La izquierda ha muerto
Andrés Núñez Leites
Fuente:
http://elvichadero.blogspot.com/2009/01/la-izquierda-ha-muerto.html
Aportes
críticos para la comprensión del viraje neoliberal de la izquierda
latinoamericana en el poder, desde el caso uruguayo. Comprende siete
textos:
(I) - Del proyecto socialista al gobierno responsable
(II) - Realidad y utopía, derecha e izquierda
(III) - Slogans para una posición victoriosa en el discurso y en el campo político
(IV) - El "pragmatismo" como ideología conservadora
(V) - De los comités de base a los clubes políticos
(VI) - Sentido común neoliberal
(VII) - La muerte es necesaria para que resurja la vida
LA IZQUIERDA HA MUERTO (I)
Del proyecto socialista al gobierno responsable
LA IZQUIERDA HA MUERTO (IV)
El "pragmatismo" como ideología conservadora
(I) - Del proyecto socialista al gobierno responsable
(II) - Realidad y utopía, derecha e izquierda
(III) - Slogans para una posición victoriosa en el discurso y en el campo político
(IV) - El "pragmatismo" como ideología conservadora
(V) - De los comités de base a los clubes políticos
(VI) - Sentido común neoliberal
(VII) - La muerte es necesaria para que resurja la vida
LA IZQUIERDA HA MUERTO (I)
Del proyecto socialista al gobierno responsable
La propia construcción del Frente Amplio implicó una posición
reformista. Los grupos políticos que se integraron desde una posición
asumida como revolucionaria, pospusieron la concreción de la revolución
-en el sentido del asalto al poder para la socialización de los medios
de producción- hacia un futuro impreciso en el cual la acumulación de
fuerzas hiciera que, a lo sumo, el uso de la fuerza fuese tan solo un
"momento" para la readecuación del sistema político a las nuevas
correlaciones sociales de fuerza, inclinadas hacia "el campo popular".
La conformación de un conglomerado de partidos y movimientos de
izquierda para el acceso electoral al poder de gobierno aparecía en el
discurso como "herramienta" y no como fin en sí. Herramienta que
asumiría distintos sentidos: desde la construcción de una
socialdemócracia hasta una "dictadura del proletariado" de corte
stalinista. Pero el devenir histórico fue convirtiendo a la herramienta
en un partido propiamente dicho, que como sistema, no resulta de la
simple relación utilitarista de sus componentes. Aparece el
frenteamplismo como identidad, reforzado por el discurso de la unidad de
la izquierda, con sus consecuencias homogeneizadoras a la vez que
tolerantes.
El gradualismo (por oposición a la urgencia revolucionaria) como
doctrina, se presenta con los ropajes de la "madurez política". En
oposición al romanticismo adolescente, el gradualismo de los cambios se
propone una gestión "responsable" de las agencias estatales. Para que
"el pueblo" (ya no el proletariado) pudiese construir una sociedad "más
humana" (ya no socialista) debía planificar concienzudamente la
transición. Hete aquí una imagen voluntarista e instrumentalista del
poder: este aparece como algo patrimonial, algo que puede poseerse y
cuyo sentido puede orientarse voluntariamente. El estado (y su policía,
su ejército, su escuela) no son percibidos como superestructura burguesa
para la ejecución y legitimación de la dominación clasista, sino como
herramientas capaces de asumir múltiples sentidos, entre ellos, la
construcción de una sociedad sin clases, o con una menor "brecha" entre
las mismas. Del análisis de la estructura de propiedad y gestión de los
medios de producción para la planificación de su propiedad y gestión
socializada al sloganismo pequeño burgués de la "redistribución de la
riqueza" -política con estrechos límites para el asistencialismo y
"bienestar social", siempre débiles y prestos a suspenderse en caso de
variaciones de los mercados externos, incapaz de resolver de modo
duradero la existencia de pobreza y a su vez legitimadora de las
relaciones sociales de producción que generan desigualdad y distribución
asimétrica de la riqueza-.
