jueves, 17 de junio de 2010

Socialismo: pensamiento crítico y transiciones, por Daniel Ruiz

SOCIALISMO: PENSAMIENTO CRÍTICO Y TRANSICIONES


Daniel Ruiz

Al repensar los vínculos entre socialismo, democracia y revolución en el continente indoafroamericano, es necesario superar tanto el dogmatismo como el colonialismo intelectual.
Hemos planteado que la experiencia de transformación de las relaciones capitalistas y no capitalistas operada en Rusia, fue acompañada por una coyuntura política crítica que abrió paso a la liquidación de la revolución democrática permanente, subordinando la democracia de consejos a un “régimen burocrático y despótico” controlado por el partido-aparato-estado-burocrático, que sepultó el horizonte de la liberación social.
Ya antes de la consolidación del estalinismo, había comenzado una molecular anulación de la democracia socialista, como quedó testimoniado en los escritos de Rosa Luxemburgo. No solo fue ella. También lo hacían Korsch, Gorter y Pannekoek desde la izquierda, además del círculo socialdemócrata que giraba alrededor de Kaustky, así como diversos círculos nacionales, como el marxismo austrohúngaro (Bauer).
Perder de vista estos matizados debates, implica una ceguera sobre opciones que se abrían en el curso del proceso revolucionario. Implica mantener una visión unilateral, dogmática y mitológica, que impide pensar críticamente la realidad social e histórica, para evitar errores, debilidades y desventajas, al asumir determinadas decisiones y cursos de acción por parte de fuerzas sociales y políticas, por sus direcciones y liderazgos.
Esta reflexión es pertinente en función de pensar la transición rumbo al nuevo socialismo para el siglo XXI, donde es imprescindible superar los modelos de socialismo, caracterizados por su burocratización temprana y su despotismo, por propensiones autoritarias que terminan fijando rasgos coactivos permanentes; y finalmente, por la consolidación de una “nueva clase”, que impide en la practica, el despliegue de las corrientes sociales y políticas revolucionarias, para profundizar en la lucha contra la explotación del trabajo, la coerción política, la hegemonía ideológica, la negación cultural y la exclusión social. El dilema entre Socialismo o Barbarie no solo se juega en la alternativa: capitalismo/socialismo; también se juega en la alternativa entre democracia socialista, y cualquiera de las figuras del estatismo o del despotismo burocrático-bonapartista. Es la revolución democrática permanente, la deliberación crítica, la multiplicidad de corrientes y tendencias, la que puede ser antídoto eficaz para neutralizar la contra-revolución en la propia revolución, para superar el anquilosamiento y la prefiguración de una “nueva clase”, que impide avanzar en la construcción de una sociedad socialista, que crea las condiciones para una restauración capitalista, incluso por la vía mas violenta, bajo un régimen fascista.
En el terreno de la libertad, lo menos que pueden aspirar los demócratas socialistas es a lo máximo conquistado por la más avanzada de las socialdemocracias del mundo. Aun así, todavía no ha existido ruptura con la estructura de explotación y mando sobre el mundo del trabajo asalariado. De allí que el consuelo de tontos no sea la socialdemocracia reformista, pero tampoco el abismo de cualquier figura del estalinismo.
La naturaleza de la URSS, la “cuestión rusa”, el carácter de las luchas de clases en la Unión Soviética, se ha debatido arduamente desde el mismo 1917. En principio se partió de la premisa que la URSS posterior a la revolución era una sociedad en transición entre el capitalismo y el socialismo, que arrastraba una pesada carga capitalista, e incluso semi-feudal. Se vertían supuestas interpretaciones sobre la obra de Marx, que eran deformaciones interesadas de algunos textos sobre otros, para favorecer una línea de acción política. Sin embargo, suponer que fue producto del atraso de la estructura económico-social, y no del carácter de las fuerzas sociales y políticas movilizadas, de sus proyectos y concepciones ideológicas, es olvidar la dimensión subjetiva de la revolución rusa. De allí que sea necesario articular explicaciones que comprendan factores de diversa naturaleza y peso, relacionados en contextos más amplios y complejos. Existen al menos cuatro interpretaciones sobre la naturaleza de la URSS desde 1917 hasta el ascenso definitivo de la contra-revolución burocrática encabezada por Stalin:

a) La URSS era el Socialismo: Son dos las fuentes ideológicas que sostienen que Rusia fue, en el sentido pleno del término, un país socialista. Por un lado, la ideología liberal-capitalista que lo hace con el fin de “demostrar” el fracaso del intento de subvertir el “orden natural” del modo de producción capitalista. Por otra parte, toda la tradición estalinista ha arribado a la misma conclusión (todo orden produce su justificación), pero sustentándola en la desaparición de la propiedad privada de los medios de producción vía estatización y planificación coactiva, aún cuando no se haya alcanzado ni la socialización del proceso económico ni una mayor profundización democrática.
b) La URSS era una forma de Capitalismo de Estado: Autores tan disímiles pertenecientes o a la tradición socialdemócrata europea (Kautsky, Bauer, Martov), o los llamados “izquierdistas” (Bórdiga, Pannenkoek, Mattick), arribaron a esta conclusión. Los puntos centrales sobre los que se sustenta son: 1. La estatización de los medios de producción no equivale a su socialización. Se trata más bien de un cambio jurídico que material; 2. Estos cambios jurídicos siguen oponiéndose al trabajador en tanto fuerza viva, lo que equivale a decir que las relaciones de producción, en sentido estricto no han variado; 3. Existiría en el plano estatal una “Burguesía de Estado”, que contendría a los funcionarios burocráticos y directores de empresa.
c) La URSS era un Estado Obrero Degenerado, que mantenía enclaves capitalistas: La tesis central en este caso es que el proceso revolucionario no fue destruido sino congelado, es decir, fue detenido y degenerado en su potencialidad de producir cambios profundos en la sociedad rusa. Los últimos textos de Lenin, Trotsky (y con él eminentes trostkistas como Deutscher o Mandel), o incluso, un aliado inicial del estalinismo, como Mao Tse Tung sostuvieron este argumento. Se trataría entonces de una contrarrevolución política que, si bien se asienta sobre relaciones de producción de nuevo tipo, desarticula el poder de decisión de la clase obrera. La burocracia no sería una clase, sino una casta parasitaria surgida a partir del carácter atrasado de Rusia, y del fracaso de la revolución en Occidente, cuya expresión política es el estalinismo.
d) La URSS era un Colectivismo Burocrático: En este caso se trataría de una forma opresiva de nuevo tipo que es leída como una formación social inédita no prevista por Marx. La URSS en particular, se emparenta con la emergencia de una “nueva clase”, cuya base de sustentación no es ya la propiedad privada de los medios de producción, sino el monopolio de su control burocrático. Esto puede leerse en autores como James Burnham, Bruno Rizzi, Milovan Djilas o, de manera quizás más crítica, en las reflexiones de Antonio Carlo y Melotti en Italia, en Castoriadis, Lefort y el grupo Socialismo o Barbarie, hasta llegar a las interpretaciones del totalitarismo de izquierda de Morin, e incluso de Marcuse.

Al llegar a este punto, vemos que el debate se hace más complejo. La transición al socialismo puede dar paso a una sociedad no típicamente capitalista en términos liberales, ni a una democracia socialista en los términos señalados por Marx. Lo fundamental reside en que se basan en la explotación del trabajo asalariado por capas o clases gobernantes exteriores a los trabajadores del campo y de la ciudad. Además constituyen estructuras de dominación política, hegemonía ideológica y opresión social que no permiten abrir el cauce a un horizonte de liberación social. De allí la importancia de pasar a analizar las transiciones realmente existentes en nombre del Socialismo. Para no repetir los errores, para no olvidar la tragedia que emerge al defraudar las esperanzas de una real transformación socialista.

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