martes, 11 de mayo de 2010

Filosofía y Arquitectura, María Noel Lapoujade

FILOSOFIA Y ARQUITECTURA

María Noel Lapoujade

El así llamado hombre es la especie que, una vez erguida en dos pies, levanta su mirada del suelo y eleva sus ojos hacia el cosmos. Erguido, libera sus manos y transforma el medio en mundo.

En el cosmos, sentido por el hombre como insondable infinito, se sabe una nada.

Pascal habla por todos cuando escribe (1670): Le silence éternel de ces espaces infinis m’effraie. Quand je considère la petite durée de ma vie, absorbée dans l’éternité précédente et suivante, le petit espace que je remplis et même que je vois, abîmé dans l’infinie immensité des espaces que j’ignore et qui m’ignorent, je m’effraie et m’étonne de me voir ici plutôt que là, car il n’y a point de raison pourquoi ici plutôt que là, pourquoi à présent plutôt que lors. Qui m’y a mis,

´par l’ordre et la conduite de qui ce lieu et ce temps a-t-il été destiné à moi? (Pascal, Blaise. Les Pensées. 70, 71. Librairie A. Quillet. Paris. 1928)

HABITAR EL MUNDO

Kant, como todos nosotros, se maravilla también ante el espectáculo del universo y separa exterioridad de interioridad. Escuchemos a Kant (1788): "Dos cosas llenan el ánimo de admiración y respeto, siempre nuevos y crecientes, cuanto con más frecuencia y aplicación se ocupa de ellas la reflexión: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí. Ambas cosas no he de buscarlas y cómo conjeturarlas, cual si estuvieran envueltas en oscuridades, en lo trascendente fuera de mi horizonte; ante mí las veo y las enlazo inmediatamente con la conciencia de mi existencia.

"La primera empieza en el lugar que yo ocupo en el mundo exterior sensible y ensancha la conexión en que me encuentro con la magnitud incalculable de mundos sobre mundos y sistemas de sistemas, en los ilimitados tiempos de su periódico movimiento, de su comienzo y de su duración.

"La segunda empieza en mi invisible yo, en mi personalidad y me expone en un mundo que tiene verdadera infinidad, pero solo penetrable por el entendimiento y con el cual me reconozco (y por ende también con todos aquellos mundos visibles) en una conexión universal y necesaria, no solo contingente como en el otro. El primer espectáculo de una innumerable multitud de mundos aniquila, por así decir, mi importancia como criatura animal (...) El segundo, en cambio, eleva mi valor como inteligencia infinitamente por medio de mi personalidad..." (Kant,E. Crítica de la Razón Práctica. Conclusión. Espasa Calpe. Madrid. 1975.)

Kant hace explícita esta condición peculiarmente humana en que cada individuo habita a la vez el espacio de la exterioridad, y el espacio de su subjetividad.

Desde esos remotos comienzos del tiempo humano, hundidos en vapores imaginarios, esa especie social, en cada individuo, podría, si bien nos va, reflexionar así: "encuentro espacio infinito fuera de mí, espacio infinito en mí". Pero el hombre, además, actúa.

"Habitar" la ciudad

Las acciones humanas todas, oscilan en el péndulo infinito de sus movimientos rítmicos hacia la exterioridad y hacia la interioridad, en eterna sucesión. Más aun, la vida humana en su rítmica danza de construcción y destrucción vuelve el mundo habitable e inhabitable de mil maneras.

La especie humana, como depredadora de la naturaleza, encarna un trágico demiurgo, cuyo esfuerzo vuelve el entorno inhabitable. Es tan hábil el demiurgo depredador que conoce diversos recursos para materializar su entropía. Uno de ellos es esa triste figura de la arquitectura que consiste en la sobre-construcción de la realidad. Construcciones superfluas, cementos innecesarios, excesos de concreto que mutilan la espontaneidad estética de lo natural. En el fondo no es sino una perturbación "frustrante" del habitar. (El edificio emplazado sobre o entre, destruyendo parte de la muralla, cintura de Campeche.)

