viernes, 24 de julio de 2009

Ser y tiempo: estrategias problegomenales de lectura (Jethro Masís)

Leer la Nada

En § 2 de Ser y Tiempo (SZ en lo sucesivo), Heidegger ha definido la investigación – no cualquier investigación, desde luego, sino la que se lleva a cabo en su gran obra y, en general, en todo el trayecto de su pensamiento – mediante la aclaración de la estructura formal de la pregunta por el ser. La pregunta por el sentido del ser, dice, ha de ser planteada (gestellt werden), esto es, se trata siempre de una tarea que tiene carácter ejecutivo y cuyos fundamentos procedimentales no pueden dejarse abandonados a la suerte de la suposición y de la obviedad. ¿Qué significa investigar? Seguramente, el investigar y el preguntar se copertenecen, y toda investigación implica una búsqueda que está ya implícita o supuesta en el preguntar. Pero SZ, contrariamente a lo que podría suponerse o a lo que suele decirse desde la ‘opinión pública filosófica’, no se aboca a la tarea de plantear la pregunta por el ser. Esto quiere decir que Heidegger no es estrictamente un ontólogo, sobre todo si por ello se entiende la labor de dedicarse a la dilucidación definitiva de las categorías entitativas.

Lo antedicho, claro está, merece explicaciones ulteriores. La primera de las cuales, es una advertencia: de cómo se comprenda la primera página de SZ, depende en gran medida la subsecuente valoración de la obra. La obra se abre, no sin efectos dramáticos, con un prólogo en el cielo (pace H. Mörchen). El Sofista platónico aparece citado: es claro que desde siempre hemos estado familiarizados con la palabra ‘ente’, con la noción de ‘aquello que es’, y con lo que este término significa. Sabemos, o creemos saber, lo que significa que algo sea. Pero nos hallamos en aporía ahora que es ocasión de inquirir por el sentido de que algo, precisamente, sea (cf. Soph., 246a, 4-5). Acto seguido, Heidegger ejerce un traslado del ente (aquello que es) al ser (el sentido de que aquello sea) – que, por lo demás, muchas veces pasa desapercibido – mediante el planteamiento de dos cuestiones y de dos respuestas resultantes:

¿Tenemos hoy una respuesta a la pregunta acerca de lo que propiamente queremos decir con la palabra ‘ente’? De ningún modo. Entonces es necesario plantear de nuevo la pregunta por el sentido del ser. ¿Nos hallamos hoy al menos perplejos por el hecho de que no comprendemos la expresión ‘ser’? De ningún modo. Entonces será necesario, por lo pronto, despertar nuevamente una comprensión para el sentido de esta pregunta (SZ, Prólogo: 1).

Desde estas dos preguntas y de sus respectivas contestaciones, se desprenden aspectos inusitados del tipo de investigación que Heidegger se trae entre manos. Basta sólo notar aquello que nuestro pensador estatuye como propósito de su tratado: elaborar la pregunta por el sentido del ser. ¿Elaborar una pregunta, es decir, no responderla? ¿No es ese acaso un fin insignificante que, al final, nos dejará enteramente vacíos (como describía Jaspers la sensación que le quedó después de leer SZ)? Nos hallamos ante un tipo de investigación que tiene características especiales, pues el expreso propósito de elaborar la pregunta parece sugerir que SZ tiene la siguiente misión: enseñarnos a preguntar. Hay que aprender a plantear la pregunta de la filosofía y, en conexión con ello, hay que aprender a investigarla.

