sábado, 11 de julio de 2009

El cadáver de Dios

EL CADÁVER DE DIOS
1
Las palabras con que podemos hablar sobre el infinito, la palabra
para nombrarlo, son instancias finitas, nacen y mueren en nuestra
voz o en nuestra mente. De modo que al lanzarlas tras este concepto
encontramos de inmediato la restricción a su acceso: somos finitos,
nuestras palabras empiezan y terminan, nuestra voz será acallada
tarde o temprano y entonces la voz del infinito tendrá la palabra en
lugar de nosotros. El concepto de infinito tiene pues como esencial
característica el hecho de que nos alude indirectamente cuando lo
aludimos directamente, esto es, si nos referimos a él hacemos
autorreferencia, pero mientras que nuestra referencia es franca la
autorreferencia con que el nos devuelve sobre nosotros es solapada,
sutil...el infinito pues nos autorrefiere como lo haría un persuasor
oculto que nos quiere corromper el alma, como un Sujeto absoluto de
nuestra subjetividad. ¿Y qué nos dice cuando lo decimos? Nos dice
que somos finitos pero no solo eso, nos dice que hemos dado un paso
fuera de nuestra finitud al pensar justamente en él, el Infinito.
Así pues, pensarlo es desde el inicio un trascender, un ir más allá
de la finitud que somos y que se nos revela con claridad cuando lo
pensamos, por contraste. Trascender que solo tiene, en principio, el
vacuo procedimiento de la palabra, pero que por la palabra se vuelve
un trascender del pensamiento, que por el pensamiento se vuelve un
trascender del alma y por lo tanto de todo nuestro ser. Decir y
pensar el infinito es entonces, de un modo inmediato, salirse de si,
realizar un gesto de extrañamiento respecto de nuestra finitud
esencial y por lo tanto salirnos de nuestra esencia. El Infinito es
un extraño que nos convoca cuando lo convocamos, un extraño que nos
tienta a ir más allá, a salirnos de la órbita de nuestra potencia y
de nuestra conciencia. ¿En qué nos corrompe? Si lo pensamos bien,
todos los seres anteriores al ser humano se encontraban conformes
con su finitud, eran la finitud que vivían y vivían la finitud sin
que esto les pesara ni con el peso de una pluma ni con el peso de
una lágrima. Todos los seres vivos, y así también los entes inertes,
existen sin realizar ningún gesto de trascendencia, sin siquiera
atisbar a ir más allá de si mismos saliéndose fuera de sí ,
rebasando los límites de su propia existencia. Esto parece justo,
sensato, pues evidentemente lo finito no puede hacerse infinito y su
volcadura hacia lo infinito no puede ser más que su destrucción,
pues lo finito solo puede confundirse con lo infinito cuando lo
infinito lo absorbe. Nos corrompe, entonces el Infinito, cuando
tienta a nuestra alma con secreta autorreferencia a salirse fuera de
si procurando una infinitud que sueña posible por el alarde de haber
pronunciado y pensado la palabra, pero que solo le puede ser abierta
como abismo absorbente. El Infinito nos tienta a tratar de ser por
completo más allá de lo que somos y esto solo puede ser la
destrucción y el triunfo del Infinito sobre nuestra finitud, a la
que finalmente absorberá y anulará. Nos corrompe como un tentador
actuando desde dentro de nuestro propio pensamiento, ofreciéndonos
el absoluto que porta, la infinita riqueza, el infinito
poderío,...apela pues a nuestra vanidad, a la grandiosidad con que
nos queremos ensalzar...ser infinitos, no tener limites, tener todo
el poder, toda la riqueza, que se cumplan todos nuestros deseos, ser
inmortales, no envejecer, no tropezar, saberlo todo, tener el
control absoluto de los acontecimientos,...y si nuestra vanidad
florece con la tentación del Infinito entonces hemos sido
corrompidos y luego ya solo nos queda salirnos fuera de nosotros
mismos, justamente, entusiasmarnos, enloquecernos, y al intentar
sobrepasar los limites en que nos encontramos, nuestra finitud
esencial, destruir y autodestruirnos, hundirnos por obra y arte del
corruptor, del Infinito.
2
¿Cómo hemos llegado a pensar el Infinito? Hemos llegado por medio
del dolor o de la carencia o de la insatisfacción pues solo el
carente, el dolorido, el insatisfecho puede encontrarse fácilmente
inconforme con su finitud, con su ser limitado. Es el inconforme, es
decir, el que se resiente de su propia manera de existir, y se
resiente de ella incluso en lo esencial, en el hecho de existir
determinadamente, esto es, de estar determinado, limitado, el que
primero emocionalmente, luego imaginativamente y al final
conceptualmente querrá la absoluta conformidad, soñará con paraísos
para su voluntad y dirá la palabra infinito. Esto dirá: -No quiero
