viernes, 25 de junio de 2010

Y A ESO, LO LLAMAN PENSAR...por Bernardo Borkenztain

Existen situaciones de las que uno no puede salir felizmente, y son esas que en inglés se conocen como “lose-lose situations”, o circunstancias en las que no se puede ganar. Un ejemplo es del conocido chiste de la madre judía que le regala a su hijo dos camisas y cuando éste se pone una, le pregunta: “¿¿ por qué no te gustó la otra??”.
En ámbitos supuestamente más racionales, resulta casi imposible referirse a un tema de algún interés sin que aparezcan los hinchas que no entiendan que se puede disfrutar de “Starwars” y “Startrek” al mismo tiempo, o, más cerca de acá, de “La Moji” y “La Catalina”.

Acá parece que algunos “filósofos” son “possuidos por un encosto” que los inhabilita a opinar sin establecer falsas oposiciones que no solamente son falaces, sino que muchas veces son incomprensibles. Algo peor pasa en los casos en que el tema además de tener algún interés filosófico sea metafísico, como la mítica racionalidad del modelo neoliberal o la existencia de Dios o de alguna cualidad trascendental del bien. En estos casos, resulta imposible suspender el juicio, con afirmaciones del tipo de “no se sabe que…” ya que invariablemente aparecen los que leen “se sabe que no…” y además, se enojan. Una falacia peligrosa, porque la vecindad lleva a que sea sencillo confundir en los ejemplos, especialmente si consideramos que la mayoría de las veces en que uno es convencido de algo, lo hace en función de aspectos que más tienen que ver con la empatía y la seducción que con la corrección y materialidad de los argumentos del interlocutor.

Esto puede tener muchas causas como para agotarlo, y van desde la envidia, que lleva a muchos opinólogos a deleznar fenómenos de éxito masivo comparándolos con otros que serán o no mejores, pero no llegaron tan lejos hasta la ignorancia lisa y llana o estupidez. Este último suele darse mucho en los debates parlamentarios y el periodismo deportivo, dónde la “universidad de la calle” se invoca un día sí y otro también y se suele reemplazar la falta de argumentos con énfasis y gritos. Ahora, ¿qué clase de estupidez es esa entelequia de la calle como universidad? Obviamente que es invocada por los que no saben qué corno es una institución terciaria, para reivindicar toda la experiencia que su condición de “hombres de mundo”`[2] resentidos les confiere para compadecerse del poco “estaño” que supuestamente tenemos los universitarios, pero acá cuadran los versos de Antonio Machado: “Castilla miserable/ayer dominadora/envuelta en sus harapos/desprecia cuanto ignora”

Pero existen muchas otras motivaciones posibles, y casi nunca provienen de la lógica, sino de una muy mal asumida posición de “hincha” o de esnobismo. Me acuerdo de una vez en que salíamos con la mujer amada de ver un hermoso espectáculo en el Cine Plaza, la murga “Agarrate Catalina” junto con un recital de Tabaré Cardozo, con varios invitados, con el local lleno hasta el límite de lo posible, y a la vuelta nos encontramos en un bar con un joven dramaturgo que con cara de superado nos contesta – cuando le contamos de dónde veníamos – que no fue porque a él la gustaba – adivinen, adivinen - ¡¡¡¡¡La mojigata!!!!!, a lo que le contestamos que el coro de apoyo al recital de Tabaré estaba dirigido por Darío Prieto, el director de esa murga, y que no parecía estar muy al tanto de la traición que estaba infligiéndole a su grupo, muy probablemente porque no había tal, y porque es casi imposible que a una persona sensible, inteligente y culta [1] le guste una y no la otra, porque si bien distintas, sí, son parte del mismo fenómeno y disfrutar de ambas no implica contradicción lógica que obligue a elegir de manera necesaria. Todo lo contrario.