Otro recurso de la destrucción, más lúgubre aun, si cabe, es el que resulta del desprecio al derecho humano universal de la hospitalidad. El mundo humano es la tierra en su redondez total. Ella nos pertenece, y nos pertenece a todos. René Schérer en 1995 lo escribe así: "Comment habiter la Terre ensemble, là où le sens de l’habiter a été perdu ou pas encore dégagé de tant de limitations et d’entraves? Comment distinguer l’installation légitime d’un enracinement jaloux, exclusif, comment l’étendre à ceux qui n’ont pas ou plus d’habitat, et qui n’en sont pas moins eux aussi enfants de la Terre, et, sur elle, chez eux.

"Conflits du séjour et de l’errance qui nous harcèle et nous aiguillonne, auquel il presse d’apporter une réponse. Théorique, du moins, philosophique(...) La philosophie qu’il convient de penser, de construir n’est-elle pas(...)celle qui pense ensemble l’errance et le séjour? Une philosophie de l’hospitalité.

(...) "On pourrait dire, à l’encontre de tant de destructions: "Que ceux qui ont un sol accueillent"; et ce serait bien, en effet, l’hospitalité: l’hospitalité comme devoir, justice ou charité pour que la Terre soit enfin habitable et habité par tous". (Schérer, René. Le séjour de l’errance en Chimères. Paris. Printemps 1995. Zeus hospitalier. Eloge de l’hospitalité. Armand Colin. Paris. 1993)

La hospitalidad, es decir, el bello derecho de visita y la reconfortante obligación de recibir, es una impostergable necesidad del mundo contemporáneo, porque nuestro mundo se está volviendo paulatinamente inhabitable. Es preciso recuperar, dotándolos de nuevos sentidos, todos los espacios que la humanidad en sus diversas culturas ha construido para acercar entre sí a los pueblos: puertos, "ágoras" y gimnasios, museos, templos, bibliotecas. entre tantos más.

Son, ellas, algunas de las construcciones cuya finalidad originaria, inherente, es la de hacer posible la hospitalidad, el cohabitar, el convivir humanamente.

En la actualidad es preciso, además, crear espacios para una hospitalidad acorde con algunos problemas candentes: desocupación, afluencia a la ciudad de gente del campo, grupos de jóvenes sin actividades fijas, etc.

En el Seminario Villes et Hospitalité se trabaja sobre un presupuesto interesante. En general, en las ciudades actuales, los que pueden llamarse "lugares insterticiales", con status indeciso entre públicos y privados, son los lugares donde es posible actualmente ejercer cierta hospitalidad. De un lado está la hospitalidad doméstica, muy selectiva y en pequeña escala.

Del otro, la calle, espacio público por excelencia. Este lugar, abierto a todos, comunitario, es democrático y hospitalario por principio. No siempre lo es de hecho. Cuántas calles intransitables en las grandes ciudades, marcadas por las etnias en Nueva York, por ejempo; o por la pobreza, favelas en Rio, México, en general en todas las ciudades; o por las clases sociales, etc.

Entre ambos, los "lugares insterticiales" son los espacios mixtos representados por las grandes tiendas, transportes, galerías comerciales, estadios, centros deportivos, universidades, hospitales, etc.

En la actualidad, estas construcciones proponen una peculiar manera colectiva de habitar, virtualmente, rica, como propiciadora de encuentros humanos, aunque de hecho comúnmente no pasa de ser el lugar de las fortuitas coincidencias de mónadas distraídas. (Séminaire Ville (s) et Hospitalité. Séminaire proposé par la Maison des Sciences de l’Homme et le Plan Construction et Architecture. 31 de octubre de 1996.)

El oriente árabe propone otro código absolutamente diferente del habitar.

En el mundo árabe, los espacios femeninos y masculinos del habitar están claramente marcados, tanto en los espacios de la ciudad como en los domésticos. Ante todo, en la ciudad existe una división espacial notoria, que separa el lado familiar femenino, correspondiente a los barrios de habitación, y el lado masculino, que admite algo de mixto, pero que corresponde sobre todo a las actividades económicas y a las formas de sociabilidad.

Cito ahora la Crónica de Depaule a la que estoy haciendo referencia.

Dice Depaule: "Les frontières qui marquent ce partage et se reproduisent à différentes échelles, y compris à l’intérieur de l’espace domestique, sont plus ou moins matérialisées, visibles et mouvantes, d’où l’importance des codes, gestes, regards, lumière... Le voile, à la lumière de cette analyse, peut ainsi se lire comme "un morceau de mur qui se détache" (expression de Dhabia Abrous), et la maison, réciproquement, comme un morceau de voile qui se solidifie" (Comunicación de Jean- Charles Depaule en el Séminaire Ville(s) et Hospitalité. 5 de diciembre de 1996.)