Así como el cristianismo, al asumir el ritual hechiceril de la comunión
dentro de una práctica y un discurso religioso que pospone hacia el
infinito la unión del fiel con la divinidad, el discurso izquierdista de
la "responsabilidad en el gobierno" pospone hacia el infinito la
construcción del paraíso de los trabajadores. La justificación es
práctica y asume la seriedad y madurez de la ciencia: los cambios
alocados producen efectos insospechados y contraproducentes para los
trabajadores. Hay que operar sistemáticamente: he aquí el corolario de
la proposición previa.
El discurso de la responsabilidad, hace presentable la propuesta
programática (cada vez más orientada hacia el "centro", es decir, hacia
la preservación de las relaciones sociales de producción capitalista,
con algún matiz asistencialista en política social), y hace presentables
a los candidatos: empresarios y profesionales universitarios; todos
vestidos con las galas del prestigio social dentro de un sistema de
valores hegemónico en nuestra formación social capitalista.
LA IZQUIERDA HA MUERTO (II)
Realidad y utopía, derecha e izquierda
Platón hacía decir a Trasímaco que la verdad es aquello que conviene a
los poderosos. Muchos siglos después, por su elocuencia y concienzudo
análisis, reconocemos con Foucault que saber y poder son una misma cosa.
El poder construye saberes que funcionan como puntos de apoyo para su
despliegue en un territorio (espacio geográfico, cuerpo, conciencia). La
legitimación del poder opera via construcción de un sentido común que
impregna nuestra percepción del mundo. Es decir que la realidad coincide
con los dictámenes del rey. Convenientemente, el cuestionamiento de la
realidad (cuestionamiento al discurso del poder) ha sido catalogado como
"utopía", construcción fantasmática de un no-lugar "por definición"
irrealizable (no constituible en nuevo poder). Proyección de deseos
irresponsables, enunciación de paraísos imposibles, proposiciones no
avaladas por la ciencia: esos son algunas de sus etiquetas infamantes.
Convenientemente también, aquellos que han enarbolado las banderas de la
utopía para el acceso al poder, han optado, en los casos más notorios
como el de algunos marxismos, por intentar convencer(nos) de su carácter
científico (real...), inapelablemente verdadero -en el sentido de la
construcción de una dictadura de sentido alternativa-. No la libertad
supuestamente disolutiva del deseo sino el sistemático desarrollo de una
máquina lógico-militante, según un Programa. Socialismo científico
versus socialismo utópico: los realistas se desmarcan de los románticos
de siempre y preparan las bases teórico-prácticas de la dictadura del
realismo socialista. No paradójicamente, este pensamiento jerarquizador y
centrado, que antepone el partido a los intereses "particularistas" de
los movimientos sociales, y la racionalidad instituída de la autoridad
del partido al espontaneísmo de las bases, será el eficaz freno para los
impulsos filo-revolucionarios presentes, encauzándolos por la senda del
pragmatismo, el gradulismo y la sensatez burguesa, en definitiva.
Esta oposición realidad/utopía se asocia a otra: madurez/adolescencia.
Este no es un detalle menor. Si hacemos una historia de la élite
dirigente de la izquierda constatamos que, además de su creciente
inserción en la burguesía pequeña y media (por su actividad profesional y
empresarial), se han mantenido en calidad de dirigentes con escasa
renovación generacional. Esto es: los revolucionarios adolescentes se
hicieron conservadores adultos y ancianos. Tendencialmente (más allá de
algunos gloriosos viejos "reventados") el envejecimiento se acompaña de
una situación social más consolidada, y de una preferencia obvia por la
no modificación estructural de las relaciones sociales que sustentan la
vida. Los izquierdistas maduros lograron acumular cierto capital y
prestigio precisamente en un modo de producción capitalista, signado por
pautas valorativas de prestigio capitalistas. Además de ejercer una
feroz gerontocracia en la izquierda, los izquierdistas maduros fueron
tiñendo el discurso político de la izquierda con las marcas de la
sensatez: cambios sí, locuras no.
