miércoles, 1 de julio de 2009

Existiremos (por Fernando Gutierrez)

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Mientras que el orbe no consolide y consagre la universalidad de lo humano y puesto que el cosmopolitismo no es más deseable que la valoración de lo local y hasta de lo individual, el pensamiento debe radicar en la nación como radica una flor en la tierra que la nutre. No es contradecir la universalidad del pensamiento y de lo humano apelar a la pertenencia y a la identidad nacional sino, por el contrario, el complemento necesario de aquella, pues no hay multiplicidad universal sin identidades que realicen su diferencia. Pretender una universalidad sin el juego de lo particular es pretender el imperialismo de una sola manera de pensar y de existir. Se afirma pues doblemente el valor de lo nacional por ser raíz necesaria del pensamiento identitario y por ser, al mismo tiempo, garantía diferenciadora contra la emergencia de todo imperialismo de las ideas o de las acciones. Esto lo entendió incluso el viejo imperio romano que no impedía con su injerencia las identidades de las naciones que caían en su esfera de acción, sino que las respetaba, y esta fue esencialmente la causa de su larga permanencia. No será más honesto ni mejor el pensador, el intelectual, que aduciendo el universalismo pretenda con esto negar sus raíces y su pertenencia sino que, por el contrario, con esto renegará de lo que lo hace ser un pensador originario, es decir, justamente provisto de una pertenencia y unas raíces. El nacionalismo entendido en este sentido, en este buen sentido y no en el sentido de una afirmación exclusivista, hace del pensador un radical fortalecedor de su propia identidad por el fortalecimiento de su propia nación. Y aquí surge una cuestión esencial: la necesidad de reconocer que no se engrandece una nación solo por la defensa de su soberanía sino principalmente por las alturas de su cultura y su pensamiento. Si se pretende grandeza nacional no puede dejar de pretenderse por ello mismo el desarrollo fructífero de la filosofía y de la investigación científica. Si una nación se limita a guardar su mera soberanía y vive sumergida en un ánimo imitativo de pensamientos e investigaciones ajenas, externas, no solo no alcanza ninguna grandeza sino que se va empequeñeciendo de más en más.Está es mi nación: La República Oriental del Uruguay. A esta nación pertenezco y pertenezco con orgullo pero también con pena porque aquel nacionalismo del que hablo se ausenta, se tarda, se olvida. Henos aquí a los uruguayos atentos por momentos a guardar nuestra soberanía pero muy poco atentos a acuñar, vitalizar, impulsar la filosofía y la investigación científica de carácter nacional y para la grandeza de nuestra nación. ¿Será que viéndonos limitados cuantitativamente creemos con ello estar reducidos a perpetuidad a una pequeñez cualitativa? Si acaso en nuestra intuición pesa esta conclusión ella es falsa por demás y la prueba más sencilla que puede esgrimirse es el hecho de que las grandes naciones del pasado no eran, de seguro, más populosas ni más poderosas económicamente que lo que hoy es la nuestra, teniendo en cuenta el paso del tiempo. Hay una intención que falta, hay unos miramientos constantes de aquí para allá que no permiten elevar las miras. Y hay una persistencia en imitar y servirse de ejemplos foráneos cuando ya desde hace mucho nos ha llegado la hora de construir con fuerte trama nuestro originario modo de pensar y de existir elevándonos sobre nosotros mismos para participar dignamente en el concierto de las naciones. Reniego de la chatura mental que anega esta tierra, de la desidia con que sus pensadores, filósofos, científicos son olvidados o exiliados, de la presteza de sus generaciones para sucumbir a la esterilidad de la mente o servir a metas foráneas.Se podrá esgrimir frente a todo lo anterior que no existe tal nación en ninguna parte y que se trata solo de una conceptualización sin fundamento...con lo cual de paso se estaría