esta finitud que soy, QUIERO SER INFINITO. El Infinito entonces es
ya la autorreferencia cuando lo nombramos y no la tiene como una
mera consecuencia. El Infinito es una negación que nosotros hemos
hecho, una AUTONEGACIÓN DE NUESTRO SER. Así pues el Infinito somos
nosotros mismos al pensarnos negativamente, en un sueño de
omnipotencia, a causa de nuestra sentida impotencia. ¿Quién es el
corruptor? El corruptor es el corrupto y el tentador es el tentado.
Nosotros, seres finitos, que bebemos insatisfacción, muerte y
limitación en cada instancia de nuestra existencia, somos los que
proclamamos el Infinito sobre nuestras propias cabezas y nos
apelamos y pensamos como seres finitos desde la infinitud que
pretendemos ser. Pensar el Infinito es, en principio, pensarse
negativamente, ser el Sujeto de la propia tentación y corrupción del
pensamiento. Así pues, la palabra Infinito expresa nuestra capacidad
de autonegación, y exhibe la vanidad con que solemos afrontar una
existencia que no se nos ofrece tal y como quisiéramos que fuera.
3
Esta claro a pesar de todo que aún cuando no debamos aspirar al
Infinito por ser esta una manera vanidosa de aspirar a la
destrucción, destrucción como indeterminación, como desgarramiento
de los limites, aún así esta claro que debemos ser un poco
vanidosos, solo un poco, en la medida en que somos seres que pueden
pensar el Infinito, o mejor, que pueden pensar, y en el pensar tener
ante sí el concepto de Infinito. Somos seres pensantes y esto quiere
decir que podemos tomarnos como objetos de nuestra propia atención,
autoobjetivándonos. Somos autoconciencias que se autoidentifican y
cuando lo hacen se conocen como existencia separada y limitada,
midiendo su propia potencia con la potencia del pensamiento. Nos
pensamos y esto significa que podemos distinguir entre lo que somos
y lo que podemos ser, y entre lo que podemos ser y lo que nos es
imposible. Ahí esta: somos seres pensantes que tienen ante si no
solo sus posibilidades sino la oportunidad de conocer sus
condiciones de posibilidad llegando a distinguir en su camino
aquello que le es imposible, aquello que le es en vano, justamente,
vanidad. De modo que pensar el Infinito es una instancia necesaria
previa para el ser pensante que somos si es que queremos ajustarnos
a esta condición de nuestro ser con claridad: somos finitos y no hay
manera de que no lo seamos. Si no hay tentación infinita, la cual
incluye una profunda meditación sobre la muerte, sobre el dolor,
sobre la miseria, si esta tentación no se produce, no veríamos las
consecuencias de nuestra nefasta aspiración al Infinito, a ser
absorbidos o a absorber en nuestro pecho el infinito, a ser caóticos
y exclamar con fúnebre voz que no somos nada o con voz exaltada que
lo somos todo...vistas estas consecuencias nefastas lo suficiente es
que podríamos desprendernos de la pretensión de infinitud y
conformarnos a nuestro ser como ser de lo posible y no de lo
imposible, conformarnos a nuestra finitud. Pero el precio a pagar
por la renuncia al Infinito parece muy grande, pues por este
expediente parece que nos resignaríamos a la precariedad, a la
carencia, al dolor, a la miseria, y que abandonaríamos toda
esperanza. El Infinito tiene esta última apariencia, la de ser
redentor, la de salvarnos de todo sufrimiento, tal es la apariencia
que el Infinito adquiere en la mas elaborada religión del Infinito,
el cristianismo...pero para necesitar esa redención, para tener que
salvarnos primero debemos sentirnos perdidos o al borde de la
perdición, primero debemos sentir nuestra finitud, fugacidad,
precariedad, como una fatalidad horrorosa. Ahí esta: el Infinito nos
redime de ser un ego cuando sentimos, con toda la emoción, que ser
un ego es vivir en un continuo sufrimiento y sacrificio, pero no
solo eso, sino no poder vivir aquí y ahora de ninguna otra manera,
estar condenado, lo cual quiere decir que la fatalidad nos domina.
El tiempo discurre para quien se obsede con el Infinito en su
trascendencia atemporal como una maquina de picar carne, con un
transcurrir monótono y sin sentido, sin alternativas ni misterios,
sin salidas ni resoluciones. Por supuesto que una temporalidad
fatal, lineal, determinista es el necesario complemento de la visión
del Infinito como redención, pues si el tiempo no fuera lineal y
fatal no podría ser vivido como una condenación. La idea de
Apocalipsis del cristianismo exige un tiempo lineal sin derivaciones
cuyo transcurso esta determinado por completo a su final
destructivo, es un tiempo para condenados y condenado a su
finiquitación. La visión apocalíptica es la mas elaborada e intensa