Y la última concatenación lógica que haremos por ahora es que
realidad/utopía se asocia no solo con madurez/adolescencia sino también
con derecha/izquierda. Quiere decir lo anterior que, en la medida que la
necesidad de aceptación política por parte de las clases medias y las
clases dominantes, ha llevado a una identificación con estas. La
realidad es la visión del mundo del poder, decíamos en (6), de ahí que,
el deseo de proyectar una imagen madura y realista, llevó a una
atenuación de las aristas cortantes del discurso, y a una creciente
identificación con el discurso político de la derecha. Un botón de
muestra: el equilibrio macroeconómico logrado en los 1990s sobre la base
de la exclusión social y la creciente dependencia externa, era
presentado por los dirigentes frenteamplistas como "logros a preservar"
en la campaña electoral que los llevó al gobierno.
LA IZQUIERDA HA MUERTO (III)
Slogans para una posición victoriosa en el discurso y en el campo político
La debacle social del proyecto neoliberal, iniciado en los 1960s,
consolidado por la dictadura militar en los 1970s y 1980s, y llevado
(pensábamos) a su cumbre en los 1990s por los partidos políticos de
derecha, generaba un lugar político electoralmente redituable: el de la
izquierda. Particularmente la crisis de comienzos de la década del 2000
hacía difícilmente viable un triunfo electoral de partidos políticos de
derecha. Así lo comprendieron sus dirigentes, que, como última maniobra
desesperada, intentaron promover a un líder con tintes progresistas en
su discurso. Pero no lo lograron: la izquierda tenía la autoridad
histórica, la legitimidad para enunciar la injusticia del
neoliberalismo. Desarrollo con inclusión, solidaridad, integración
regional, desarrollo sustentable, equidad, etc., habrían de ser parte
del discurso victorioso. Si el Frente Amplio, o mejor dicho, sus
dirigentes hubiesen afirmado previamente a las elecciones, que sus
verdaderas intenciones eran convertir la construcción de plantas de
celulosa en causa nacional, el modelo forestal en clave del desarrollo
económico, el pago adelantado de intereses de deuda externa al FMI, la
suba de costos de servicios públicos como ajuste fiscal, la elaboración
de una reforma tributaria que no tocaría a los grandes capitalistas, el
atraso cambiario, la firma de TPC y TLC con Estados Unidos, el apoyo a
la operación militar UNITAS, el apoyo a la invasión
franco-estadounidense a Haití, el alineamiento tras Estados Unidos,
etc., difícilmente hubiesen tenido éxito.
Pero el discurso de izquierda no ha sido un mero efecto del oportunismo.
La izquierda llega al poder por su histórica construcción de una
cultura de izquierda, que incorporó, con sus contradicciones, en la
práctica, pautas de mayor solidaridad, participación, equidad de género,
asociación de iguales y toma de conciencia popular. De ahí que el
discurso izquierdista no sólo era la única verdad alternativa, ahora que
el rey neoliberal estaba desnudo, sino que se afirmaba sobre innúmeros
puntos de apoyo social, determinados por las redes de solidaridad y
militancia política y en la sociedad civil.
La metodología de construcción programática del Frente Amplio es
elocuente: llamado a los gremios e interesados por área para la
elaboración del capítulo correspondiente del Programa. Cada "sector"
estaba llamado a plasmar en el papel que, según estatutos, se
convertiría automáticamente en Programa de Gobierno, sus deseos de corto
plazo, y sus objetivos y principios de largo plazo. Así, se lograba
concentrar en un texto los deseos de sectores populares y medios-bajos,
que, evidentemente contrastaban con el establishment neoliberal, y
funcionaron como excelente carnada para los votos. Luego, la "cultura de
gobierno" haría que aún estos deseos de corto plazo tuviesen que
posponerse una vez más.
