He aquí una profunda meditación del filósofo uruguayo Nelson Pilosof que hoy, 17 de julio de 2009, casi un año después de haberla escrito, ha ingresado como miembro de esta Red Filosófica. Al tiempo que le reitero por esta via mi más caro agradecimiento quiero, antes de dejarlos con lineas tan valiosas de su pensamiento, tomar una frase suya de entre todas..."El instante es el engarce del tiempo con la eternidad"...
Conciencia y sentido del tiempo
Por Nelson Pilosof
Todo cuanto es, está en el tiempo. Pero no todo cuanto es tiene conciencia del tiempo. Estar en el tiempo y no tener conciencia del mismo, equivale a ser sin saber que se es.
Una reflexión sobre la realidad total de la que formamos parte, nos lleva a descubrir que el ser total se presenta como una pluralidad infinita de seres, que tienen cada uno de ellos identidad propia. Todos son, pero son distintos, aunque puedan parecerse. Si así no fuere, el ser sería una continuidad sin pausas. Sería lo mismo que la nada.
Un paso adelante de la meditación nos muestra que la enorme mayoría de los seres son, pero no saben que son. No tienen conciencia de serlo. Hasta donde podemos comprobarlo, el hombre es el único ser que es y sabe que es. Más aún, es el único que llega a saber de su propio ser y del de los otros seres, de los cuales tiene conciencia.
Podemos llegar a inferir que cada hombre tiene el privilegio de poder concienciar el ser propio, y el de la comunidad interhumana, el de los otros seres vivos y el de las cosas inertes.
Cuando nacemos, somos y tenemos vida. Pero no tenemos conciencia de una cosa, ni de la otra. La conciencia de sí mismo, cada hombre la descubre más tarde, en la comunidad de otros prójimos, que por tal es convivencia y reciprocidad.
Por formar parte de esa comunidad, el hombre puede llegar a saber de su ser y del de los otros seres. Lo más curioso es que la conciencia de sí mismo la adquiere por integrar la comunidad y por descubrir el ser de otros, antes que el propio.
Todo cuanto venimos descubriendo, transcurre. No son fenómenos estáticos que se dan de una sola y única vez.
Ser y saber que se es, se dan y sobreviven en el tiempo. Las cosas están en el tiempo. Mis otros prójimos y yo, también. Lo que es, nos aparece como transcurriendo en el tiempo.
O sea: ser, tiempo y cambio, están intrínsecamente unidos. Son inseparables. Los seres están en el tiempo, y el hombre sabe de ellos y de sí mismo, en el devenir del tiempo.
En este universo, todo cambia. Nada es de una manera y para siempre. El hombre es el único que toma conciencia del tiempo, y de los cambios en el tiempo. Puede comprender que todo cambia.
Cuando el hombre comprende que transcurre, ha asumido conciencia del tiempo. Así es, y aunque quisiera, jamás podría evitar está realidad esencial.
A medida que va viviendo, detecta que el tiempo se le manifiesta de tres maneras. El tiempo que fue: pasado. El tiempo que es: presente. El tiempo que aún no es: futuro.
El pasado, es irrecuperable e inmodificable. El presente es vivencia fugaz, pero intensa conciencia palpitante. El futuro, una posibilidad hacia la que nos proyectamos desde el presente, con la fuerza del pasado, con la expectativa que llegue a ser, y con la esperanza que sea como lo imaginan nuestros sueños y nuestra fe.
El presente es el punto de inflexión del tiempo. Es el único escenario en que vivimos el tiempo. Inclusive, la recordación del pasado y la confianza en el futuro.
Por la memoria, recordamos parte del pasado, y desde la perspectiva que lo apreciamos hoy. Con todo nuestro ser, vibramos y tomamos conciencia del presente. Por la imaginación, nos proyectamos hacia el porvenir.
En el presente, sentimos que lo que fue ya fue. Nunca más será. La nostalgia o el olvido son nuestras actitudes ante el pasado que no retornará. El pasado que se recuerda es inmensamente menor que el que yace en el olvido. En la historia de la humanidad, es mucho más lo que ha quedado en el olvido que lo que permanece en el recuerdo. Recordar es rescatar apenas algo de lo que fue y que nadie recordará totalmente.
En el presente, podemos llegar a comprender que, en su fugacidad, está el puente existencial, que debemos asumir como tal. Esto es: la memoria del pasado, donde están las raíces, unas veces muertas, otras latentes, otras vivientes.
Es asumir la intensidad del tiempo, que vivenciamos aquí y ahora. Es la capacidad de dirigirnos al tiempo aún no vivido, hacia el que nos proyectamos y al que destinamos nuestros proyectos.
El presente tiene una tarea, que es misión trascendente: entender el papel e importancia del pasado. Vivir intensamente y entender el significado del presente, y fundamentalmente, no desperdiciarlo. Preparar el futuro con optimismo, pero cuidando las previas etapas del tiempo, y comprendiendo algunas verdades fundamentales.
El futuro nunca lo vivimos como tal. Si llega, y cuando llegare, dejará de serlo. Será el presente del mañana. Casi siempre, si llega y cuando llega, será distinto a como lo hemos imaginado en aquel presente en que lo pensamos.
Pese a sus frecuentes pretensiones, al hombre se le ha dado el don de pensar el tiempo, pero no ser su soberano total. El único momento del tiempo en el cual puede ejercer real soberanía, es el presente. No puede cambiar el pasado, ni imponer el futuro o saber de antemano como será.
El tiempo, al manifestarse en el ser, tiene valor. Tiene significado. Y como tal, tiene sentido. Sentido quiere decir a la vez, valor y dirección. Al tiempo, debemos respetarlo y cuidarlo como un precioso don.