No puedo dejar de dar testimonio de que esto fue analizado por Vaz Ferreira en “Lógica Viva”, dónde sostiene que el problema se origina en un enamoramiento del opinante por sus propias ideas que lo lleva a pensar sin considerar las ideas relevantes. Al hacerlo solamente dentro de los sistemas, ocurre un espejismo de punto de vista, que lo lleva a considerar como contradictorias opciones que no lo son. Basta ver cualquier conferencia, las personas que, deleitándose con el tono de su propia voz cuando les toca preguntar al disertante hacen una exposición de media hora para que la inerrogante planteada sea : “¿o no?” y miren que en Uruguay esto se lo hicieron a Roland Barthes, a Jorge Dubatti y a todos los infelices que pasaron por “Hablemos”. A Carlos Bueno, sin embargo lo dejan hablar…

Avanzando, debemos detenernos en un punto crucial, porque cuando se incurre en este abuso, se ignora (u obvia) que no es lo mismo contrario que contradictorio, y que el principio del tercero excluido expresa que ante una proposición “a” no puede haber una tercera opción posible a que una y solamente una de dos sea verdadera: “a” o “no a” pero solamente aplica a dos proposiciones contradictorias. Así, negro, por ejemplo, es contrario de blanco, porque si algo es negro no es blanco, pero como puede ser azul, (esto es, hay terceras posibilidades) no es contradictorio, el único posible de blanco es “no blanco” y ahí sí, aplica el principio de no contradicción, otro nombre por el que se lo conoce. Pero cuando al discutir se aplica mal este recurso lógico, se crea un ambiente reduccionista que simplifica situaciones que en realidad son muy complejas llevándolas a falsas bipolaridades. Tanto se ha impuesto este mecanismo de poda salvaje que cuando a un burócrata comprometido o un analista que le erró como a las peras las últimas predicciones (economistas, meteorólogos, elijan) por sus desaciertos, la evasiva “bueno eso es un fenómenos multicausal que no puede analizarse de manera simplificada” ya es tomada como respuesta satisfactoria por algunos periodistas que dejan de repreguntar.

En este punto no puedo evitar un cierto temor de que el primero de mis profesores de facultad que me vea me tire con algo por la cabeza por detenerme en cosas que son realmente básicas, pero aunque argumentar sosteniendo posiciones no contradictorias en una situación en la que se invoca el tercero excluido, es muy común, y no siempre se hace de manera inocente, muchas veces la falacia encubre una maniobra retórica destinada a convencer a costa de la verdad, haciendo pasar por la liebre de la verdad el gato de la verosimilitud.

Volviendo a las situaciones en las que no se puede ganar, debe diferenciarse cuidadosamente las que lo son de manera constitutiva, como cuando nos encañonan con un arma y nuestras opciones se reducen a pagar o morir, a las que lo son de manera subjetiva, como en el chiste que comentábamos. Aunque no tiene forma satisfactoria de resolución, existe un modo racional de encarar la primera, y es un sistema de reducción de pérdidas, minimizando el perjuicio que se recibe pero la irracionalidad intrínseca de las falsas “lose/lose”, ya sea que ocurran por susceptibilidad (como el chiste) o por deshonestidad, como el uso de las falacias de falsa oposición intencionalmente para hacer proselitismo, no permite invocar a ningún argumento para resolver un problema que es irresoluble porque, de última, no existe.

Para redondear, lo que sí es verdad es que, cuando – independientemente de los decibeles que alcance la discusión – dos personas confrontan ideas honesta y noblemente es teóricamente posible que se asuma una posición racional, se cuestione la veracidad de ambas posiciones, se busquen alternativas, etc., pero lo que suele ocurrir en cambio, es un encarnizamiento y obcecación de cada una de las partes en sostener su postura y demonizar la otra pero la pérdida real –además del tiempo invertido en una actividad inútil – es que se ignoran por sistema todas las otras alternativas que un análisis desapasionado podría haber puesto sobre la mesa.