El "pragmatismo" como ideología conservadora
Es una operación automática: el discurso del poder refuerza su dimensión
simbólica en la medida que es capaz de ejercer una persistente
violencia simbólica sobre una población. Esto es: en la medida que logra
presentarse como "objetivo", "científico", "natural", "revelado", según
el caso, y no como interés de un(os) sector(es) sociales
particular(es). El pragmatismo, entendido no tanto como la doctrina
filosófica del siglo XX, sino como la "cultura de gobierno"
(pos)moderna, se presenta a sí mismo como el resultado de la madurez
intelectual y política, y del realismo científico en la apreciación del
mundo. El pragmatismo no aparece como lo que es: como la conciliación de
intereses de las clases dominantes y los gobiernos, para el
mantenimiento del statu quo. Los flamantes gobernantes "pragmáticos" no
tienen "pruritos ideológicos" y toman las "mejores decisiones prácticas"
para solucionar "los problemas urgentes que aquejan al país". Léese ahí
sin dificultad una visión inmediatista de la política, y una renunicia a
los principios históricos de la izquierda, no sólo revolucionaria, sino
incluso socialdemócrata (véase sino, la substitución de políticas
sociales universales por políticas focalizadas "de emergencia").
El pragmatismo -y su neoliberalismo económico subyacente- es, además de
una ideología conservadora que conviene a los intereses de las empresas
trasnacionales, los capitalistas financieros, los grandes
agroexportadores, los grandes importadores, y la élite tecnocrática,
precisamente el discurso tecnocrático por excelencia. Para ser
pragmático, no se requiere tanto el apoyo popular, y ni siquiera el
entendimiento del pueblo, pues este, lego, no alcanza a comprender los
viricuetos que sí manejan, de mil maravillas, los técnicos expertos de
los gobiernos. Para ser pragmáticos, hay que poseer el savoir faire. Los
técnicos asesores enuncian la madura verdad de lo posible que aplasta a
los devaneos de los inocentes soñadores. A lo sumo, queda elegir entre
un menú de opciones técnicamente incuestionables. Sí, una nueva versión
del despotismo ilustrado.
LA IZQUIERDA HA MUERTO (V)
De los comités de base a los clubes políticos
Uno de los procesos que acompañaron al crecimiento electoral de la
izquierda uruguaya fue la concentración de poder en su estructura
interna.
Los comités de base, que fueron pulmones de la izquierda que resistía el
embate filo-fascista de los 1960s y 1970s, que producía discurso y
construia decisiones políticas colectivas mediante consensos
difícilmente articulados, fueron dejando lugar a locales que cada vez
más se parecen a los clubes políticos de los partidos tradicionales. Ya
en los últimos años como oposición, el Frente Amplio abandonó su
histórico mecanismo de consenso y lo sustituyó por el de mayorías, con
lo cual consagró la concepción de la democracia como imposición de las
mayorías. Las decisiones aparentemente "ejecutivas", o en casos
pretendidamente excepcionales de "crisis" (lo que nos recuerda la
fundamentación del rol del Dictador) pasaron a ser decididas por los
"cabezas de lista" de cada sector. Y ya en el gobierno, las decisiones
no son tomadas en el partido, como ordenarían sus estatutos, sino en en
el gobierno, particularmente en el poder ejecutivo, con el aval -cuando
el acatamiento no es automático- por los candidatos más votados de cada
lista, sobre la base de propuestas del presidente, por supuesto. Esta
concentración de poder le permitió a la izquierda proyectar una imagen
de solidez y unidad, a la vez que aplastar, en los hechos, las
diferencias internas. Actualmente, la disciplina con que diputados y
senadores del gobierno izquierdista toman decisiones estrictamente
reñidas con su discurso político pre-electoral, comienza a ser materia
de análisis académico. Se sabe: las estructuras autoritarias son más
maleables a los cambios de sentido político de sus élites.
Operó (y sigue operando) aquí una verdadera expropiación de la palabra
de "las bases" de la izquierda, siempre más populares y femeninas que
las élites. Con la izquierda ya en el gobierno, desde la dirección de la
"fuerza política" se plantea que el rol de las bases es "explicarle a
la población" las decisiones gubernamentales. Propaganda y difusión: las
funciones de los clubes políticos de derecha.