visión de la imposición del Infinito sobre la finitud de lo temporal
y de lo humano, pues el Apocalipsis no es otra cosa que la llegada
del Infinito en busca de las almas que han de sumirse en el, sumirse
en el en medio de una total destrucción y purificación, en medio de
la condena total del tiempo y de sus criaturas. El Infinito acude
apocalípticamente como la negación no solo del ego que ha vivido sin
fijar el pensamiento en el, sin tratar de redimirse, sino también
como la negación misma del tiempo, del devenir, de una temporalidad
auténtica.
4
Se podrá entender a esta altura que me estoy refiriendo al dios
cristiano de manera confusa y equívoca identificándolo
subrepticiamente con el Infinito pues afirmo por un lado que el
Infinito se presenta como redentor, como salvador de las almas
perdidas en la finitud, en el mundo de lo que no permanece y se
corrompe, y por el otro afirmo que el Infinito se presenta como
tentador, apelando a nuestro inconformismo con la muerte y con los
frutos de la vida. Estaría confundiendo de este modo a Cristo y a
Satanás en una misma entidad, el Infinito, cayendo en un error
evidente. Pero el error no es tal si admitimos que el cristianismo
presenta inverso el fundamento ético y que es necesario invertir su
valoración de la vida para poder comprender la confusión a que nos
arrastra.
En efecto, si nos conformamos a nuestra finitud hallando en ella
regocijo y oportunidad, gozo y alegría, abandonando nuestro renegar
y temer a la muerte, si nos pensamos finitos contra ese Infinito
exterior que nos tienta, que nos quiere abrir sobre si y lanzarse
dentro nuestro, si nos aplacamos en lugar de extender infinitamente
el sueño de nuestras pretensiones halagados en nuestra vanidad por
el Infinito, entonces ya no hay argumento que sustente la
inconformidad aquella que nos lleva ante el Dios cristiano y
comprendemos que se trata de un Dios de la desmesura, que oferta
mucho mas que vida, oferta inmortalidad y participación en la
omnipotencia, es decir, nos tienta. La tentación de la serpiente en
el Génesis judío no es la misma que en el Nuevo Testamento
cristiano, pues en el Génesis el que condena es directamente Dios y
nos condena por exceder los limites de lo permitido mientras que en
el Nuevo Testamento los que nos condenamos somos nosotros por no
aceptar la oferta divina de extralimitarnos en lugar de permanecer
adheridos a la tierra y a esta vida finita. Aquella serpiente
simbolizaba una exigencia perteneciente al pensamiento mítico, que
giraba alrededor de la finitud de la vida y el retorno cíclico de
las generaciones, esta exigencia pertenece a la exaltación
monoteísta.
Para percibir con claridad la inversión que se ha producido en el
camino leamos primero el Génesis: "Polvo eres y al polvo volverás" y
luego en el Apocalipsis: "Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de
ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni
dolor." El dios apocalíptico no es un Dios que nos exige limites y
conformidad con los frutos de esta tierra sino que nos tienta a
extralimitarnos y nos invita a la inmortalidad, la misma que el Dios
del Génesis quería impedirnos: "De modo que expulsó al hombre, y al
este del jardín del Edén apostó a los querubines y la hoja llameante
de la espada que continuamente daba vueltas para guardar el camino
al árbol de la vida" Mientras que así el Dios genésico nos impide la
inmortalidad, el Dios apocalíptico se presenta a sí mismo como el
Infinito en persona, clamando ser el origen y el fin del tiempo, es
decir, la fatalidad personificada, y tentándonos con una vida sin
límites: "Yo soy el Alfa y el Omega, el principio y el fin. Al que
tuviere sed yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la
vida." Incluso más explícitamente y directamente en contradicción
diciendo: "Bienaventurados los que lavan sus ropas para tener
derecho al árbol de la vida".
5
Para entender en que momento de la historia se ha producido esta
inversión en la valoración de la vida, en el abandono del viejo
precepto de la aceptación de la muerte y de los límites de la vida
debemos considerar dos cosas. En primer lugar, el pasaje del
politeísmo al monoteísmo y en segundo lugar el ofrecimiento de
redención completa.
El politeísmo, que corresponde al viejo pensamiento mítico, colocaba
al tiempo y a lo comunitario por encima de toda individualidad
incluyendo la de los propios dioses, de modo que era religión en un
sentido originario, en el sentido de colocar al individuo en el
circulo de lo social, de modo que este no podia mas que aceptar su
finitud. Pero, y en esto tomo la logradísima investigación de Freud