diciendo que sin fundamento ha sido la muerte de muchos que creían estar defendiendo la soberanía de su nación...pero recordemos aquí estas palabras de Rodó, extraídas de "Los motivos de Proteo": "Cuanto se dice de la unidad consciente que llamamos personalidad en cada uno de nosotros, ¿no puede extenderse, sin esencial diferencia, al genio de un pueblo...?" Entiendo que si bien la individualidad de un pueblo, su alma nacional, es de una entidad más difusa y menos estructurada que la de un individuo orgánico, no debe concluirse por ello que no existe o que es solo una vaguedad conceptual. Una historia compartida, unas costumbres conformando su idiosincrasia, una manera de estar situado en el mundo, una manera de comunicarse, de expresarse, todo esto se aglutina y confabula para constituir el alma nacional pero por sobre todo la nación saldrá de lo difuso y se dirigirá a lo nítido si mediante la corriente de un reflexión originaria y auténtica sus generaciones se ven enlazadas por el impulso de las ideas. Así por ejemplo por más divergente que pretenda ser yo respecto de mis raíces ciertamente quedo preso como dentro de una convicción inmóvil cuando al pensar en la mejor manera de lograr la convivencia humana leo en la Constitución: "La República Oriental del Uruguay es la asociación política de todos los habitantes comprendidos dentro de su territorio. ELLA ES Y SERA POR SIEMPRE LIBRE E INDEPENDIENTE DE TODO PODER EXTRANJERO. JAMÁS SERÁ EL PATRIMONIO DE PERSONAS NI DE FAMILIA ALGUNA" Estoy más que orgulloso de vivir en una república que procura ser laica en la medida de lo posible aun cuando ello no me hace ciego para todo lo defectuoso e insatisfactorio de nuestras vidas. Pero ningún republicanismo es suficiente para evitar que un pueblo como el mío se entregue al transcurrir del tiempo sin disposición alguna para lograr algo más que una esporádica presencia de pensadores, artistas, científicos, intelectuales, filósofos que viven aislados unos de otros o en fuga transfronteriza, o esperando oscuras publicaciones de sus ideas, sin conocer efervescencia alguna de la cultura nacional. Y para colmar el vaso amargo se puede ver en la cátedra diaria de sus instituciones y en los medios de difusión una inopia vergonzosa acerca de todo lo nuestro, incluyendo un extranjerismo obsecuente, una postura intelectual de caballo al que se le han puesto las anteojeras para que mire siempre al norte o una chatura amarillista que repugna. Se formulan y se reformulan los programas de enseñanza secundaria de la filosofía, por tomar un ejemplo, y ni al formular ni al reformular se incluye propositivamente un solo autor filosófico uruguayo más que para colmar un cierto prurito de la conciencia. Nada de lo nuestro es valorado justamente en materia de pensamiento, todo es lanzado rapidamente al olvido con unos resultados más certeros que la quema de libros. Y sin sentir ni un poco de vergüenza. De este modo las nuevas generaciones son reducidas a la impotencia porque todo lo que hay en ellas de efervescencia, de deseos de innovar y acrecentar lo que nos es propio se ve enlodado despreciativamente por la tarea insidiosa de decenas de seres autóctonos que tienden alfombras rojas al primer académico extranjero que se aparece por estos lares. ¿No han aprendido todavía estos señores xenofílicos que lo que contienen los cráneos en todas partes es una dosis pareja de cerebro y que la única grandeza posible es la de usarla? ¿No han entendido que la distancia no hace más grande a los intelectuales sino solo más distantes? No habremos de renegar de nuestras lecturas foráneas por el hecho de tratar de consolidar lecturas propias, publicaciones nuestras, ideas que nos pertenezcan por entero, pues el nacionalismo no implica la xenofobia sino el requerimiento de imposición interna del propio organismo sobre lo que el organismo deglute. Y si es necesario y las ideas que nos advienen no corresponden a nuestro metabolismo mental entonces no deberíamos tener miramientos en realizar