Esta expropiación de la palabra, acompañada por la pos-moderna
disminución de la participación militante, es, a su vez, una
expropiación del conocimiento del proceso político. La militancia es
colocada en el papel de escucha y obediencia, y es la élite tecnocrática
la que dicta el sentido político de la acción. Con débil fuerza
argumental, pero fuerte manejo emocional, se logró paulatinamente en
algunos temas, y con virajes abruptos de posición en otros, que buena
parte de la militancia comenzara a propagar, tras el acceso de la
izquierda al poder, un discurso opuesto al de campaña en varios aspectos
clave, como los mencionados más arriba. Quienes no producen discurso,
deben inteligir el mundo a partir de discursos ajenos. Pero cuidado:
todavía ruedan los dados, y la sensibilidad y la capacidad de asco
pueden permitir la emergencia de discursos alternativos o de
no-discursos y acciones de resistencia.
LA IZQUIERDA HA MUERTO (VI)
Sentido común neoliberal
Nos hemos extendido en otro lugar al respecto, así que nos limitaremos
esta vez a enunciar la hipótesis: Las décadas de gobierno y propaganda
neoliberal generaron un sentido común propicio a la aceptación
automática de las políticas neoliberales. El neoliberalismo como
estrategia de lucha de clases de las clases dominantes (gran burguesía y
aliados) implica una serie de acciones decididas sobre los mass media,
el sistema educativo, la administración del estado y las empresas, tales
que toda una serie de propuestas con un sentido político-económico
específicamente favorable a aquellas, aparecen naturalizadas bajo el
manto de la ciencia económica. Así, "inflación de un dígito",
"competitividad", "flexibilidad laboral", "inversión extranjera",
"responsabilidad fiscal", "austeridad", "apertura comercial",
"competencia", "seguridad jurídica para las inversiones", etc., son
conceptos y slogans que se imponen mediante un persistente ejercicio de
violencia simbólica. Esto quiere decir, siguiendo a Bourdieu, que se
presentan como producto neutro de la ciencia (como si hubiera una
ciencia que en al menos en última instancia no tuviera sentido político)
en lugar de lo que son: arbitrariedades culturales. Imposición
arbitraria de una serie de arbitrariedades culturales que refuerzan a su
vez las relaciones de poder asimétricas en que se gestan, desde que
ocultan esas relaciones de fuerza y esa condición asimétrica de las
mismas. Porque aquellos conceptos entre comillas son perfectamente
discutibles, tanto aislados como en el marco del discurso neoliberal en
que se gestan. Es más: el mundo conoce una larga cadena de consecuencias
atroces de su entronización por parte de los gestores de la política
económica de los estados tanto del "primer mundo" como del "tercer
mundo".
"Yo no quiero creer que se dieron vuelta". Esta es la frase popular que
resume la negación a aceptar lo evidencia del viraje liberal de muchos
gobiernos izquierdistas. A la reacción inicial de identificación con el
gobierno y sus miedos, su cautela ante el peligro de ser arrancados del
poder por las clases dominantes, los partidos políticos de derecha, o
incluso las fuerzas armadas -con sus elites vinculadas históricamente a
esos partidos y a aquellas clases-, sigue una "tregua" del análisis:
"Hay que esperarlos". Y cuando los años van pasando, llega la frase que
encabeza este párrafo y la actitud consiguiente de resignación. La
esperanza es lo último que se pierde, de ahí que es esperable que en el
último año de gobierno "progresista" se lleven adelante -como enseña la
larga tradición gubernativa de los partidos de derecha- una serie de
políticas sociales asistencialistas y toda una serie de medidas
populistas no sólo económicas, que hagan renacer la identificación
izquierdista del gobierno, pero que no modifiquen en grado alguno la
estrucutra de relaciones sociales de producción, y que puedan ser
fácilmente reversibles o compensadas en el primer año del período
siguiente.