Del filósofo-arquitecto y el arquitecto-filósofo

El otro tiempo del ritmo vital humano, partenaire de su espíritu de destrucción, es su autoafirmación como especie creadora. La especie humana, en su spinoziano impulso a "persistir en su ser" quiere que el medio -su entorno dado- le sea habitable; entonces, construye el mundo.

Vuelve reales, actuales, algunos de sus mundos posibles, y los habita. Ese filósofo originario deviene arquitecto incipiente: construye para habitar.

En última instancia el filósofo se convierte en el arquitecto del destino humano.

La exterioridad, bajo cualquiera de sus formas, es habitable en la medida que se interioriza, que integra la intimidad. Esto es, que deja de ser exterior y cada uno la porta en un espacio recóndito de su subjetividad.

En cualquier estilo arquitectónico lo importante es la manera de habitar que un edificio nos propone. Una condición necesaria pero no suficiente del habitar es la operatividad, la funcionalidad. El cuerpo se siente libre cuando se mueve sin resistencias, sin obstáculos. Los muros deben propiciar su libertad, acompañando sus desplazamientos naturales.

Pero, además, es preciso habitar de manera digna y bella. Dignidad y belleza del espacio arquitectónico, lo vuelven un lugar "deseable", "apetecible", un lugar que invita a ser habitado. Entonces la arquitectura desemboca en una estética-ética de las formas, que es expresión de una ética-estética ante la vida.

El arquitecto originario debe convertirse en filósofo incipiente: estética-ética del habitar.

Hacia una poética del habitar

La exterioridad: geográfica-natural o arquitectónica-construida, es vivida.

La especie humana habita simultáneamente, por lo menos, dos lugares: la exterioridad, llamada "objetiva", y la interioridad, llamada "subjetiva".

...Asimilar -dice con un humor irrebatible Jean Piaget- no es que "el conejo se convierta en col, sino que la col se convierta en conejo". Del mismo modo, al habitar la exterioridad ella deja de ser tal, para convertirse en la exterioridad vivida; esto es, subjetivada. Así el espacio exterior cohabita con otros espacios de la intimidad.

Bachelard condensa la idea en una línea cuando escribe (1957):"La forêt est un état d’âme." (Bachelard, Gaston. La poétique de l’espace. P.U.F. Paris. 1994. Cap. VIII. Pág.171)

Así, en la exterioridad del bosque, ya estamos también a solas con nosotros mismos. Pero queremos ir más adentro, estar al abrigo. Entonces seguimos una construcción humana, su huella repetida en el bosque, que es el camino.

Caminar el camino es transitar un lugar humano que despierta -como bien dice Bachelard- "une rêverie du chemin" (p.29). El camino, ora amenazante, ora protector, nos conduce al abrigo: la casa. Sigo con Bachelard: "la maison est notre coin du monde, (...) notre premier univers" (p.24). Pero sobre todo es, a la vez, una imagen poética cuya elasticidad nos sumerge o nos eleva en profundidad, es una imagen radical. Es un espacio de la intimidad; en tal sentido, su vértigo atrae.

La intimidad ama el secreto. El secreto de los recuerdos invisibles, impregnados en sus muros. En ella el habitar se enriquece porque contiene los más extremos y sutiles matices de la pasión, la espera, el dolor, la alegría, la salud y la enfermedad; los pasados y los futuros. Una casa lograda habla de la alegría del habitar.

La ventana hace presente la exterioridad y la guarda. Pero la mirada, provocada por el acontecimiento constante o fortuito del exterior, despierta ensoñaciones, y si "uno es lo bastante poeta para suscitar sus riuezas" -parafraseo a Rilke- entonces ella es puerto de otros mundos, y espacios abiertos a la imaginación.

Estoy pensando en las ventanas Vermeer. Las del íntimo recogimiento y el arrojo intrépido del navegante de su geografía.

Y todavía, retorno a una expresión de Bachelard: "une lampe à la fenêtre est l’oeil de la maison. (...) Par la lumière de la maison lointaine, la maison voit, veille, surveille, attend" (p.48).