su deposición. Es nula la ambición nacional si nos resignamos a ser pequeños eruditos colonizados, sin atisbos de arriesgar creatividad más allá de la espontaneidad que caracteriza al imitador inconsciente y adulador consciente, deseosos de haber nacido franceses y usar lociones exóticas o americanos del norte y usar after shave del más caro. Lo más lamentable del caso es que la colonización mental que así sufrimos es punta de lanza para ulteriores colonizaciones incluyendo la implantación de dictaduras, revoluciones o recomendaciones de acreedores bancarios y habilita a que nuestra soberanía quede en entredicho. Cuando no se piensa resulta muy difícil conservar la dignidad porque si alguna dignidad nos es dada de modo perdurable esa dignidad nos viene del pensamiento propio. Prueba de indignidad es esa costumbre de ciertos intelectuales de entregarse por entero a realizar comentarios y meta comentarios acerca de lo que otros dicen, acerca de lo que otros consignan originariamente, y no esta nada mal realizar tales comentarios pero si solo se comenta ya no se puede distinguir muy bien entre el comentario y la más vulgar zalamería. Mientras así se comenta hasta la última nota del último señor de apellido difícil de pronunciar contadas son las ediciones de obras de autores uruguayos y aun las que se editan suelen carecer de público por lo mismo que el desinterés las empuja al olvido. Tal vez los zalameros acabarían con sus zalamerías si adquirieran la conciencia de que son despreciados por sus tutores, tutores que ven en ellos unos pobres minusválidos mentales que sudan y se desviven por adular, por humillarse ante la magnificencia de lo admirado, intelectuales de cuarta sin el menor prestigio intelectual en el orbe, a no ser como algo anecdótico, exótico o accesorio. Y la zalamería puede llegar tan lejos que si un espíritu de excelente fibra como el de Pedro Figari escribe en su país una obra titulada "Arte, estética e ideal" pasa desapercibida pero si retorna a ese mismo país en una edición francesa con el titulo en francés entonces tal vez merezca la atención del paisanaje.Se preguntará aquí, después de todo, cómo es que la reflexión, el pensamiento, puede obrar a favor de la grandeza de una nación y la respuesta la dio en su momento, a oídos sordos todavía, Emilio Oribe, en su obra "El mito y el logos": "El paraíso de la acción es estéril, porque presume el aniquilamiento mutuo de las fuerzas, tiende al desorden y, en último término, en caso contrario, por una especie de entropía, conducirá a un equilibrio indiferente. El pensamiento crea de sí mismo su cambio, jerarquiza siempre, es decir, establece cualidades más selectas cada vez; renueva, purifica y aclara... Pensar es ser, actuar es seguir no siendo, pero con la creencia de ser." En su momento Oribe comprendió que su aserto no se adecuaba a los oídos de sus connacionales y entendió por ello perfectamente el que se le acusara de vivir apartado de la realidad...de modo que se resignó a no ser comprendido al respecto. Oribe no era un hombre que daba las espaldas a su país sino todo lo contrario pues el entendía que el pensamiento logra sus frutos cuando se pone en contacto con los entes reales. Decía Oribe: "La vitalidad necesaria para que la idea pueda ser fecunda y convertirse en logro y no permanecer en promesa, depende precisamente de ese contacto con los entes reales, y de ese referirse a hechos concretos, de la época y del pais." Oribe veía con tristeza la aridez mental por la que se encontraba rodeado pero mantenía en su soledad pensante el fulgor de una lejana esperanza. Así decía: "Mi visión de la realidad parcializada a la tierra nacional es ferozmente pesimista. Con un contrasentido histórico y geográfico a las espaldas, con tierras insignificantes, y con el hedonismo de lo gregario y cuantitativo, solo puede salvarse una colectividad como la nuestra atándose fuertemente a un pensamiento gigante. No hay otro laberinto, de lo contrario, el curioso filósofo de un futuro de cientos