Tenés techo y comida. ¿Qué más querés?
por Juan Royes, integrante de Red Filosófica del Uruguay.
Extraído de http://ataditoconalambre.blogspot.com/
Lo admito. Nunca pasé hambre. Si trabajé, fue por voluntad propia, y no sé lo que es dormir en la calle. Entonces, ¿por qué no estoy satisfecho?
Se que naturalmente, por una mera predisposición genética, estoy destinado a ser ambicioso. A ir siempre a por más y sentir un cierto descontento al permanecer en estabilidad demasiado tiempo. Pero tal parece que el sistema (El Sistema) nos ha apartado lo suficiente de nuestro destino primigenio como para que existan seres capaces de concebir la rutina de Vida-Trabajo-Muerte como algo deseable. Incluso aquellos que no son contemplados mínimamente, aquellos que más podrían combatir la injusticia de la que son víctimas, observan silenciosos (y silenciados) mientras el engranaje gira, y gira.
Siento a veces que hay algo más que nunca me dijeron mis padres. Algo que tal vez ni siquera ellos sepan. Algo que fue borrado del currículo escolar. Un secreto a voces, tal vez, del cual no nos permiten hablar.
Y aún así, recorre como un tenue susurro cada libro, cada propaganda, cada sermón, cada campaña política. Un tácito acuerdo del que no fui partícipe, pero que fui obligado a aceptar.
Esa es la voz oculta de nuestra cultura. Una voz que no por inaudible es menos poderosa. Y lejos de ser un vestigio de otro tiempo, es una fuerza creadora, y recreadora, inventándose a sí misma en cada nuevo individuo, a la vez que inventa al individuo para adaptarlo a ella misma.
Pero de todas formas, hay una esperanza. Y una vez más no logro saber si es producto de mi ser o una repuesta química liberada en mi cerebro por un gen ignoto (hay alguna diferencia). Pero está alli, radiante y clara, la llave para abrir las cadena y alcanzar la libertad de pensamiento: El Intelecto.
La única fuerza irreductible en la batalla contra la homogeneización. El lente a través del cual ver los burdos engaños. La potencia que convierte ese susurro que muchos no oyen en un estruendo insoportable...
Es hora de empezar a oír.
Es hora de empezar a ver.
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