AUTOCONCIENCIA
Podemos decir que lo que caracteriza a la mente humana respecto de otras mentes es la conciencia que como tal mente tiene de sí misma...el hecho de ser autoconciente. La conciencia humana es el único ejemplo conocido de autoconciencia. ¿Qué implica la autoconciencia? De eso es de lo que voy a tratar aquí.
Una simple conciencia es no más una conciencia abierta desde lo real hacia lo real y en lo real, una conciencia inmersa en lo real, sumergida en el devenir y siendo devenir junto a los demás acontecimientos. El cognoscente tiene ante si lo conocido y solo lo conocido, no pudiendo hallarse ni en si ni en lo conocido...por lo cual el cognoscente en la simplicidad de su apertura se encuentra perdido en lo otro de lo conocido, en su objeto. No es más que un pliegue reactivo en el proceso de los acontecimientos, un proceso reactivo de los acontecimientos sobre los acontecimientos. Una autoconciencia, en cambio, es un repliegue y no ya solo un pliegue de la realidad, de tal modo que en este repliegue el acontecimiento del conocer es distancia respecto de lo conocido, distancia establecida a través del estar ante si misma como cognoscente, como algo distinto de lo conocido. Esto no significa que el ser cognoscente obtura con esa distancia su estar en lo conocido real sino solo que en esta distancia se establece una tensión separadora, una irrupción de la diferencia entre lo cognoscente y lo conocido. A esta irrupción la podemos llamar la irrupción del espíritu.
Pero la irrupción del espíritu no es sin consecuencias. No hay un simple replegarse de la conciencia en la autoconciencia sino que lo que hay es la tensión de la distancia continuamente separadora y doliente que es la distancia de la lucidez. El ser autoconciente ve con lucidez, con claridad, su estar separadamente en relacion a lo real, su estar en lo real como algo diferenciado, como algo distinto. Ve su diferencia, esto se le aparece con claridad y ocurre que ya no participa con la ingenuidad de una conciencia abierta de su estar en lo real sino que participa en la tensión de su separación, participa con la constatación lucida de su existir por separado, en un aparte solitario. Y ve, por lo tanto, que su ser es una cuota de realidad, una potencia en medio de lo potente difuso en lo que ya no esta inmerso sino respecto de lo cual lidia con su existencia de este modo limitada, delimitada. La autoconciencia percibe y piensa, pues, en lo fundamental, el limite. La autoconciencia es la constatación lucida de los limites y del limite en si misma. Este estar limitada y separada de la autoconciencia es su individualidad en cuanto reconocida y es por lo tanto el camino que en ella misma se abre como algo distinto del simple ser conciente. La autoconciencia es este estar limitado y separado, es este estar dolorosamente ante lo real como algo que permanece ajeno a la propia potencia y ya sin que sea posible la participación directa, sin la tensión de la distancia. Es por ello que la primaria experiencia de la autoconciencia es la experiencia de su aplastamiento, de su estar aplastada por lo ajeno que la rodea ya como lo exterior, como el objeto exterior, como lo Otro. Aplastamiento que cobra la forma emocional de la soledad y la forma dinámica de la impotencia.
Una consecuencia aún más inmediata que la mera enajenación respecto de lo Otro total en la lucidez tensa de la distancia separadora de la autoconciencia es el desdoblamiento del cognoscente respecto de si mismo como algo conocido, como una x que no llega a ser el propio cognoscente en tanto cognoscente sino solo algo conocido alli en lo exterior...un cuerpo. El ser autoconciente no es solo para si en cuanto conciencia, en cuanto mente, sino también en cuanto cuerpo allí afuera, ante si mismo como lo exterior de si mismo. De modo que el ser autoconciente se encuentra desboblado y la tensión de la distancia separadora se instala en su ser mismo como la distancia entre lo mental y lo corporal. No solo se encuentra separado respecto de lo Otro total que lo circunda y de lo que intuye no participar sino que se encuentra desencontrandose en la separación de si mismo en mente por un lado y en cuerpo por el otro. Es un desdoblado, un dividido, un cercenado de si mismo en un cuerpo que se aleja. Se encuentra frente a si extrañado de si mismo en este cuerpo que dice ser suyo...tiene un cuerpo del cual le resulta ya difícil, en la distancia lúcida...sostener que és el mismo. En este desdoblamiento que aliena un cuerpo el cuerpo pasa a ser un objeto de la autoconciencia del cual puede escindirse en los actos de la voluntad de tal modo que puede tratar con este cuerpo como cosa que ya no es él o que nunca lo fue. Los sintomas de este tratamiento estan en todas partes desde que la autoconciencia existe...los adornos, los maquillajes, las cirugías esteticas, las autolaceraciones y automutilaciones, los castigos autoinfligidos, los ayunos, etc, etc. Al tratar consigo misma como un cuerpo en cuanto algo separado de la mente que trata con él la autoconciencia acentúa su lucidez, su distancia en si misma...se autoconsagra en su lucidez y se hace más lucida por lo tanto. Ello explica, claro esta, el que todos los intentos de perfeccionamiento de la autoconciencia sostengan este extrañamiento del cuerpo incluso para su destrucción...que no es otra cosa que la autodestrucción de la autoconciencia en el extremo de su autoalienación. Este camino de negación del cuerpo exalta la autoconsagración de la autoconciencia y es por ello que se le ha considerado siempre, a pesar de su condición de negación absoluta en la negación de si misma, como un camino de elevación de la autoconciencia sobre si misma, como en un recogimiento de lo mental sobre lo mental que acentua el repliegue hasta querer infructuosamente cortar las ataduras por completo con lo otro exterior. De este modo la destrucción del cuerpo como testimonio de lo que se es en cuanto objeto sumido en una exterioridad que aplasta y consume la propia potencia, como testimonio de impotencia, es también un falso escapar en la distancia de un replegarse querido como absoluto, un gesto de liberación, un gesto de diferenciación absoluta, de pura diferenciación que en realidad no es más que un gesto absurdo que sostiene absurdamente la muerte y confunde la negación de la negación con la afirmacion, afirmación que solo puede pasar por el reencuentro en la lucidez de la confabulación con todo lo otro en una existencia participante. Diferencia que por otra parte no deja de ser la consagración de la propia identidad en una identidad igualmente absoluta e insostenible en la experiencia...de tal modo que no le cabe a quien asi se esfuerza hacia si mismo en una unidad indiferenciada y aniquilante de todo lo otro en el cuerpo más que renegar absurdamente de la existencia.
Fernando Gutiérrez, filósofo
domingo, 19 de julio de 2009
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