de años, que logre encontrar la fisonomía simbólica de nuestra realidad nacional, sólo va a formular un trasunto de ella que no se alejará mucho de concebirla como una larva caduca, un ser que cae en la inexistencia por ineptitud de pensamiento y que renuncia a vivir por no haber sido capaz de nutrir en su seno una sola idea."Con una sola idea las almas pueden hacer frente incluso a la destrucción...con una sola idea. Tenemos la grandeza, por ejemplo, de ser una república, y en lugar de embanderarnos con el valor de lo que hemos heredado vivimos a la sombra de nuestra Constitución como si ella solo fuera un poco de papel sin sustancia. Si así de vacuos podemos ser respecto de algo que nos engrandece y nos hace parte digna de la historia difícilmente procuraremos encontrar el camino del pensamiento propio, del pensamiento soberano. Recordemos aquí unas palabras de Leandro Gómez: "La lucha duró de sol a sol y toda la parte exterior de nuestras trincheras quedó cubierta de cadáveres de traidores y de esclavos del Imperio, mientras que la sangre generosa de los defensores de la independencia nacional regó nuestras calles y salpicó la frente de nosotros que aún vivimos para vengarlos y para llevar la muerte y el exterminio ya sea a ese imbécil imperio brasileño, ya sea a los traidores adonde quiera que se encuentren...El cielo os bendiga, porque tal vez sobre las ruinas de Paysandú debido a nuestra resolución de morir por la patria habéis salvado la república". Así Leandro Gómez hacia valiosa su acción, por mas excesiva que fuera: porque ella encarnaba una idea que la llenaba de valor. Así es como es posible entender estas palabras de Emilio Oribe: "Pensar es algo muy distinto de vivir. Hay ahí diferencias sustanciales de un radicalismo insalvable. Es indiferente que vivas, ¿Qué más da? En cambio, es importantísimo que pienses. Vivir no es necesario; PENSAR ES NECESARIO.José Enrique Rodó comprendió tanto como Emilio Oribe la importancia del pensamiento en la forja del ser propio, de la vida auténtica. Con un americanismo que excede la inquietud por lo nacional pero que la complementa y amplifica, escribió en su “Ariel” lo siguiente: “¿No la veréis vosotros, la América que nosotros soñamos, hospitalaria para las cosas del espíritu y no tan solo para las muchedumbres que se amparen a ella; serena y firme a pesar de sus entusiasmos generosos...?” Rodó comprendió que el pensamiento, la serenidad y firmeza del alma pensante, debe florecer para que nuestra vida de uruguayos y latinoamericanos alcance la trascendencia en la construcción de un destino único más allá de los efímeros despliegues de energía y mucho más allá del ánimo imitativo y genuflexo frente a realidades ajenas. La acción del pensamiento, la acción pensante, exige la confianza en la propia inteligencia así como la confianza en el porvenir, un optimismo austero que se niega a las facilidades del presente y se entrega a la árida tarea de construir donde aún resta todo por hacerse. No hay grandeza alguna en ir a regodearse donde brilla el espíritu de una tierra que no es nuestra, solo hay una descansada renuncia a ser por sí mismo, originariamente, enraizando en lo que nos identifica. En 1960, sintiendo que esto es así sin remedio, Carlos Quijano escribió desde París: “Nuestro deber ser está allá, en nuestra América, caótica, hostil, esclavizada, ignorante de su destino, atiborrada de acechanzas.” Y luego, al pensar en su lejano Uruguay: “Todo igual, siempre igual, abrumadoramente igual y pequeño...No es una crisis, es algo peor que una crisis, un estado de sonambulismo inconsciente, la convicción puramente instintiva de que nada cambiará y nada puede cambiar. El Uruguay, hoy, es el desván o el refugio de los lugares comunes. Todo él, un inmenso lugar común, a veces sonoro, pero siempre vacío,” Sin embargo, en la misma nota, publicada en Marcha, dictamina Quijano, pese a todo, “ que la vida continúa y debe continuar y cuánto queda hecho y el lote magro o corto, abundante o dilatado, que