que los derechos surgen sí y sólo sí, en paralelo surgen con ellos, los correspondientes deberes, y toda una larga lista de convicciones a parir, convencer que esto, decía, se ha vuelto moda, se ha impuesto como costumbre a imitar, de tal modo que lo que hace Fulanito el menor, sea copia de la copia de la copia de lo que hicieron sus mayores al educarlo ...

Y, ¿cómo se hace esto? Con poder, of course. Hasta que los intelectuales no nos convenzamos de que debemos tomar el poder para, a su través, dictar sentido político y volver moda los credos más convenientes a nuestra intención, seguiremos como estamos. Y no lo tomaremos hasta que no lo reclamemos, y si es preciso, con mucha fuerza y convicción.

Valores hasta en la sopa. De mañana por TV, de tarde por la radio, a la noche en un night club. En todo ámbito, a toda hora, las ideas fermentales de civilidad deben llegarle al hombre durante su crecimiento. Y esto no sólo incumbe al gobierno, sino a todos los niveles de la socialidad: el club de bochas, el bar de la esquina, la plaza de deportes, la rueda de candombe, la empresa, la propaganda, como sea y donde sea, hay que volver costumbre al credo cívico, ponerlo de moda, insisto. Que ser ciudadano tenga onda, digamos, que considerarse ciudadano sea tan o más importante que ser tildado de buen mozo o mejor partido.

Nota al margen.- Yo no digo aquí -quizás sí en otro lado, pero no aquí ni ahora-, que los sabios deban gobernar el mundo. El gobierno, si en manos de profesionales de la política, si a través de los partidos políticos quiero decir, mejor a mi juicio. Por poder quiero decir, poder a secas, todos los medios de poder que haya a la mano; estar en la vitrina como ejemplares a imitar. Yo creo que con ser capaces de convocar multitudes al entierro de cada cual, sería suficiente ...

Lo que es moda no incomoda. Yo quiero creer, en suma, que si Calvin Klein o Gloria Vanderbilt son capaces de convencer a nuestras niñas de la incómoda impronta de tener la bombacha todo el día metida en el tujes, quiero creer, decía, que del mismo modo podríamos convencer que nada mejor en política que ser y actuar como un ciudadano republicano, afecto al orden dimanado de un Estado de Derecho, demócrata, respetuoso de los derechos humanos y consciente de que las facultades no son sino la contracara de las cargas o deberes. Educar para que la libertad no sea un juego autista, sino el corolario de una muy consciente responsabilidad.

¿Cómo logran estos popes de la moda imponer su malversado bon gôut?, ¿Cómo llega Tinelli a imponerse como mandamás del rating?, ¿cómo es que el modelito de auto tal o cual ha llegado a ser el mayor en ventas?, ¿cómo se ha llegado a la convicción de que hay que andar en la ciudad de mochila como si ante el Kilimanjaro, y con inoportuna botellita de agua mineral sin gas como si preclara cantimplora a mitad del desierto de Mali? Nada de esto pareciera ser racional, ni siquiera, razonable. ¿Entonces?

Entonces, ante todo, para enseñar a pensar, para educar en el libre desarrollo de la simiente hasta que se haga tronco maduro y fronda pareja, hay antes que volver moda los credos básicos, axiomáticos, que permitan ulteriormente desarrolar las habilidades de cada quien en el ambiente social, económico y político que toca en suerte vivir. Para tal menester, pregúntelenle a los propagandistas cómo lo hacen; yo, carezco de toda idea al respecto.

¿Que esto es manipular primero, para dar rienda suelta después? Sí, sin dudas. Nosotros creemos en la ciencia, la lógica, la reflexión metódica y racional, ideológicamente, y también, en la praxis (la tercera ley de la termodinámica se cumple, funciona, digamos, y esto, nos guste o no). Pero tal convicción racional, esta irrenunciabilidad a lo racional, supone haber dado por ciertos a un conjunto de axiomas primigenios, y también, haber tenido por buenos a algunos extremos epistemológicos, sin los cuales, sujeto, objeto, cosa en sí, identidad y contradicción, pueden llegar a verse vulnerados. ¿Cogito ergo sum? En todo caso, siendo estrictos, cogito ergo cogitans; el sujeto es un mequetrefe impuesto por la necesidad racional de justificar quien practique el verbo.

De modo que todos nuestros credos están basados sobre pilares bastante acuosos e incognoscibles. Los límites de la razón nos llevan a la necesidad de axiomas. Sin ellos, todo el edificio racional se vendría abajo. Pues bien, yo sostengo aquí que como en el caso de estos axiomas previos de la ciencia y la lógica, así también deben haber ciertos axiomas relativos al mundo del deber ser cívico y político.

Arribar a estos basamentos, dar efectiva y cabal propaganda de éstos -que son valores y no otra cosa-, hasta volverlos carne inherente a las personas que devendrán mañana ciudadanos efectivos y conscientes de sí y para sí. En suma, y sin tanto gre gre para decir gregorio, llamo a generar idiosincrasia. A parir identidad. A conformarla antes ideológicamente, para con mucho esfuerzo y sudor -del neuronal y del sobaco-, ponerla de moda después y sine die.

Ya dije cómo: mediante propaganda, mediante el estímulo mimético, y a partir de la comprensión de la necesidad orgánica, diría, de toda persona de sentirse parte de algo que le sea común; verbigracia, mediante la creación de un sentido de identidad. Ahora haría falta concentrarse en el quid, en el establecimiento de qué basamentos serán los apropiados para ulteriormente, practicar de veras la educación en el sentido etimológico de sacar afuera.

¿Cómo es que gentes no tan lejanas en el tiempo o en el espacio, estaban o están dispuestos a dar la vida por la patria, por dios, por la familia o por el koljós? ¡La patria, qué diablos!, nos decimos hoy, tan poco internacionalistas de veras, como globalizados sin solución de continuidad. Pero resulta que no ha mucho, nuestros abuelos sí creían en tal ficción. ¿Cómo es que se tragaron la pastilla de tamaña patraña, al grado de morir por el embuste? Años y más años de repetir el mismo credo, de practicar y practicar la salmodia del infierno y del pecado hasta volverlo inescindible de la individualidad de aquellas gentes. Pero si había crucifijos hasta en los baños ... de éso hablo, de repetir, repetir, repetir, para que la copia de la copia de la copia salga como si al carbón.

Volver la ciudadanía en tradición. Hacerla valor tan alto que sea un honor alcanzar el grado, motivo de orgullo, causa de un sentido trascendente. ¿O acaso negaremos nuestra sed de ser cada más, cada quien sí mismo?, ¿nuestra sed de inmortalidad, ¿nuestra muy común y corriente, nuestra muy natural digo, angustia existencial? Porque que necesitamos ficciones regulativas de nuestra ansiedad o voluntad de poder, no cabrá dudarse. La cosa pasa pues ahora, por establecer qué ficciones sean las más augurosas, promisorias y convenientes para al fin sí, comenzar con la labor educativa como si de un sacar hacia afuera se tratase.

Para tal menester, yo llamaría a los contertulios a un análisis crítico de nuestra sociedad contemporánea, a efectos de saber en qué ras nos encontramos y cuáles sean los óbices para nuestro propósito superior. Volver la civilidad un espíritu colectivo, un imaginario sin el cual la vida fuera, no tanto insoportable, como inconcebible.

Tal vez esto deba dejarse para otro articulito por venir.

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