LA IZQUIERDA HA MUERTO (VII)
La muerte es necesaria para que resurja la vida
Algún día mereceremos no tener gobiernos. (J.L. Borges)
Cuando le preguntaron a Bourdieu si su sociología acaso volvía a la
sociedad un universo frío, es decir, si la explicación de la lógica del
poder subyacente al juego de los campos sociales, al desmitificar
elementos de la voluntad y la ilusión humanas, conducía al desánimo
propio del desencanto, este contestó -magistralmente- que lo mismo podía
achacarse a Newton y sus hipótesis sobre la gravitación universal. Pues
Newton, con sus trabajos teóricos, al tiempo que inauguraba una nueva
física provisoriamente echaba por tierra (valga también literalmente la
metáfora) al milenario sueño del vuelo humano espontáneo o mediado por
fórmulas mágicas... Sin embargo, los descubrimientos de Newton abrían
paso para que, tiempo después, los humanos desarrollaran medios
mecánicos para volar...
La paráfrasis a Nietzsche no es casual: la izquierda ha muerto. ¡Y bien
muerta se quede! La izquierda partidista, socialdemócrata, catch all,
prudente, neoliberal una vez en el gobierno, ha muerto como camino para
un cambio social inclusor. Trátese este último de un "capitalismo con
rostro humano", una vía parlamentarista al socialismo, o cualquier
variante del progresismo tecnocrático. La confianza en el partido de
izquierda y su cuasi-monopolio de la acción política de izquierda ha
muerto. Y ha muerto en Uruguay, en toda Latinoamérica, en Europa, en
todo el mundo. La historia muestra una y otra vez, en distintos
contextos, con distintas variantes, que una élite de técnicos
universitarios que se hace del control del gobierno con arengas
socialdemócratas o incluso revolucionarias, en nombre del pueblo, para
mantenerse en el "poder" deben ejecutar las operaciones necesarias:
acordar la mantención de privilegios de la burguesía, aquietar a los
sindicatos y movimientos sociales, consolidar la paz injusta y el
comercio asimétrico con las potencias dominantes del escenario mundial,
por citar algunas. Se trata de una necesidad sistémica. La posibilidad
de gobernar efectivamente "hacia la izquierda" sólo puede darse en base a
la movilización popular permanente, de los distintos colectivos y
personas cuyos intereses y deseos, cuya vida es afectada, mutilada por
el capitalismo; de manera que el costo de la traición sea la pérdida del
control del gobierno.
Asistimos en el presente a una desmovilización de facto de las fuerzas
sindicales y de los movimientos sociales. Esto se debe, entre otros
factores, a la pertenencia de sus élites e incluso de su base militante
al partido de gobierno, lo cual conlleva una identificación que afecta
emocionalmente la capacidad crítica, limitando la posibilidad de
percibir que el rey está desnudo. También se debe a la confusión propia
de la decepción, que moviliza mecanismos de defensa, que incluyen
contorsiones conceptuales que intentan integrar dentro del "pensamiento
de izquierda" posicionamientos políticos antitéticos con este: véase si
no, la defensa militante del TLC con EE.UU., de la instalación de
plantas procesadoras de celulosa (devastadoras para el medio ambiente),
etc. Y se debe también a ciertas señales y medidas gubernamentales que
tienden a proteger las "libertades sindicales", es decir, aportar
seguridad laboral a los dirigentes sindicales; medidas que a un tiempo
que legitiman saludablemente la acción sindical, cierran el trato de
pasividad central sindical-gobierno de izquierda. Agréguese que el
"salario social", subvención misérrima para las familias bajo la línea
del hambre, moviliza evidentes simpatías pro-gubernamentales entre los
sectores más desfavorecidos por el neoliberalismo, pues objetivamente
los coloca en una situación más favorable que en períodos anteriores.