El tiempo se dirige siempre hacia adelante. Nos proyecta hacia un permanente enigma, mientras vivimos.
La muerte es la finalización del tiempo de cada hombre. Se lleva consigo su pasado. Lo deja sin presente. Lo priva de futuro.
Tiempo y muerte se dan juntos en la condición humana. Todos habremos de morir. Lo sabemos desde que tomamos conciencia de nuestro ser. No sabemos cuándo, ni cómo, ni dónde. Pero sabemos que hemos de morir. Sin embargo, nadie vive su propia muerte. Sabe de la muerte de los demás. Por reflexión, sabe que no podrá escapar de ella.
Para el hombre que está aun conciente, su último momento es su póstumo presente. Para quien sigue vivo, pero sin conciencia, su último presente se anticipó en el tiempo a su momento final como ser vivo.
Cuando se pierde conciencia del tiempo, el alma ha quedado sin vida. El cuerpo seguirá su destino biológico, pero sólo otros podrán saber que ha pertenecido a alguien, cuya alma hace tiempo dejó de estar vigente.
La muerte, a pesar de su fuerza ineluctable, es fundamental para entender el tiempo y su significado.
Por la muerte, puede adquirir valor y sentido la vida. La idea de la muerte nos acecha siempre y nos infunde temor. Sabemos que llegará, pero nos invade la incertidumbre de su inevitable presencia personal.
Todos los seres vivos mueren. Por ende, el hombre también. Por la importancia de la muerte, se realza la importancia de la vida.
Recordar, vivir y soñar son rostros diferentes de la misma vida en el tiempo. Cobran distintas intensidades y trascendencias, según las viva cada quien. Vida y tiempo se tornan en historia única, en la inconfundible e irrepetible existencia de toda persona.
Toda persona tiene su propia identidad. Es la combinación inigualable de factores físicos, biológicos, sociales, y espirituales, que la convierten en un ser único e irrepetible. Conforman la circunstancia única de cada persona. En la persona humana, identidad y unicidad son como sinónimos.
Por su identidad, podemos identificar a cada persona. La distinguimos de toda otra persona. Su rostro inconfundible simboliza el carácter y el destino singular de cada ser humano. Lo único igual entre las personas, es el misterio que nos torna desiguales.
La identidad personal es la misma desde el nacimiento hasta la muerte. Pese a su permanencia, va cambiando en el decurso del tiempo de cada existencia. El tiempo de cada uno es exclusivamente personal. Nunca hay dos tiempos iguales. Se lo vive desde el centro de la conciencia. Una de las peores desgracias es vivir habiendo perdido la conciencia de la propia identidad.
En suma: identidad humana es lo que permanece en el tiempo, pese al cambiante devenir personal y temporal.
El tiempo, en la existencia, lleva nombre y apellido. Vida y tiempo se proyectan en edades. Edad es el tiempo vivido en distintos momentos de la vida. A medida que pasan, las edades se integran en el proceso del envejecimiento.
El envejecimiento comienza cuando aún no somos viejos. Es una advertencia, que pretendemos soslayar. Sabemos que podemos llegar a ser viejos, aunque deseamos postergar lo más posible el tiempo de la vejez.
Sin embargo, no siempre se comprende que la vejez de cada quien, depende muchas veces de la forma en que se ha acompañado o descuidado el envejecimiento.
Una de las mejores maneras de saber envejecer, consiste en ir asumiendo a conciencia el paso del tiempo que se está viviendo en cada edad. Más se extiende la juventud cuanto más sabemos envejecer.
En una era en que se ha incrementado la expectativa de vida, debería desarrollarse y expandirse la cultura del arte de saber envejecer. Recuerdo el profundo pensamiento de un amigo: envejecemos como crecimos.
La vida humana no solamente es. Tiene también valor. La recibimos, pero debemos saber vivirla. Descubrir su significado y tratar de asumirlo, hace que la vida tenga sentido.
El sentido de la vida es la dirección hacia la incertidumbre de su transcurso en el tiempo, y el valor de estar vivo, sabiendo asumirlo, cuidarlo y vivirlo.
No es lo mismo dejar pasar el tiempo, que tornarlo intenso en cada uno de sus momentos vividos a conciencia. Cuando entendemos y asumimos el tiempo, en la intensidad del presente, valorado y respetado, aparece muchas veces un “llamado”. Entonces, el momento presente se torna instante. El momento, lo registra el reloj. El instante, lo supera y trasciende. Esta envuelto en misterio.
El instante es el engarce del tiempo con la eternidad. El tiempo emana de lo eterno. Lo eterno lo acompaña mientras transcurre. Pero se manifiesta sin saber cuándo, ni cómo.
Es la revelación inesperada del mensaje. Es preciso estar atento para captarlo. Hay que asumirlo, para tratar de descubrir su significado.
El mensaje siempre se dirige a alguien concreto. Puede asumirlo o no. Es una opción de su condición libre. Las consecuencias no son las mismas. Cada opción genera sus propias consecuencias. Como enseñó Martin Buber, “cuando se asume el instante, no seguimos siendo como éramos antes de él”. Se produce, por esta decisión, un cambio trascendente.
El mensaje eterno, asumido en el tiempo personal, transforma el sentido de la existencia. A pesar de su fugaz presencia, el instante trascendente, cambia y otorga nuevo sentido a nuestra vida. La conciencia y el sentido del tiempo abrirán desde ahora nuevos rumbos. El ser humano asediado por la incertidumbre, sentirá mayor seguridad y plenitud por haber asumido el riesgo de haber escuchado el mensaje y haberse unido a su destino.
Montevideo, 18 de julio de 2008.
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