jueves, 17 de junio de 2010

La congregación de los delirios, por Fernando Gutiérrez Almeira


El ser humano antiguo no veía, por lo general, más allá de sus horizontes físicos y sometido, por comparación con un mundo telecomunicado o de veloces desplazamientos como en el que hoy vivimos, a ese enraizamiento en un círculo estrecho de vivencias, no era capaz de visualizar el movimiento general de las civilizaciones y mucho menos el de la humanidad. Fue el comercio, marítimo como el acontecido en el mar Mediterráneo en época de griegos y fenicios, o terrestre como el acontecido en la antigua Mesopotamia, el que permitió luego abrir una brecha entre vivencias encapsuladas físicamente para dar lugar a mentalidades relativamente exóticas, mentalidades con horizontes más amplios e interculturales. Debe conectarse necesariamente en todo análisis histórico el origen del espíritu investigativo científico-filosófico con un panorama de interculturalidad comercial o al menos con un ámbito de relaciones humanas amplio como el de los grandes imperios árabe y chino.

El individuo humano actual vive, por el contrario, en un mundo telecomunicado, de veloces desplazamientos, de comercio mundial, de interculturalidad notoria. Según esto sería de esperar que la mentalidad humana correspondiente a nuestra época fuera una mentalidad abierta, liberada de toda estrechez y parquedad, ansiosa por investigar siempre más allá de los encapsulamientos culturales, dispuesta siempre a romper preconceptos y estereotipos. Sin embargo no es esto lo que la experiencia cotidiana nos indica. Y la pregunta es...¿porqué en un panorama de apertura comunicacional hiperextensa e hiperintensa como el que hoy existe los individuos humanos tienden a conformarse según mentalidades estrechas en su gran mayoría, estrechas incluso hasta el punto de la aberración?

Existen, según mi modo de ver, dos grandes motores para que la estrechez mental triunfe en un mundo hipercomunicado. El primer motor es la concentración del poder telecomunicacional y la concentración del poder comercial, que son los dos grandes factores de intercambio cultural cuya contribución a la liberación de los límites mentales fue sustancial en el pasado. La concentración, o simplemente oligopolización, de las transferencias de recursos mentales y materiales, en pocas manos equivale a una uniformización interesada, manipuladora, restrictiva, directiva, de esos recursos...equivale a un empobrecimiento cualitativo de lo que se intercambia. Esto se puede describir del siguiente modo: en las zonas de carga y descarga de los elementos a ser transferidos hay gran variedad, creatividad, imaginación, provocación al cambio, pero todo esto no es llevado a gran escala sino que a gran escala lo que se produce es la invasividad de la producción oligopólica. La consecuencia es que las mentes se mantienen en su provincialismo mientras que se sobreentienden a nivel de lo que se consume a gran escala. La estrechez mental aparece recubierta por una cáscara de mediatizaciones uniformizadoras que aumentan la incapacidad para llegar al intercambio pues una vez que los interlocutores encuentran la inocuidad deficiente de su parangón bajo la égida de la oligopolización identitaria...abandonan o postergan el intento de comprender al otro.

El segundo motivo por el cual las mentes se estrechan es su especialización y su sumersión posterior en un delirio específico. Las mentes circulan a nivel público bajo el marco de su rol de intercambio con otras mentes y puesto que en este mundo telecomunicado estos roles son especializaciones de la tarea económica, las mentes circulan metiéndose cada vez más dentro de esquemas de construcción de realidad que llegan a ser ilegibles mutuamente, que llegan incluso a cerrarse sobre si como estereotipos que no buscan ser comprendidos generando microcomunidades en base a saberes de dificultosa transferencia. La humanidad se encuentra telecomunicada pero también tribalizada por el grado de especialización en la tarea económica, en la tarea científica, en la tarea mental en general. Esta tribalización atrapa a las mentes de tal manera que incluso cuando tratan de proyectarse hacia la universalidad de un discurso ampliamente humano, un discurso filosófico, lo hacen proyectando su especialidad en forma de un delirio descriptivo de la realidad.

El fenómeno humano avanza hacia su punto de inflexión Vida-Muerte pero no sobre la base de una universalidad reflexiva sino sobre la base de un congregación irracional de delirios.

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