al respecto, el faraón Amenhotep IV autoproclamado Akhenaton, en un
acto de vanidad sin precedentes proclamo un Dios Único, el dios
Atón, y procedió a derribar todo rastro de politeísmo en Egipto. Por
supuesto que este acto terminó con una fuerte reacción del pueblo
egipcio, que reconstituyó su mundo y aniquiló la memoria de
Akhenaton, pero el comienzo de la inversión ya se había producido y
no tendría vuelta atrás pese a la minuciosidad con que los egipcios
trataron de evitarlo. De acuerdo siempre con la investigación
freudiana Moisés fue un discípulo de Akhenatón que viendo perseguida
sus ideas al interior de Egipto decidió propagarlas entre los
judíos. De modo que Moisés llevó la doctrina del Dios Único a los
judíos, iniciando a través de ellos la conquista del mundo por parte
del monoteísmo. Los judíos no pudieron comprender por completo la
doctrina que se les trataba de inculcar, seguramente, y por ello no
pudieron conectar la idea de unicidad con la idea de infinito. El
Infinito es Único, Omnipotente, y Akhenaton esperaba sin duda de el,
como solían esperar todos los faraones egipcios de una u otra
manera, la inmortalidad de su alma vanidosa. Los judíos no tenían
esa obsesión por su inmortalidad que anegaba la mente de tantos
momificados egipcios pero comprendieron claramente lo que
significaba la omnipotencia de su Dios: significaba ser un
favorecido por la fatalidad irresistible, significaba tener que
obedecer sin duda ninguna, significaba negar todo otro dios, toda
otra identidad divina como falsa y de este modo llamarse a si mismo
el pueblo de la Verdad. Una verdad omnipotente e indiscutible, y por
lo tanto una verdad infinita se apodero del pueblo judío como
consecuencia de la prédica de Moisés y de este modo la maldición de
Akhenatón hizo presa sobre ese pueblo no sin que su propia vanidad
egocéntrica hubiera tenido algún papel en ello. El pueblo judío fue
tentado y cayó en tentación. La tentación de que se trata se
invistió de moralidad pero no dejó de ser la tentación de
identificarse, sumirse mediante obediencia en la posesión de un
poder total, un poder sin límites, un poder infinito. Moisés mismo
sabía que el bien con que se donaba a si mismo y a los judíos era,
en el fondo una invocación al mal, entendido el mal no solo como la
desobediencia sino como cualquier intento de apartarse de la
obsesión del dios Único. En el Deuteronomio constan estas palabras
atribuidas a Moisés: "Vean que estoy poniendo ante ustedes hoy
bendición e INVOCACIÓN DE MAL; la bendición a condición de que
obedezcan los mandamientos de su...Dios; y la invocación de mal si
no obedecen los mandamientos..." El mal, la vanidad en esencia, ha
sido puesta por este seguidor de Akhenatón como el supremo bien en
una inversión engañosa y seductora...y el ofrecimiento tentador es
el de compartir la omnipotencia: "Ningún hombre se mantendrá firme
contra ustedes...su Dios pondrá el pavor de ustedes y el temor de
ustedes ante la haz de toda la Tierra sobre la cual pisen, tal como
les ha prometido." Lo que nunca dijo Moisés al pueblo judío es que
el terror con que su Dios lo ampararía de las demás naciones sería
fácilmente rebasado por el odio, el odio a los judíos...y que por lo
tanto el terror seria vivido antes por los judíos que por ningún
otro pueblo...y ese es el precio de la vanidad a que fueron
tentados. El dios puro y exclusivista, el dios sin limites, el dios
infinito, es el Infinito mismo y cuando la finitud humana pretende
extralimitarse hacia el su finitud termina destruida. La invocación
del Dios Único es desde el principio la invocación de la destrucción
de la finitud a manos del Infinito. "Deben destruir POR COMPLETO
todos los lugares donde las naciones que ustedes están desposeyendo
han servido a sus dioses...Y tienen que demoler sus altares y hacer
añicos sus columnas sagradas y deben quemar sus postes sagrados en
el fuego y cortar las imágenes esculpidas de sus dioses y tienen que
destruir los nombres de ellos de aquel lugar" Guerra de exterminio
pues, exterminio que los judíos mismos acabaron sufriendo a manos de
un pueblo, como el alemán, que fue educado vastamente en la doctrina
del Dios Único. La intolerancia, es decir, el no soportar lo que nos
excede o nos contrasta, lo que se nos opone o simplemente coexiste
con nosotros, la intolerancia todopoderosa...el ansia de infinito
como infinitud de la voluntad y del poder se expresa desde la raíz
mosaica. "En caso de que tu hermano, o tu hijo o tu hija o tu esposa
estimada o tu compañero que es como tu propia alma trata de atraerte