aún falta por recoger, no será en vano. Todo queda por hacer y se hará: nuestra tierra iniciará algún día su redención.” En otra nota, esta vez del año 1961, Quijano reniega como Oribe y Rodó, del ánimo imitativo: “Como es más difícil encontrarse y definirse que copiar, tanto más si por la copia se paga, los hombres pequeñitos y falibles y cómodos y conformistas que hemos sido y áun somos nos hemos dado por satisfechos y cumplidos cuando copiamos con delectación.” Para encontrarse y definirse, como sugiere Quijano, ciertamente hay que pensar en solitario, ir al encuentro de lo que somos y podemos ser. Para ello, además, no basta con comprender lo que nos falta. Al respecto decía Washington Lockhart: “Si, es cierto: es indispensable adquirir conciencia de nuestra inopia, pero no para buscar una curación colgándonos al cuello la piedrita alcanforada de una cultura extraña, sino para cultivar con más esmero y con más amor nuestras indigencias. Muchas admiraciones incondicionales de productos foráneos más o menos indigeribles nacen de un desapego por lo nuestro que, cuando no es desamor, es simplemente impotencia consentida.” Lockhart propuso tambíen la necesidad oribiana de pensamiento sugiriendo el universalismo espiritual frente al espantoso azar, frente a la agitación indiferente de las homeomerías. Así decía: “Recuperar la unidad del hombre y del mundo, del espíritu y de la naturaleza, hacer resurgir del estatuto vigente una veracidad vital que nos permita a nosotros, productos del azar, reabsorber ese azar, incorporarle un sentido, volverlo adecuado a nuestra acción, he ahí el único destino del cual hoy vale la pena hablar.”Consideremos aquí unas pocas palabras más de Oribe, que nos convoca desde su casi olvido a conservar el hálito de su esperanza: "Nuestra debilidad material es indefendible. Pero restan otras maneras de ser. El pensamiento, el saber, el heroísmo de la razón, la sabiduría de las leyes, el esplendor de las artes...Esos vagos y concretos dominios deberán ser nuestras únicas realidades...No obtener la realización de aquellas ideas equivale a persistir en la dicha presente y engañarnos en cada sol que nace con la ceniza entre los dedos. ¿Persistiremos en no pensar con sinceridad en nuestra insignificancia, y seguiremos ignorantes y medulares, felices en una termitera de las más mediocres, y sin redención posible? Es indudable que esto es muy amargo, pero siempre es posible proseguir no existiendo. Existiremos cuando alcancemos la autenticidad de los más duraderos: el pensamiento, el pensamiento y el pensamiento."

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No es casual que cite muy especialmente a Emilio Oribe con motivo de este reclamo que me ha surgido en el dolor de lo que se me revela como inconcreto. Porque Emilio Oribe ha sido relegado al desván del olvido con toda su grandeza filosófica y poética y hasta ha sido acusado, a causa de su espiritualismo, de vivir despegado y sin compromiso con la realidad humana y la realidad nacional. El pago que ha recibido por su magnífica obra ha sido tan absurdamente irrisorio, tan magro en su mediocridad que no me queda más que sentirme obligado a combatir con algunas palabras esta muralla de silencio que encubre su memoria. Por lo ya citado podrá entenderse que no es cierto, de ningún modo, que Emilio Oribe haya vivido de espaldas al mundo concreto, a las concretas relaciones humanas. No solo no es cierto sino que él mismo ha entrevisto con claridad que el compromiso de un intelectual con la historia, con el presente, es impostergable. Asi, por ejemplo, en “El mito y el logos” escribió: “Los intelectuales que asisten a atentados y dictaduras y miran fuera del cuadro, ni por razones estéticas se salvarán; y es porque en América deben estar en primer término por ser lo más necesario, los seres inteligentes...El Nous siempre es sinónimo de Libertad.”