Súmese finalmente, la pasividad complaciente de muchos intelectuales de
izquierda, que no quieren ver peligrar su status quo profesional, su
inserción en programas gubernamentales, su posición en la universidad
pública.
La muerte de la izquierda partidista como vehículo del cambio social
significativamente orientado hacia los intereses de las mayorías siempre
postergadas puede dar lugar a distintos escenarios. Aquí entramos en un
terreno hipotético, la consolidación de cuyas variantes depende de
múltiples factores. El escenario más probable, que se ha hecho realidad
en países como España, Chile o Brasil, por citar algunos ejemplos, está
compuesto por un desgaje de la izquierda más "radical", es decir, la
izquierda partidaria que no esté dispuesta a claudicar de sus principios
socialistas, y la colocación de la población en una situación de rehén
electoral entre un péndulo que va de la derecha neoliberal clásica a la
izquierda progresista neoliberal (permítaseme ese oxímoron). El votante
"de izquierdas" será atrapado en la disyuntiva de votar a la izquierda
"radical", de modo más acorde a sus principios anti-neoliberales y
anti-imperialistas, favoreciendo la posibilidad matemática del triunfo
de la derecha, o votar a una izquierda que sigue siéndolo pero sólo de
nombre. Es decir: izquierda neoliberal o derecha neoliberal. Ese
escenario "pesimista" no podrá ser modificado por los pequeños partidos
de la izquierda no gubernamental, al menos si continúan exclusivamente
con un discurso marxista ortodoxo, que no puede dar sentido a la nueva
situación de la izquierda en el poder, de los conflictos ambientales
(que no sólo se explican por la lógica del imperialismo como fase
expansiva del capitalismo, lamento decir, sino por lógicas de
territorialización del poder, que en todo caso pueden ser mejor
comprendidas desde los discursos ambientalistas de raigambre ácrata,
pos-estructuralista e incluso posmodernista), y unas prácticas
militantes que, más allá de las mejores intenciones, han conducido
muchas veces a la instauración de pequeñas dictaduras locales de
sentido, a la pérdida de diversidad interna y consiguientemente a la
incapacidad de adaptación a las situaciones nuevas.
Las posibilidades de resistencia podrán ser múltiples, diversas, a
partir incluso de intereses particulares, que podrán articularse ya no
en un Programa de sentido dictatorial y traicionable, sino
potencialmente a partir de las coincidencias en el terreno, en la
práctica. Prácticas de resistencia e incluso revolucionarias,
principalmente en torno a objetivos materiales, concretos, cercanos,
visibles; prácticas que combatan al poder en su totalidad pero también
en su capilaridad, allí donde se ejerce, allí donde consagra la derrota
permanente de las clases dominadas, allí donde ahoga espacios vitales,
mercantilizándolos, enajenándolos. Prácticas que renuncien a la
postergación eclesiástica del paraíso hacia el infinito, es decir, que
propongan y propugnen soluciones ya, en el presente; porque la
postergación mencionada es precisamente la que dota de legitimidad a
todas las castas sacerdotales. Prácticas que requieren de una dotación
de sentido teórico, pero no para ordenarlas y encarrilarlas tras algún
pensador iluminado o algún partido vanguardista, sino para servirles de
herramienta para perfeccionar su efectividad en la acción. Esto no
excluye la posibilidad de que nuevos o reformulados partidos de
izquierda se inserten en ese proceso de resistencia, pero sí que se
arroguen la representación de las personas. Porque enajenar la soberanía
es el primer paso hacia la derrota. La izquierda en el poder puede
pretender que ha terminado con la lucha de clases, como si esta fuera
una decisión voluntaria, pero la lucha de clases es un proceso histórico
inapelable, por la generación de intereses contrapuestos. Ahora se
trata de abandonar el duelo por la muerte de una izquierda partidista,
interpretar la nueva situación y actuar en ella. La muerte es
imprescindible para la vida, traza los límites de esta, y si asumida, le
provee herramientas para sentirla y atribuirle sentido. Quizá se
acerque la hora de un nacimiento, o de muchos.
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