en secreto diciendo: -Vamos y sirvamos a otros dioses...no debes
acceder a su deseo ni escucharle sino que DEBES MATARLO SIN FALTA. Y
TIENES QUE APEDREARLO CON PIEDRAS Y TIENE QUE MORIR, PORQUE HA
TRATADO DE APARTARTE DE TU DIOS." El fanatismo cruel que una larga
historia de monoteísmos sangrientos ha llevado como una plaga sobre
el mundo nacen aquí, en la doctrina mosaica. Y si a un hermano, si a
un amigo amado se lo asesina a pedradas y sin compasión solo para
conservar la obediencia al Dios Único...¿cuanto más no se hará
contra el que no consideramos nuestro hermano?. Ante la posibilidad
de que una ciudad judía renegara del Dios Único este sería su
castigo: "Dala por entero y todo lo que hay en ella y sus animales
domésticos, a la destrucción, a filo de espada. Y debes juntar todo
su despojo en medio de la plaza pública, y tienes que quemar en el
fuego la ciudad y todo su despojo como ofrenda entera a tu Dios, y
tiene que llegar a ser un montón de ruinas hasta tiempo indefinido."
La destrucción total, pues, es decir, la destrucción infinita como
inmolación en las aras del Infinito.
La doctrina cristiana perpetua la adoración del Infinito en la forma
del Dios Único pero abandona la mera idea comunitaria de
obediencia...el Dios cristiano ya no es solo un dios amenazante,
transfigura de manera definitiva su rostro maligno, aquel que
invocaba Moisés ante la posibilidad de la desobediencia. El Dios
cristiano es un dios persuasivo que espera a sus seguidores, que no
intenta forzar sino que ofrece la Redención. Así el Infinito, el
Omnipotente, Único, Irresistible, deja libres a sus criaturas para
que se rediman o no se rediman. Una máscara de amor infinito reviste
ahora al Invisible, y esa mascara amorosa es el rostro de Cristo
asumiendo toda nuestra impotencia, nuestro dolor, nuestra miseria,
nuestra muerte, para transformarla en omnipotencia, felicidad total,
inmortalidad. Sin embargo, aun entre los velos de tanto y tanto
amor, la doctrina cristiana no puede dejar de lado la oscura faz
maligna que se presenta aquí y allá, entre líneas...de nuevo
amenazante, de nuevo exigiendo la obediencia absoluta y esta vez la
condena que se nos anuncia si no creemos, si no obedecemos pura y
exclusivamente al Dios Único no es la simple destrucción sino una
destrucción eterna, una destrucción infernal, la asfixia infinita en
un dolor sin término... "...y serán atormentados dia y noche para
siempre jamás" La tortura, esa crueldad que se ensaña con los
limites de la carne, la tortura es invocada como tortura eterna,
como tortura infinita en nombre del Infinito Dios que de este modo
revela su verdadero rostro y no aquel amoroso y compasivo,
imposible. El exclusivismo es mas atroz, mas exigente con el
advenimiento del cristianismo, que constituye por lo tanto una
profundización, una agudización de la enfermedad espiritual mosaica.
La vida humana misma en su realidad terrena ha quedado negada, la
autonegación yoica se ha consumado contaminando de manera intensa el
espíritu y todo a favor de esas pretensiones de adherirse al
Infinito, de entregarse a el, de sumirse en el para experimentar
omnipotencia e inmortalidad. La consolación resultante de nuestras
penas, de nuestros instantes de impotencia es el apocalipsis, es
decir, la negación absoluta de todo lo que en verdad somos y
podemos. Por eso el rostro de Cristo cuando manifiesta su
inhumanidad no es mas que el rostro de un monstruo: "...su cabeza y
su cabello eran blancos, como lana blanca, como nieve, y sus ojos
como una llama de fuego y sus pies eran semejantes al cobre fino
cuando fulgura en el horno; y su voz era como el sonido de muchas
aguas. Y en su mano derecha tenia siete estrellas y de su boca salía
una aguda espada larga de dos filos y su semblante era como el sol
cuando resplandece en su poder. Y cuando lo vi caí como muerto a sus
pies".
6
A pesar de la lúgubre esterilidad y destructividad del monoteísmo no
es cierto que su esterilidad haya sido absoluta. Al presentar a su
Dios Único como un dios redentor la doctrina cristiana tuvo que
reintroducir la opcionalidad genésica, es decir, tuvo que dar a la
finitud humana el atributo de una cierta potencia, la capacidad de
elegir, el libre arbitrio, aunque esta capacidad solo le rindiera
finalmente para optar entre la infinita destrucción y la eterna
felicidad, es decir, una electividad forzada y ridícula. Pero con
ello el cristianismo puso la semilla de su propia decadencia, de su
propia negación, ya que el concepto de libre arbitrio, el concepto
de libertad, por lo tanto, dio lugar a una profunda reconsideración
acerca de la naturaleza humana, revisión que concluyo en la