. En otro párrafo dice: “Los hechos imponen que los intelectuales se definan frente a las dictaduras. Representando estas últimas servidumbre, barbarie y despotismo no deberá dudarse. El dictador sudamericano es un inculto o un impulsivo. De todos modos siempre es innecesario. Si el intelectual no repudia a ese ser fronterizo de la bestialidad, ciego tributario de las tinieblas, perdido quedará en el tiempo.” En estas palabras suyas se refleja no solo su compromiso con la tarea del pensamiento sino también su compromiso histórico. Compromiso histórico que se vio plasmado, asimismo en su rechazo de la dictadura de Terra y en la profunda conmoción que le causara el suicidio de Baltasar Brum, al que le dedico su “Cántico por la muerte de Baltasar Brum” donde exclama:

"Ved cómo a Brum enterramos:
pueblo, estudiantes y obreros
con los otoñales ramos
e igual que antiguos guerreros,
en los hombros lo llevamos"

Nunca creyó Oribe que el pensamiento podia existir desapegado de la realidad concreta, ni se consideró a si mismo un idealista por contraposición absoluta con el materialismo reinante. Tampoco es cierto, como lo afirman algunos comentaristas superficiales que por aquí o allí aparecen, que Oribe se desentendió de los problemas sociales. En “El mito y el logos” afirma que “...se debe estudiar y solucionar el espectáculo deprimente que trasunta el vivir de las masas más necesitadas. Hay que articular esos seres humanos con la naturaleza y hay que hacerlos entrar en el engranaje racional del trabajo y la cultura. SIN ESTE MÍNIMO NO TENDREMOS HOMBRE, NI HOMBRES. ES IMPOSIBLE SEGUIR ADELANTE SIN ATENDER Y CORREGIR LA VIGENCIA OBJETIVA DE LA MISERIA HUMANA.” No es entenderlo sino tratar de denostarlo leer a Emilio Oribe creyendo estar ante un hombre que se enajena a si mismo de lo humano. Cuando afirma rotundo: “La moral del intelectual consiste en ser fiel a la Inteligencia y nada más” lo que afirma intrínsecamente es una concomitante fidelidad a esa chispa de reflexión que constituye la dignidad humana y por lo tanto una honda preocupación por esa dignidad, incluyendo la dignidad de su querida América y su querido Uruguay. Lo que más apreció, la poesía, eso mismo lo apreció diciendo: “Aspiro a revelar en algunos de mis poemas, una América profunda, más allá de la anécdota y de lo pintoresco.”No ha sido él quien ha despreciado la acción y la relación del pensamiento con la acción sino que han sido otros los que han despreciado el pensamiento, creyendo poder basar la historia en el despliegue de la fuerza y la fatalidad de una convocatoria doctrinaria, creyendo poder situar al pensamiento como una mera excrescencia de la materia y a la realidad espiritual como un subproducto de la ciega sucesión de los acontecimientos. El conocía este desprecio característico de todos los realismos políticos del momento, incluyendo el realismo nazi y por eso escribió: “El pensamiento enemigo de la acción. Tal es la actitud que se levanta enérgicamente; de ahí a combatir el primero y exaltar la segunda no hay más que un paso. El impulso mental más fácil y pueril que existe es precisamente exaltar el valor de la acción. Lo más difícil es defender el pensamiento, no en teoría, sino en realidad.” Por su espiritualismo erróneamente confundido con un idealismo que no detentaba, fue incluso confundido con un vulgar extremista de derecha, ante lo cual respondió: “El cretinismo extremista derechista es medular también, no tiene derecho a invocar la jerarquía de lo espiritual del Nous. Enseguida, frente a equívocos así, me doy cuenta de que se habla tangencialmente.” Un solitario que asi desdeñaba los falsos extremos entre los que se movía falsamente el panorama político de su época, debía ser considerado un paria del pensamiento y condenado a serlo de hecho, a pesar de la honradez y humildad de su intelecto.Hyalmar Blixen, alumno suyo alguna vez, lo describe asi en su tarea docente: “Muy presente tengo el recuerdo de Emilio Oribe, mi profesor de filosofía en la Sección Preparatorios, correspondiente a lo que ahora se conoce como 5º y 6º años. Daba entonces sus clases en el segundo salón del Instituto