La casa deviene refugio, deviene un centro, nuestro centro que forma un eje con el eje vertebral del cuerpo, fundidos en la totalidad del ser que la habita.

El habitante es el ser cuya totalidad abierta es portadora de geografías y arquitecturas, superposiciones e intersecciones de espacios, pasados, futuros, virtuales o utópicos; espacios-tiempos concentrados en cada instante.

En ella el recogimiento puede recorrer la inmensidad de los espacios del silencio, o los ilimitados espacios sonoros que la música impregna.

Y esto es el habitar radical.

El habitar por excelencia, aquel verbo cuya acción suprema se da en la calma quietud de la soledad plena, la soledad compartida en la intimidad con los seres cuyos cuerpos amados están ahí, o cuyas ausencias presentes pueblan el espíritu.

Esa soledad, ese desierto interior, es el tenue fondo sobre el que se recorta nuestra arquitectónica fundamental: la construcción de sí mismo.

Construirse a sí mismo es hacer habitable su mundo interior.

El hombre, este alfarero de su propia arcilla, ante todo debe construirse su propia figura.

Pico della Mirándola le habla al hombre en nombre del "supremo Artesano": "Ni celeste, ni terrestre te hicimos, ni mortal, ni inmortal, para que tú mismo, como modelador y escultor de ti mismo, te forjes la forma que prefieras para ti. Podrás degenerar a lo inferior, con los brutos; podrás realzarte a la par de las cosas divinas por tu misma decisión." (Pico della Mirandola. De la dignidad del hombre. Pág. 105. Editora Nacional. Madrid.1984)

Desde su libertad originaria Pico le exige al hombre erigirse en arquitecto de su destino. Y Paul Valéry, en boca de su Sócrates, se pregunta: "Se construire, se connaître soi-même, sont ce deux actes, ou non? (Valéry, Paul. Eupalinos ou l’architecte. Pág. 92 en Oeuvres Complètes. II. Gallimard. Paris. 1960)

En este sentido importa recuperar un verbo que se sitúa en una intersección de caminos y perspectivas. Es un verbo que describe en sus orígenes el trabajo arquitectónico y que es recuperado para la ética y la estética porque es cardinal en todo humanismo: me refiero al verbo edificar.

Ese verbo con resonancias teológicas se escapa de la arquitectura y de la teología y se instala como metáfora en una poética del habitar.

Construir y edificar. Diferentes matices de una acción aparentemente igual.

Edificar arrastra el matiz ético-estético de construir positivamente.

Una construcción edificante, esto es, humanizante.

¿Cuál es ella para la ciudad y para uno mismo?

Es la que lleva a habitar con alegría. Es aquella en que la arquitectura habla, canta, envuelve, seduce.

Es la de la ciudad que Paul Valéry describe como musical. "Dis-moi (puisque tu es si sensible aux effets de l’architecture), n’as-tu pas observé, en te promenant dans cette ville, que d’entre les édifices dont elle est peuplée, les uns sont muets; les autres parlent; et d’autres enfin, qui sont les plus rares, chantent?... Ceux des édifices qui ne parlent ni ne chantent, ne méritent que le dédain; ce sont choses mortes..." (Id. pág 93)

Arquitectura musical de la vida, en que la pieza fundamental de todo edificio hacia el cosmos, hacia la naturaleza, hacia la comunidad y hacia uno mismo es el portal; la puerta. Toda puerta lleva la impronta de lo sagrado.

Separación y unión de mundos. Mundos reales y sugeridos. Despertar de ensoñaciones.

Metáfora de clausuras, resistencias, invitaciones, sugerencias, sospechas, secretos, y goces. Límite y frontera, libera y constriñe. Esquema de posibles, esboza destinos. Ella indica la majestad de un umbral de afueras y adentros.

Pero ella no pertenece ni al afuera ni al adentro, sino, más allá de ambos, pertenece a los dos. El misterio de una puerta cerrada y la franqueza de la puerta hospitalaria provocan el vértigo total en la puerta entreabierta que susurra al oído una invitación al misterio.

Ante una puerta entreabierta sucumbe el ser que ella simboliza. Y el ser que ella simboliza es aquel manojo de posibles, aquel que puede darse, libre, su forma; aquel arquitecto filósofo, que todo hombre como ser entreabierto podría aspirar a ser.

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