convicción de que el ser humano no es un miserable impotente
condenado a un vía crucis terrenal que solo puede ser rescatado por
la intervención infinita de un Dios todopoderoso. Se llego a la viva
conclusión de que el ser humano es libre y que su libertad es lo que
lo convierte en el hacedor de su propio destino. Pero la trampa del
infinito surge aquí y allá, en todas partes, y no satisfechos
algunos con la libertad encerrada en los estrechos limites de una
existencia finita prefirieron soñar con que esa libertad,
sintetizada en la libertad del pensamiento, podia conducir a la
mente hacia la racionalización completa, hacia la conquista completa
de la totalidad exterior, y que por medio de su libre determinación
pensante podia el ser humano dominar sobre el mundo de manera
completa, llevando esta dominación in crescendo hasta los limites
del universo. Una libertad sin límites, un poder sin límites, que la
vía del conocimiento abriría de manera progresiva pero indefectible.
Así los racionalistas y los utopistas que colocaron la libertad
individual por encima de toda restricción, se endiosaron a si
mismos, creyeron hallar en si mismos la potencia infinita que ya no
esperaban de una exterioridad desencantada. El ser humano, faro de
la naturaleza, iria a conquistar hasta el ultimo rincón del orbe
para ponerlo bajo el todopoderoso influjo de su obrar y de su
intelecto. Por supuesto que los filósofos que así forjaron una nueva
época a partir de las ruinas del cristianismo tuvieron de cierta
manera que extraer esa omnipotencia humana racional y libertaria que
así consagraban de las fuentes mismas de la divinidad a la que poco
a poco harían morir. Así Descartes pide permiso diciendo al
Infinito: "En primer término, la regla general que afirma la verdad
de las cosas que concebimos muy clara y distintamente, se funda en
que Dios existe, en que es un Ser Perfecto y en que todo lo que hay
en nosotros procede de El, de donde se sigue que nuestras ideas y
nociones, puesto que se refieren a cosas reales y proceden de Dios,
en lo que tienen de claras y distintas, no pueden menos de ser
verdaderas" No pueden menos, dice Descartes, y por lo tanto, lo
pueden todo, pueden, claro que si tener, ante si la Verdad Absoluta.
Aquí surge sin embargo, una dicotomía que la vanidad renovada no
puede salvar. Si se afirma la libertad en el ser humano, puesto que
este es parte del mundo, se afirma asimismo la libertad en el mundo
y la captación racional del mundo, que depende del grado de
necesidad y de control con que los acontecimientos se producen,
queda en entredicho. Por otro lado, si la necesidad racional
gobierna al mundo, puesto que el ser humano es parte de ese mundo
racional, entonces su libertad no existe y su omnipotencia es una
ilusión. Esta es la contradicción del racionalismo en el que aún
permanece atrapada la ciencia moderna. Como dice Hume, "la libertad,
cuando se la opone a la necesidad, no a la restricción, es la misma
cosa que el azar, respecto del cual está universalmente reconocido
que NO TIENE EXPERIENCIA." Kant intenta resolver esta paradoja ante
los ojos de su época con un esfuerzo intelectual de grandes
proporciones pero su fracaso es estridente porque para ello debe
exhibir, por la distinción entre nóumeno y fenómeno que la razón se
encuentra irremediablemente limitada. Si se ha de conservar la
libertad como existente de manera autentica, entiende Kant, deberá
admitirse la impotencia de la razón. La vanidad del ser humano, que
alentaba su pretensión infinita en la doctrina cristiana y luego en
la del racionalismo divinizador, queda, por medio del mazazo
kantiano, en tela de juicio, en un impasse entre un intento de
retornar al viejo refugio religioso y sumirse en el nihilismo mas
feroz. Dice Kant: "Así pues no puedo siquiera admitir Dios, la
libertad y la inmortalidad para el uso práctico necesario de mi
razón, como no CERCENE AL MISMO TIEMPO A LA RAZON ESPECULATIVA SU
PRETENSIÓN DE CONOCIMIENTOS TRASCENDENTES"
Posteriormente Hegel haría su intento de reconstruir la racionalidad
misma para evitar este sacrificio y conservando la libertad absoluta
del espíritu conservar al mismo tiempo su omnipotencia. Pero poco
importo a la nueva época desgarrarse entre las depresivas
meditaciones de un nihilismo creciente, que colocaba al ser humano
en medio de su impotencia con rigor cínico, y las eufóricas
exaltaciones de la racionalidad rediviva y triunfante en cada nuevo
logro técnico. Todo siguió adelante, y la vanidad incluso se
alimento del nihilismo, pues el cinismo del pensamiento que todo lo