Vázquez Acevedo, puntualmente a las ocho de la mañana, en una sala repleta de estudiantes que lo escuchaban con total atención. Su habla era pausada, su voz algo baja, su expresión, soñadora y melancólica. Aunque casi nunca sonreía, revelaba su rostro evidente benevolencia. No siempre miraba a la clase; a veces, como dicen que lo hacía también Rodó, posaba sus ojos en la pared, quizá en un deseo de no distraer su atención y concentrarla en la profunda luz difícil de sus pensamientos, siempre de un nivel muy alto. Se le respetaba profundamente por su sabiduría y también por su comprensión humana.” El mismo Blixen, en contraste con esta escena nos revela el final de un filósofo que perteneció a una nación que aún no ha comprendido donde estriba la auténtica soberanía nacional, que aun no ha comprendido el valor de pensar originaria y auténticamente. Dice Blixen: “Desde luego, la obra de Oribe es amplia y rica aunque a veces difícil y profunda. El final de su vida fue triste en verdad, pues murió en la mayor pobreza, en un hospital público. Siempre me quedó grabado eso ¿cómo tal injusticia, con un talento como el de Emilio Oribe? ¿No encontró una mano amiga que lo ayudara? Como amigo que era de Sabat Ercasty, a veces, en los últimos años le pedía unos pesos. Tremendo para mí todo eso, porque Oribe era un valor de los realmente auténticos.” Si, Emilio Oribe murió de cáncer, pobre y olvidado, en un hospital público como mueren tantos dignos uruguayos y esto en realidad lo enaltece, porque significa ni más ni menos que nunca dejó de ser fiel a la causa de la mas plena autenticidad. El aprecio de sus amigos y alumnos no ha sido suficiente, sin embargo, cuando ha existido, para contrarrestar la cuasi natural tendencia que aquí prolifera a olvidar, relegar, lanzar al rincón de las cosas muertas, todo lo nuestro, toda la obra de un pensador que se exigió a si mismo lo mejor. La incomprensión triunfó sobre la comprensión, cuando no la mas burda indiferencia, y asi tenemos a Carlos Real de Azúa comentándolo superficialmente y diciendo de él que es “...fundamentalmente: un platónico, para el cual la realidad y la historia ya constituyen una caída y América y el mundo extraeuropeo una caida mas irremisible que el resto.” Afirmación totalmente ridícula si la contrarrestamos con esta otra de Oribe: “Como integrante de un país, mi valoración global depende de lo que ese país haya sido o sea en la historia. Su ciencia, sus guerras, su sabiduría, su arte, su fuerza, su riqueza, repercuten en mí. Soy un microcosmos de todo eso. SOY RESPONSABLE Y USUFRUCTUARIO DE LO QUE ESE PAIS SEA COMO CIUDADANO.” Afirmación de Real de Azúa que sugiere un supuesto europeismo de Oribe que el propio filósofo denuncia así: “Nuestra mentalidad infantil refleja los problemas de fondo, rechazándolos, y se incorpora, por imitación, lo más facil de imitar: las muecas. Nuestra manera de resolver los problemas de hoy y del destino, por ahora, es una repetición servil de muecas provenientes del medio social y político europeo.” En fin, haciendo caso omiso de los que pretenden lanzarte al olvido o imaginarte de espaldas a mi vida y mi saludo devoto, te digo Emilio Oribe: Adiós, adiós, solitario, por siempre de nuevo contigo seremos una nación, contigo por siempre aunque desde tu conciencia sola veas con ojos de ausencia el desparramo de las agitaciones humanas y te digas a ti mismo: “Cada vez me considero más solo, con mi poesía desarraigada de la patria de las cosas y de los seres. La seguridad de que una rama de la poesía infinita proyecta su sombra sobre el papel en que escribo contrasta visiblemente...con la constatación indudable de que se me ignora, se me elude, se me quiere alejar de mi real imperio. Por fin, dudo de éste, y concluyo por verlo nada más que como un sofisma realzado por mi ensueño.”

1 comentario:

  1. Estimado Fernando: ¿por qué borraron comentarios míos respecto a la comprobación científica de la homeopatía?

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