Ahora bien, dado que hay una inmensa recepción de la obra heideggeriana – si a favor o en contra, eso no importa en este momento – que no se ha demorado lo suficiente en la primera página de SZ (toda aquella recepción que afirma, como si fuera lo más obvio del mundo, que Heidegger es un ontólogo o que restauró los derechos de la ontología en la filosofía contemporánea, etc.), es menester analizar, paso a paso, lo sugerido en la obertura de SZ. ¿Qué significa, en efecto, ese desplazamiento del ente al ser? Seguramente, y en concordancia con la cita del Sofista platónico, que hay una perplejidad ontológica de vivir entre lo entitativo (que es archiconocido) que viene acompañada necesariamente por la aporía ineludible de preguntar por aquello desde siempre entendido sin poder dar cuenta de ello. Esto supondría el planteamiento de algo más amplio: la cuestión del ser en general. Pero hay que conceder que las aserciones de Heidegger son bastante extrañas. Habla, de hecho, no de restaurar de nuevo los derechos de la ontología vetusta (alicaída, diríase, en los tiempos modernos decantados por intereses sobre todo epistemológicos), y ni siquiera de contestar, por fin, la pregunta por el ser. Hay un error en la pregunta: se ha preguntado por el ser y se ha respondido con el ente, y se ha supuesto, así, la indiferenciación entre el ser y el ente. ¿Por qué no contestar, entonces, de una vez por todas? En primer lugar, porque las respuestas sobre qué sea el ser abundan: es la physis, la idea, la substantia, Dios, el sujeto, el espíritu, la voluntad, el hombre o lo que fuere. Pero sobre todo, puesto que, si entendemos bien de qué va el asunto en SZ, no es posible contestar. Habría que prestar, por tanto, atención a uno de los propósitos centrales de Heidegger en su obra: hay que despertar nuevamente una comprensión para el sentido de esta pregunta. Es decir, no sólo no sabemos, sino que incluso no nos interesa saber. La pregunta misma nos parece un sinsentido. Parte de ello, quizá, sea achacable a las respuestas dadas a la pregunta, que nos permiten distendernos y supuestamente darnos la licencia de despachar la cuestión ontológica, o bien como simplemente anticuada, si no es que como ininteligible o carente de importancia.

Pero el problema es más amplio. Desde luego, hay arraigados prejuicios ontológicos tradicionales que fungen como autoridad (poder que gobierna con falsas potestades, en el caso del pensar) para no preguntar por pretendidas necedades: el ser es indefinible, es obvio y lo siempre comprendido y supuesto, o es lo más universal y vacío (cf SZ, §1: 3-4), etc. No obstante, no se trata solamente de prejuicios filosóficos que precavan por lo pronto de una investigación infructuosa. Hay algo más que meros prejuicios que nos instala en aporía o en la sensación de que aquí no se pueden dar pasos ulteriores en la investigación. Debe concederse que la investigación es extraña, porque toda búsqueda que es motivada por una pregunta, se afana en lo buscado por el prurito de la resolución. Y, ¿qué ofrece Heidegger? Elaborar la pregunta y suscitar una comprensión para el sentido de la pregunta. Con todo, podemos de nuevo preguntar: ¿no es esto absolutamente insuficiente? ¿Estamos ante una empresa que quiere simplemente causar impresiones, avivamientos sentimentales u oscuridades de esas? Aunque en estos asuntos haya una tendencia hacia la impaciencia, se requeriría lo que Donald Davidson llamó the principle of charity, para que el tratado de filosofía más influyente del siglo XX (a juzgar por el espectro de su influencia descomunal), y su proyecto, no parezcan vanos y francamente estúpidos. Esto quiere decir que debemos demorarnos pacientemente en los dos primeros capítulos de SZ, aquellos que constituyen la introducción al tratado. Y estohttp://www.blogger.com/img/blank.gif
insertar enlace no sólo con el propósito de comprender adecuadamente de qué va eso que sucede en SZ, sino en el entero camino del pensar (Denkweg) heideggeriano. Ulteriormente, desde el punto de vista de la historia del pensamiento, ello coadyuva a la comprensión más expedita del desarrollo de un extremo radical que surge de Kant y del subsecuente idealismo alemán, y que en Husserl alcanza un fastigio, pero que prefiere invertir el camino del pensamiento moderno.

Nuestro problema no se resuelve mediante el recurso a los insumos de la crítica moderna. La crítica moderna quiere reflexionar y, con ello, quiere alcanzar un ámbito temático de investigación. Pero de esa forma no se sale del Seinsvergessenheit, sino que incluso se lo prodiga y se lo extiende.

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