degrada a cosa fútil es también una forma de extralimitarse con
soberbia.
7
Al comenzar el siglo XXI deberíamos haber superado por fin aquellas
ansias de extralimitación, sobre todo teniendo en cuenta que poco a
poco nos encontramos con los límites de la Madre Tierra, que si bien
es pródiga, no lo puede ser infinitamente. Pero el impulso de
omnipotencia persiste ya sea en la forma de un expansionismo
capitalista que poco a poco encuentra su ataúd terrestre o en la
forma de un retorno a los rezos matinales, a las ansias de escape de
las limitaciones que nos conforman y nos esfuerzan. Si, hay que
admitirlo, se respiran en el aire redivivos aromas de incienso y se
quiere levantar de su tumba, despreocupándose de la tumba que sería
la Tierra si no nos decidimos a abandonar este panorama de soberbia,
se quiere levantar de su tumba, digo, al Dios Infinito, y no sin
proclamar mientras se lanzan bombas de uranio (empobrecido o
enriquecido, quien lo sabe), con viejos aires monoteístas que solo
hay dos opciones: estar de nuestro lado o estar contra nosotros, en
cuyo caso el exterminio será nuestra manera de dialogar. Pero no
solo estos aires de justicia infinita quieren volver a brotar de la
pútrida ciénaga, sino que se vuelven a pasear a sus anchas los
predicadores llevando la buena nueva de que Dios todavía no ha
muerto sino que quizás agoniza. No ha sido la moderación de los
ateos sino la falta de insistencia de los filósofos en reconsiderar
la muerte del Dios Infinito lo que ha permitido que los rezadores
regresen con renovadas fuerzas. A ello se agrega una cierta
nostalgia y deseo de volver a obedecer mientras a impulsos de la
vanidad del capital parecen desmoronarse no solo los glaciares. Pero
ni lo uno ni lo otro son mas que un retorno a la extralimitación, a
la decisión profunda de no darse por vencido y aceptar los límites,
y tanto si seguimos adelante como si nada nos detuviera ni siquiera
la carne chamuscada y tasajeada de medio millón de iraquíes, o si
retrocedemos sin recordar las asfixiantes imágenes de la tortura
inquisitorial, solo damos un paso más hacia el abismo de la
autonegación. Dice Nietzsche: "Valores falsos y palabras ilusorias:
ésos son los monstruos peores para los mortales. La fatalidad duerme
y aguarda en ellos largo tiempo. Mas al fin llega, despierta y
devora a aquel que construyó cabañas sobre ella. ¡Mirad las cabañas
que se han construido los sacerdotes! Iglesias llaman a sus antros
de empalagoso aroma. ¡Qué luz tan falsa la suya, qué aire con olor a
moho!...¿Quién creó para sí tales antros y escaleras de
mortificación? ¿No sería alguien que quería esconderse del cielo
puro?"
Todavía más enfáticamente dice Nietzsche: "¡Y no supieron amar a su
Dios como no fuera crucificando al hombre!" No detendremos la
máquina de nuestra soberbia volviendo a rezar, eso debe quedar bien
claro. "Rezar es una vergüenza. Bien lo sabes: ese demonio cobarde
que llevas dentro, a quien complace juntar las manos y cruzar los
brazos, y sentirse más cómodo- ese demonio cobarde te dice: ¡Hay un
Dios!" Antes de volver a rezar es preferible leer palabras que nos
purguen de semejante infamia, como estas de Mencken: "La convención
social mas curiosa de esta época es aquella en virtud de la cual se
deben respetar las opiniones religiosas. Cualquiera debe estar en
condiciones de percibir sus efectos nocivos. Solo sirve para: a)
echar un velo de santidad sobre ideas que ofenden todo decoro
intelectual. b)convertir a cualquier teólogo en una especie de
libertino amparado por la ley. Sin duda dicha convención es la
responsable de que las ideas realmente sensatas progresen en el
mundo con una lentitud tan aterradora." Decía el olvidado Max
Nordeau: "Cada acto religioso particular se convierte en una comedia
culpable y en una indigna sátira cuando se ejecuta por un hombre
culto del siglo XIX" ¡Y hablaba del siglo XIX!. ¿Cómo hacer entender
que la estupidez es solo el disfraz de la soberbia más atroz y
amante del horror? Tal vez no alcancen todas estas palabras de modo
que solicito a quien tenga disposición inteligente que considere
esta cita de la Biblia como síntesis de lo que trato de rechazar
aquí, extraída de 2Reyes, capitulo 2 y referente al profeta
Eliseo: "Y procedió a subir allí a Betel. Mientras iba subiendo por
el camino, hubo unos muchachitos que salieron de la ciudad y
empezaron a mofarse de él y subieron diciéndole: -Sube calvo, sube
calvo. Por fin el se volvió y los vio e invocó el mal contra ellos
EN EL NOMBRE DE DIOS. Entonces dos osas salieron del bosque y se
pusieron a despedazar a cuarenta y dos niños del número de ellos."