En otro orden de cosas y para terminar, dejo el peor de todos los ejemplos, el del señor que ante una pregunta o al dar una conferencia empieza con “yo de esto no se nada” y en lugar de terminarlo con “por lo tanto me llamo a silencio”, agrega un adversativo del tipo de “pero…” y prosigue con una larga exposición que no solamente ratifica la autoproclamada ignorancia sino que suele además, evidenciar que al señor en su casa no lo escucha nadie y de ahí esa (frecuentemente) innecesaria expansión verborrágica. Lo peor es que llegué a escucharlo por parte de conferenciantes que se suponía debieron preparar su disertación, y que lo toman como una forma de “captatio benevolentia” aprovechando que la gente parece sentir por los mediocres esa suerte de simpatía que nos despierta el que no nos recuerda que lo somos. Y funciona, lamentablemente.

Pero toda esta muestra de pereza intelectual no es lo que despierta más tristeza, lo peor, es que a eso lo llaman pensar…

[1] – Acerca de las actitudes de los autocomplacientes, me remito al Maestro Carlos Tanco y sus separadores de “No Toquen Nada”. No tengo nada que agregar al tema.
[2] – A canción de la Murga “Agarrate Catalina” los pinta de cuerpo entero:

“Los hombres de mundo saben todo y no saben nada. Son falsos videntes, guías extraviados. Respiran envidia, escupen mezquindad, bebiendo y repartiendo el veneno de la resignación. Y entonces con la rebeldía domesticada, la podredumbre destroza los cerrojos de una casa, de una oficina, de un barrio, un gobierno, el mundo. En un día, diez años, dos siglos, un segundo. Sigan con lo suyo no vienen tan mal... Hagan su trabajo hombres de mundo.”

Y comienzan:

“El mundo fue y será una porquería
ya lo sé.
Yo te puedo dar fé
que lo conozco bien.
Yo soy hombre de mundo,
yo te voy aconsejar.
Sentáte por acá;
calláte y escuchá.
Te falta conocer los desengaños
que te dan los años,
y eso es una ciencia.
Y a vos que sos un gil sin experiencia,
un par de cositas, te voy a decir.

Desde que este mundo es mundo
las cosas son como son.
Y no hay nada, te aseguro,
nada nuevo bajo el sol.
Ya vas a ver que eso es así.
Cuando vos fuiste yo ya volví.
¡Si habré visto papanatas
y vejigas como vos,
sacudiendo la melena y cantando rocanrol!
Pero al crecer, el chiquilín,
se puso un traje y un maletín.
A los dieciocho años
todos quieren ser el Ché.
Y después llegan las cuentas,
los botijas, los cuarenta
y se dejan de joder.

Yo conozco bien la gente
No hay derecho ni decente
Que no se lleve la de él
despertate no seas necio
cada cual tiene su precio
Que te caigas del trapecio
Todo el mundo vino a ver
Jugar limpio es peligroso
Arrimate al poderoso
que es más fácil arreglar
No te esfuerces por lo tuyo
Eso es cosa para giles

Avivate y destruile
El trabajo a los demás

Nadie te regala nada
No es negocio la franqueza
Aplastales la cabeza

No seas gil no des changuí
Ya te va a llegar el día
De mirarte en el espejo
descubriendo que los golpes
te volvieron malo y viejo
vas a comprender cansado
que te transformaste en mí

no te subas al trapecio
no regales tus abrazos
nunca mires a los ojos
nunca digas tu opinión
no llorés, no te conmuevas,
no perdones al caído
atacalo por la espalda
desconfiá de tus amigos
y aunque estes equivocado
nunca pidas el perdón

No hay manera de caerte
Si te quedás en el suelo
Ni que te desilusionen
Si no tenés ilusión
Si total van a bajarte
Para que intentar el vuelo
Vos no quieras nunca a nadie
Y nunca estarás de duelo
Pa que nadie te traicione
No abras nunca el corazón…”

Mucha baladronada para que la peor amenaza sea que al final del camino uno se vuelve uno de ellos. No gracias, prefiero la otra universidad, la que te enseña Medicina, Literatura, Química , Filosofía y otras giladas.

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