Aun quiero agregar algo EN NOMBRE DE ESOS NIÑOS DESCUARTIZADOS: -
Sube calvo, sube calvo, sube, sube y no vuelvas a bajar nunca más.


Fernando Gutiérrez


Comentario de Andrés Núñez Leites el noviembre 1, 2009 a las 6:26pm Estimado Fernando, con todo respeto, este artículo es maravilloso. No tengo casi que agregar, así que solamente me permito algunas reflexiones motivadas por él.

1. Infinito y ecología

Agregaría que corrompe nuestra alma volviéndonos contra nosotros. Al no aceptar la finitud y pensar, inventar extraños conjuros e invocaciones (palabras al infinito) hacia el infinito, devaluamos nuestra percepción del mundo "material" (lo adjetivamos devaluándolo por oposición al mundo sagrado, separamos la tierra del cielo, que no es otra cosa, esto último que un efecto de la percepción de la luz refractada en el aire). El mundo material, devaluado, se vuelve, en los monoteísmos al menos, instrumento y lugar de prueba de nuestra templanza, en la espera de algún día -tras nuestra muerte o tras el juicio final, igual da- llegar a trascender hacia ese otro mundo etéreo, infinito, Dios. Los monoteísmos prosperan junto a las estructuras sociales jerárquicas y piramidales, junto al estado, son su expresión a la vez que causa de su legitimidad. Nos sitúan en contra de la naturaleza, para conquistarla, derrotarla, ponerla de rodillas a nuestro servicio, en honor del infinito sagrado. O sea que los monoteísmos son antiecológicos y en ese desprecio que promueven por el mundo, promueven la cultivo de su agotamiento, de su destrucción.

2. Infinito y negación del ego

Hablando sobre la función social del genocidio en la modernidad, D.Feierstein dice que el genocidio no es un fenómeno extraño ni episódico sino normal y permanente en los estados modernos. Surge precisamente para contrapesar a la secularización. En la edad media, de dominación espiritual y material del cristianismo, la iglesia ocupaba el lugar del padre (hay que notar la oportunidad de la terminología de la nomenklatura cristiana: padre, madre, hermanos, padrinos), es decir cuando un joven estaba en edad de independizarse de su casa paterna, la iglesia habría de mantener las riendas de su vida a través de la misa, el sermón, y si fuera necesario los tormentos físicos. La autonomía que generaron las revoluciones burguesas y el liberalismo amenazó pronto con desbordar incluso la legitimidad del estado, porque si el rey fue decapitado y el presidente ya no deriva su autoridad del infinito, entonces bien puede pensarse en vivir sin él... El crecimiento personal y colectivo hacia formas de vida autónomas es controlado a partir de entonces a través de políticas estatales genocidas. Cada vez que algún grupo o persona disiente de la autoridad estatal, será compelido al orden de un modo más o menos brutal según sea necesario. Las religiones del infinito, de la trascendencia hacia un mundo superior, celestial, ocupan a mi modo de ver, el lugar del útero materno y propician el sueño del volver al estado supuesto ideal del no-nacido, a la disolución pero no a la disolución absoluta (como sueñan los panteístas) sino conservando lo básico de la forma, a la pérdida de la autonomía en aras de la absoluta seguridad. Y lo más grave: desarrollan mecanismos de destrucción para quienes no comparten el sueño, los herejes.

3. La humanidad endiosada

Esa religiosidad que señalas en torno del Hombre, esa desmesura de la razón que a su vez sembró las semillas de su destrucción, ese intento que Marx identificaba erróneamente con el socialismo (pasar del reino de la necesidad al reino de la libertad), y todas las consecuencias que está teniendo sobre la vida en la Tierra me hace pensar con más respeto en las religiosidades indígenas, y en la autosujeción de los ritmos sociales a los límites ecosistémicos, a los ciclos de la naturaleza, como única posibilidad de evitar que estas reediciones del Dios Único terminen disolviéndonos como especie.

4. El retorno de Dios

Tengo la sensación que estamos de vuelta. El fracaso de los filósofos en comprender el mundo, el fracaso de los científicos en comprender el mundo sin imbuírse en una religiosidad del logos, pueden deparar un destino bastante oscuro para la humanidad y para la vida en la Tierra. Por un lado la frivolidad: participar de la fiesta del consumo, llenar la heladera y olvidarse de pensar lo colectivo, lo comunitario y su destino, confiando en los líderes que caminan hacia el precipicio. Por otro lado el nuevo fundamentalismo religioso renovado: ante el fracaso de los ateos en explicar el mundo, ante el caos y el sufrimiento de la guerra -muchas veces propiciada por el monoteísmo...- la búsqueda del útero eclesiástico. Y quizás un tercer lugar: el pesimismo socialista (cuyo programa narrativo es demasiado cristiano, por cierto) devenido en individualismo new-age que rescata el panteísmo, el respeto por la naturaleza y su ciclos, pero lo hace en clave de consumo de mercancías para la elevación espiritual, y como se ve, es fácilmente recodificable como variante cristiana, y en todo caso, permanece como lujo autocomplaciente de las burguesías medias. ¿Llegará un tiempo de nueva secularización, de una nueva rebelión contra las iglesias y sobre todo contra el Dios Único donde quiera que se encuentre? ¿Habrá circunstancia histórica y espiritual que lo propicie? ¿Lo veremos? Parafraseando a Foucault cuando hablaba del fascismo: al monoteísmo hay que combatirlo allí donde más ocultamente se ejerce, en nuestros espacios mentales.

No hay comentarios:

Publicar un comentario